Algo que tiene que llegar y que,
además, se sabe desde el primer día que uno pisa estas
tierras, para cumplir con nuestra sagrada obligación, de
ejercer en un instituto.
Yo llegué a Ceuta, en los primeros días de octubre de 1978,
concretamente, al día siguiente de la muerte de monseñor
Luciani, que durante un mes escaso fue Juan Pablo I. Su
muerte asombró a medio mundo, por haberse producido en las
condiciones más extrañas y sospechosas de toda la historia
del papado, a lo largo de los siglos.
Desde el primer día, en Ceuta, me encontré como en mi propia
casa. Una ciudad que apenas conocía yo de antes, puesto que
en tan sólo dos ocasiones había estado aquí, en esos viajes
que, entonces, se hacían, desde fuera, para ¿Comprar?.
Realmente, no sé lo que habría comprado yo en esos dos
viajes, tabaco, no, porque no soy fumador, wisky, tampoco,
porque no soy demasiado dado a la bebida, con lo que
posiblemente comprara, en El Paseo de las Palmeras, alguno
de aquellos bolígrafos que te vendían como parker, aunque
fuera una marca parecida. Daba lo mismo, al menos a mí me
debió dar igual.
Lo que sí es cierto es que, una vez aquí, como es natural,
tuve que ir a lo que entonces se llamaba Delegación de
Educación, o lo que es hoy Dirección Provincial de
Educación. No me debieron recibir mal, por supuesto, salvo
por parte de un señor, al que aquí llamaban “Don NO”, que a
toda costa quería que me pagaran la nómina por lo que
entonces era Caja Ceuta. Dije que por allí no, y el delegado
de entonces señor Rigual dijo que me pagaran por donde yo
dijera y así fue hasta hoy.
Era mi primera visita a lo que, en otros términos, podría
haber considerado la oficina de mi “empresa” y, desde
entonces, hasta hace una semana, tan sólo he ido cuatro o
cinco veces a “esa casa”.
Poca sombra he hecho yo allí, nunca tuve nada que reclamar y
pocas cosas o ninguna me han tenido que reclamar a mí, desde
allí. A lo largo de todos estos años ha habido directores
provinciales de “todos los trapíos” y puedo decir que no he
conocido a casi ninguno de ellos, y a los que conocí no les
visité nunca, salvo a mi compañera de instituto Pilar, a la
que visité un par de veces, en el poco tiempo que ocupó ese
cargo. Por conocer o no conocer, ahora mismo no conozco al
actual, con lo que me supongo que él podrá decir lo que yo,
ni falta que nos hace a ninguno de los dos conocernos. Cada
uno está en su sitio y punto.
Pero lo que sí tengo que decir de esa casa es que cuando fui
hace una semana, para ir poniendo en orden la documentación
de jubilación, me atendieron extraordinariamente, como no
puede ser menos, donde hay profesionales de cuerpo entero y
ahí los hay, me consta. Primero me atendieron dos
funcionarias perfectamente y como el cuerpo al que yo
pertenezco lo lleva otra persona, otra grandísima
funcionaria, ésta, Marisol, me solucionó todo en dos
instantes, con todo tipo de amabilidad, sin la menor pega y
con la marca de ser profesional de las de verdad.
Me veo en la obligación de decir esto, al oír ciento y un
días que aquí no funciona nada. Aquí funciona y muy bien
todo lo que está en manos de profesionales, aquí hay un
personal de la misma o superior talla que lo puede haber en
otras partes, aquí lo que no funciona es lo que se quiere
hacer con amaños o con enchufes. Eso no funciona, ni podrá
funcionar jamás.
Al marcharme, cuando ya me marche, puedo decir que los
profesionales que he conocido en la Dirección Provincial de
Educación, son todos ellos profesionales de primera división
y aprovecho para decirlo cuando ya no creo que tenga que ir
más veces a hacer algo allí. Así es como lo veo y lo digo.
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