A plena luz del día los
inmigrantes campan a sus anchas por el muelle de Poniente,
conocido también como la Puntilla. No es una estampa nueva,
ya que se viene repitiendo año tras año, día tras día, sin
que se interponga nadie para evitarlo. Cualquiera que pase
por la Avenida Juan de Borbón, la del puerto, puede ver como
jóvenes, y no tan jóvenes, se encaraman a los muros de la
Estación Marítima para colarse y correr hacia el muelle.
Allí, además de esperar a que lleguen barcos o camiones en
los que esconderse para intentar llegar a la península, los
inmigrantes se drogan y nadie dice nada. Es algo que
cualquiera puede ver, parece una escena más bien de un país
tercermundista que de un puerto europeo. Sin embargo, eso es
Ceuta. La Ceuta turística en la que cualquier viajero que
esté esperando para embarcar en su coche tiene que andar con
mil ojos para que no cuelen nada, ni droga ni personas. Los
autobuses, son un blanco perfecto, y cuando están a las
puertas de la Estación Marítima, los inmigrantes, la mayoría
menores, empiezan a surgir a su alrededor, como llegados de
la nada, viendo si hay posibilidad de esconderse en algún
rincón. Una situación ante la que, lo más normal, es que los
turistas recelen y que les hace irse de la ciudad con muy
mal sabor de boca. Esta situación, además de ser perjudicial
para quien pueda encontrarse con un polizón inesperado, pone
el riesgo la vida del propio inmigrante. Pero Ceuta sigue su
ritmo sin tomar mucho interés por lo que pasa con los
inmigrantes en el puerto. De vez en cuando, alguna actuación
policial los disuade, pero no de forma contundente. Los
trabajadores de la zona ya acusan una situación que les
perjudica directamente porque estos inmigrantes se les
cuelan, les roban y ahora también se permiten amenazarles.
Ellos, mientras, no saben qué hacer ni a quién acudir. El
control, más allá de la frontera del Tarajal, también se
necesita en el puerto.
|