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OPINIÓN - MARTES, 10 DE MARZO DE 2015

 

OPINIÓN / EL ESQUINAZO

En vísperas de despedidas
 


Jesús Carretero
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

Algo que tiene que llegar y que, además, se sabe desde el primer día que uno pisa estas tierras, para cumplir con nuestra sagrada obligación, de ejercer en un instituto.

Yo llegué a Ceuta, en los primeros días de octubre de 1978, concretamente, al día siguiente de la muerte de monseñor Luciani, que durante un mes escaso fue Juan Pablo I. Su muerte asombró a medio mundo, por haberse producido en las condiciones más extrañas y sospechosas de toda la historia del papado, a lo largo de los siglos.

Desde el primer día, en Ceuta, me encontré como en mi propia casa. Una ciudad que apenas conocía yo de antes, puesto que en tan sólo dos ocasiones había estado aquí, en esos viajes que, entonces, se hacían, desde fuera, para ¿Comprar?. Realmente, no sé lo que habría comprado yo en esos dos viajes, tabaco, no, porque no soy fumador, wisky, tampoco, porque no soy demasiado dado a la bebida, con lo que posiblemente comprara, en El Paseo de las Palmeras, alguno de aquellos bolígrafos que te vendían como parker, aunque fuera una marca parecida. Daba lo mismo, al menos a mí me debió dar igual.

Lo que sí es cierto es que, una vez aquí, como es natural, tuve que ir a lo que entonces se llamaba Delegación de Educación, o lo que es hoy Dirección Provincial de Educación. No me debieron recibir mal, por supuesto, salvo por parte de un señor, al que aquí llamaban “Don NO”, que a toda costa quería que me pagaran la nómina por lo que entonces era Caja Ceuta. Dije que por allí no, y el delegado de entonces señor Rigual dijo que me pagaran por donde yo dijera y así fue hasta hoy.

Era mi primera visita a lo que, en otros términos, podría haber considerado la oficina de mi “empresa” y, desde entonces, hasta hace una semana, tan sólo he ido cuatro o cinco veces a “esa casa”.

Poca sombra he hecho yo allí, nunca tuve nada que reclamar y pocas cosas o ninguna me han tenido que reclamar a mí, desde allí. A lo largo de todos estos años ha habido directores provinciales de “todos los trapíos” y puedo decir que no he conocido a casi ninguno de ellos, y a los que conocí no les visité nunca, salvo a mi compañera de instituto Pilar, a la que visité un par de veces, en el poco tiempo que ocupó ese cargo. Por conocer o no conocer, ahora mismo no conozco al actual, con lo que me supongo que él podrá decir lo que yo, ni falta que nos hace a ninguno de los dos conocernos. Cada uno está en su sitio y punto.

Pero lo que sí tengo que decir de esa casa es que cuando fui hace una semana, para ir poniendo en orden la documentación de jubilación, me atendieron extraordinariamente, como no puede ser menos, donde hay profesionales de cuerpo entero y ahí los hay, me consta. Primero me atendieron dos funcionarias perfectamente y como el cuerpo al que yo pertenezco lo lleva otra persona, otra grandísima funcionaria, ésta, Marisol, me solucionó todo en dos instantes, con todo tipo de amabilidad, sin la menor pega y con la marca de ser profesional de las de verdad.

Me veo en la obligación de decir esto, al oír ciento y un días que aquí no funciona nada. Aquí funciona y muy bien todo lo que está en manos de profesionales, aquí hay un personal de la misma o superior talla que lo puede haber en otras partes, aquí lo que no funciona es lo que se quiere hacer con amaños o con enchufes. Eso no funciona, ni podrá funcionar jamás.

Al marcharme, cuando ya me marche, puedo decir que los profesionales que he conocido en la Dirección Provincial de Educación, son todos ellos profesionales de primera división y aprovecho para decirlo cuando ya no creo que tenga que ir más veces a hacer algo allí. Así es como lo veo y lo digo.
 

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