Siempre he pensado en lo
importante que es para una ciudadanía ser libre,
precisamente para eso, para poder interrogarse y, así, poder
modificar desde esta interpelación, modos y maneras de
vivir. Motivado por la presentación del último libro del
catedrático de filosofía y doctor en teología, Juan Antonio
Estrada, en el que nos interroga sobre el contenido que
damos al lenguaje sobre Dios, una palabra cargada de
significaciones, puesto que todo habla de Dios aunque con
signos diversos, he vuelto a madurar la idea de un libre
pensamiento y de una conciencia crítica. Es la diferencia
entre un ciudadano emancipado y un ser denigrante que se ha
hecho esclavo de sí mismo. Indudablemente, el medio de no
cambiar radica en no tener tiempo para pensar. De ahí que la
reflexión sea cada vez más uniforme y débil, en parte
avivada por los poderosos que nos hacen otras propuestas más
dominadoras que autónomas. En el fondo pretenden que nos
ejercitemos como masa y no como sujetos pensantes. Sin
pensamiento y sin libertad pueden dominarnos a su antojo. En
efecto, es exactamente este espíritu mundano, quien nos doma
y nos aborrega la mente, el corazón y el alma, impidiendo
comprender el momento actual que vivimos. Pero al fin, es
desde este vacío de sentido como a veces despertamos.
Justamente, una invitación a interrogarse es lo que propicia
en el libro Juan Antonio Estrada. A partir de los
entresijos, camina su contienda intelectual, llegando a
plantear la crisis de las imágenes tradicionales sobre Dios;
un concepto de salvación orientado a después de la muerte;
la fe como un creer en lo que no se ve, y un concepto de
revelación cuya legitimación última viene dada por la
jerarquía de la Iglesia. El autor del libro, subtitulado
como “la fe en una cultura escéptica”, propone replantear la
fe desde una cristología renovada en la que la humanidad del
judío Jesús sea el referente fundamental, puesto que la fe
en Dios está mediatizada por la fe en Jesucristo y esta
remite a un proyecto de vida con hondura, en el que la
dimensión religiosa abre horizontes verdaderamente
razonados. Por tanto, se hace necesaria una transformación
del imaginario cultural y religioso sobre Dios que se apoye
en la renovación que se dio en el mismo Jesús. En
consecuencia, la identidad cristiana remite a la
discontinuidad cultural, y desde ambas hay que construir y
reconstruir los contenidos de la fe para responder a la
pregunta, que da título al fascinante libro: “¿Qué decimos
cuando hablamos de Dios?”. Quizás descubramos, de este modo,
que aprender las cosas equivale a verlas interiormente más
allá de lo que captamos a través de los sentidos.
A mi juicio, Juan Antonio Estrada con este libro, formula
una filosofía teológica de nuestro propio acontecer, a
través de las creencias heredadas, de la cultura escéptica,
de preguntarse por Dios, de la revelación o proyección
humana, buscando una nueva comprensión de la fe, que no
traicione la identidad cristiana, pero que tampoco quede
prisionera del pasado. Ciertamente, todo cambia, nuestro
modo de pensar, de celebrar, de vivir, se hace distinto. No
es una expresión retórica, su antesala de verbos, parte de
una cita de Proust, de que “la sabiduría no nos viene dada,
sino que debemos descubrirla por nosotros mismos, después de
un viaje que nadie puede hacer por nosotros”. Subraya que el
supuesto cultural y el cristiano difieren cada vez más, a
costa de su perdida de irradiación social. Deberíamos
preguntarnos por sus causas y también por sus efectos. Tal
vez sería saludable, para la propia especie, despojarnos de
fanatismo y reflexionar más. A todo ser humano le es
permitido conocerse a sí mismo y meditar sabiamente. Tampoco
lo evadamos. Quien no se atreve a pensar es un cobarde.
Por eso, como dice Juan Antonio Estrada en su libro: “¿Qué
decimos cuando hablamos de Dios?” (editorial Trotta),
debemos replantear lo que se ha llamado el depósito de la
fe; revisar las revelaciones; vincular las instituciones a
las experiencias religiosas; y dinamizar a las iglesias para
que formulen la fe de una manera nueva y comprensible para
la mentalidad actual. En cualquier caso, si tuviera que
resumir en unas pocas líneas su nueva obra, la definiría
como un manual de pensamiento que insta a pensar en
profundo, porque la humanidad es algo más que un cuerpo, es
también una razón de ser y un espíritu que nos trasciende.
Que además está en permanente movimiento, y que no puede
desligarse de su mismo tronco, la familia humana como
estirpe. Lógicamente, nada de lo que ocurra a un ser humano,
habite en el lugar que habite, debe resultarnos ajeno a
nosotros mismos.
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