Sé que muchos pensarán que el tema
de este artículo está ya más que machacado. Llevan razón.
Está machacado para un sector de la población. No obstante,
existe otro sector que continúa sin entender muy bien qué
significa eso de “ocupar la centralidad del tablero”,
asumiendo de manera errónea que cuando los dirigentes de
Podemos responden con tal expresión a la pregunta “¿Sois de
izquierdas o de derechas?”, lo que están haciendo es
renunciar a las ideologías y negar que haya diferencias
entre los conceptos izquierda y derecha. No es cierto. De
hecho, tanto Pablo Iglesias como Íñigo Errejón, por poner
dos ejemplos, jamás han ocultado sus procedencias e
influencias intelectuales y políticas, nítidamente ubicadas
en el campo de la izquierda.
Hablar de “ocupar” el centro no significa, a diferencia de
lo que hacen otros partidos como UPyD o Ciudadanos, decirse
a sí mismo de centro dando validez al contenido actual del
término, es decir, negando las contradicciones de clase o la
diferenciación de intereses entre aquellos que sólo se
sirven de su fuerza de trabajo para subsistir y los
privilegiados que disfrutan de vidas de obispo a costa del
sudor ajeno, sino cambiar lo que se conoce como centro.
Consiste en ser laicos y asumir que el centro es un lugar
vacío que tiene más importancia por su nombre, por llamarse
centro, que por lo que contiene, ser conscientes de que lo
que da legitimidad al significante “centro” es el
significante en sí, más allá de su significado. El centro
sería así lo que algunos llaman un “significante flotante”:
algo que otorga legitimidad y cuyo significado está siempre
en permanente disputa. Otros ejemplos serían conceptos como
democracia, patria, pueblo o libertad.
En su libro “El PCE y el PSOE en (la) transición”, Juan
Antonio Andrade nos presenta las diferentes acepciones del
concepto ideología, de las cuales, una sería la de “aquellas
ideas falsas, erróneas e ilusorias orientadas a bloquear una
comprensión crítica y racional de la realidad”. Este es el
único significado interiorizado por todos aquellos que, ante
la falta de argumentos, cierran las discusiones políticas
esgrimiendo eso de “Tu opinión no vale porque tienes
ideología”. Otros, en cambio, cuando hablamos de ideología
pensamos en otra de sus acepciones, lo que nos lleva a
sostener que todos, de manera consciente o no y otorgando
validez a aquello de que “la ideología dominante es siempre
la ideología de la clase dominante”, albergamos una u otra
ideología, pero éste sería ya un debate acerca de la
epistemología del término, y no es el tema que nos ocupa.
Lo que debemos tener en cuenta es que durante décadas de
dominio cultural de eso que podríamos denominar
posmodernidad, el significado hegemónico que se ha otorgado
al concepto ideología ha sido el que nos recordaba Andrade.
La ideología es, para muchos, algo negativo. Es en este
contexto en el que el concepto “centro” adquiere, pues,
valor por sí mismo y se convierte en significante flotante
al situarse como algo “superior” a las “ideologías”.
Mientras que las medidas denominadas de izquierda o derecha
serían consideradas medidas “ideológicas”, las medidas
bautizadas como de “centro” serán, de forma contraria,
recibidas como sentido común, como moderación y sosiego
precisamente por tener la etiqueta legitimadora “centro”.
La centralidad política es, por tanto, una construcción que
cambia a lo largo de los años. Lo que hoy es centro no lo
era hace tres décadas. Todos los actores políticos aspiran a
ser considerados “centro” porque ser “centro” te libra de
toda la carga valorativa negativa otorgada, por las
influencias posmodernas y neoliberales, al concepto
ideología. Porque si eres visto como el “centro” eres lo
lógico, lo natural, lo acertado, lo razonable.
Por lo tanto, ocupar la centralidad del tablero no es
cambiar de discurso, sino lograr que sea tu discurso el
discurso del sentido común, conseguir cambiar la mentalidad
y mover el pensamiento político colectivo para que, si hace
siete años era de centro desahuciar y realizar amnistías
fiscales, hoy consigamos que sea considerado de centro
realizar reformas fiscales progresivas y reestructurar la
deuda. Es ganar la batalla de las ideas redefiniendo el
contenido de los continentes que el adversario se apropió y
siempre le otorgaron la victoria.
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