Buenos días, gente:
Donde resido actualmente la tónica del tiempo es la que
escribí hace meses: por un día ‘tenebroso’ cien soleados.
Escogí bien el lugar de residencia después de la jubilación.
El clima y la situación del lugar lo hacen inmejorable.
Bueno, vamos por las cosas de la vida en éste país, el país
de los bandoleros tipo Curro Jiménez y demás bandidos, éstos
del siglo XXI. Noten que he escrito bandoleros y he escrito
bandidos aunque ambas definiciones indiquen lo mismo.
El bandolero suele ser un forajido que roba mediante el
asalto a viajeros o convoyes militares que transportaban oro
y que el tópico suele dedicarles un benigno concepto: “roban
para dárselo a los pobres”. Es mentira podrida.
El bandido, dentro del concepto que yo quiero darle
libremente, es un delincuente integrante de bandas armadas
con iphones, plumas o bolígrafos que suele atracar a
cualquier ciudadano que no sea de su casta, mediante leyes,
decretos, órdenes ministeriales, etc., sin importarles
esquilmarlos después de robarlos.
Si el primero solía correr por Sierra Morena principalmente,
el segundo suele quedarse sentado en una poltrona que apesta
a rancia naftalina además de los efluvios corporales del
ocupante, ubicada en el centro neurálgico de la nación, y
permanecer agarrado a ella como si se le fuera la vida si se
levantaba.
El bandolero solía gastarse lo robado en saraos aderezados
con bailes flamencos desarrollados en oscuras tabernas de
pueblos diseminados por la sierra, mientras que el bandido
suele vivir ‘de gorra’ guardándose lo que roba en lugares
recónditos pero seguros llamados paraísos fiscales.
El de Sierra Morena suele sentirse satisfecho con lo que
roba en el momento, mientras que el de la poltrona no queda
nunca satisfecho y sigue robando y robando hasta que es
descubierto. No le basta con tener cientos de millones, de
la moneda en curso, bien resguardados, sino que quieren más
y más con lo que demuestra un delirio psiquiátrico de amor
por el vil metal sin ninguna otra meta que acumularlo hasta
morir, sin importarle ni un comino que, con su acción, hunde
en la miseria al país o territorio por el que campa a su
libre antojo.
Mientras los focos de bandolerismo se extendieron por
Andalucía, Catalunya, Galicia y los Montes de Toledo desde
la época de la ocupación musulmana del país, los focos del
bandido del siglo XXI se extienden más allá de los confines
de la propia Tierra.
Entonces los poderosos, miembros de la nobleza, encubrían a
los bandoleros con el objeto de que sus apuros por las
deudas amontonadas, ocasionadas por sus lujosos trenes de
vida, fueran aliviados mediante aportaciones de los mismos
bandoleros con sus acciones contra mercaderes y encubiertos
por venteros, posaderos, chalanes, cuatreros, putas,
ermitaños, etc., con promesas de no denunciarlos ni
encerrarlos… entonces se llamaban los de La Garduña.
Los actuales señores poderosos, miembros de gobiernos de
cualquier signo, pero con mayoría de conservadores en sus
filas, encubrían y encubren a bandidos que se denominan
genéricamente empresarios, banqueros, corredores de bolsa,
obispos y sacerdotes, vendedores de altos vuelos, etc., con
sus acciones contra el pueblo humilde, el de clase media sin
estudios financieros y muchos que alcanzan esa edad en que
la razón y/o la vista les hace imposible distinguir la
verdad de la trampa… hoy son conocidos como los de la Gürtel,
Baltar, Bankia, Brugal, Bárcenas, etc. entre otros.
Los bandoleros tenían sentimientos encontrados con sus
acciones, alguna que otra vez solían arrepentirse y
restituían lo robado, de ahí el tópico, mientras que los
bandidos actuales carecen de sentimientos que les conducen a
mirar con satisfactorio asco la expulsión de sus casas a
familias enteras y con niños pequeñitos, imposibilitadas de
pagar lo que se tercie debido al abuso que los mismos
bandidos hacen sobre ellos, imponiéndoles leyes tan injustas
como discriminatorias con nombres tan pomposos como Reforma
Laboral o Ley Mordaza o Ley Wert que incita, esta última, a
aumentar el analfabetismo, cosa que interesa sobremanera a
los actuales bandidos todopoderosos.
En fin , la vida sigue y yo también, esperando no toparme
con esa clase de bandidos lo que me queda de vida, porque la
existencia de los mismos ya me afectaron en el pasado, con
un increíble abuso de poder, que no cuaja en ninguna
ecuación lógica en la civilización de todos los tiempos.
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