A veces pienso que es la hora del
ser humano y que debería haber una mayor protección jurídica
de la persona, por parte de la comunidad internacional,
fuese mujer u hombre. Son tantas las promesas incumplidas
que deberíamos pasar a la acción. Por una parte, la
marginación social es tan acusada y está tan extendida, que
hasta las piedras con ser piedras, en ocasiones son más
blandas que el corazón de las gentes. El valor de la
compasión y de la ternura se ha devaluado cantidad, hasta el
extremo que resulta muy difícil integrar colectivos, que el
propio sistema mundano excluye, y ya no digamos propiciar la
equidad de género, o aliviar la pobreza de la multitud de
seres indefensos. Por otra parte, el aluvión de violencias
nos desborda, con una gran incidencia en la vida de los
desamparados (mujeres, niños, personas mayores…), que a
menudo sufren más intensamente los efectos de las carencias
de medios. A esto hay que añadir, la poca o nula
participación, de estas personas desabrigadas, en las
responsabilidades y beneficios del desarrollo de la propia
especie humana. Además, también tenemos otra asignatura
pendiente, el hecho de la complementariedad de la mujer y
del hombre, que no pasa de ser un mero objetivo, a pesar de
haber surgido al final del siglo XIX, en el mundo
industrializado, el Día Internacional de la Mujer (8 de
marzo), como lucha en beneficio de la igualdad, la justicia,
la paz y el desarrollo. A todos estos desajustes, hay que
añadirle la nula política familiar, con remuneraciones del
trabajo insuficientes en muchos casos, para fundar y
mantener vínculos estables.
La integración social en un mundo global no puede demorarse.
Algo evidente. La sociedad, en su conjunto, debería
implementar oportunas medidas legislativas y de seguridad
social, hacia esos colectivos más vulnerables. Desde luego,
son de desear políticas más directas y de cooperación a la
vez. Quizás debamos exigir, incluso a los medios de
comunicación, establecer y observar normas éticas de
conducta para promover la dignidad del ser humano como tal.
Ya está bien de imponer ideologías en lo que es algo innato
con la especie, como ha de ser el nivel de la decencia por
encima del nivel del miedo. Por desgracia, la coacción se ha
adueñado de multitud de ciudadanos que no pueden ni
respirar. Han dejado de ser ellos, para convertirse en un
producto sin alma; o bien de desecho, o bien de interés. Se
confunde la humanidad acostumbrándose a digerir los crímenes
contra la dignidad humana como algo normal, cuando debiera
ser lo más horrendo de los infortunios. No se puede morir
arrodillado cada día, uno tiene que poder vivir de pie por
si mismo, hacerse valer y ser el mayor valor del orbe. Si la
mujer o el hombre no están dispuestos a que se respete su
exclusiva existencia, ¿dónde está su grandeza? Sin duda, el
ser humano necesita un cambio; pero, de igual modo, el
linaje requiere de otra mentalidad más aperturista a la
diversidad. Podemos lograrlo, pero únicamente entre todos.
Sin exclusiones. Ciertamente, el mundo necesita la igualdad
plena para que la humanidad avance. Ya lo sabemos. Ahora es
menester asimilarlo en todas las culturas para
universalizarlo. El ejercicio es fundamental, al menos para
que todos los seres humanos puedan vivir con plenitud sin
tener que arriesgar, o vender, su específica existencia.
Mi apuesta, por tanto, es bien clara. Hemos de retornar al
ser humano, más que como ciudadano, que también, como
persona dotada de algo más que un estado físico que nos
trasciende, ya que todos llevamos consigo una innata
capacidad de distinguir el bien del mal, la vulgaridad de la
elegancia, los buenos modos de los nefastos modales. Por
desgracia, el ser humano corre el riesgo de ser reducido a
un mero engranaje de las finanzas, a un ser sin criterio,
adoctrinado para el consumo, sin otro miramiento que su
utilidad. Así se descartan tantas personas con enfermedades
terminales, se desprecian ancianos abandonados, se
arrinconan niños utilizados para morir o se asesinan antes
de nacer. Esta crueldad, creciente y progresiva, debiera
hacernos recapacitar para tomar conciencia de lo que
representa un ser humano en nuestra propia historia como
especie. Naturalmente, no podemos permanecer insensibles
ante realidades necias y absurdas, gestadas en parte por una
mala comprensión de los derechos humanos, de los derechos
inalienables de todo mortal que han de ser respetados
siempre, puesto que nadie puede ser privado arbitrariamente
de los mismos y, menos aún, en pro de intereses económicos.
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