Me parece una buena idea que, en
un mundo globalizado como el actual, nos centremos mucho más
en el tema educativo. Por propio sentido de supervivencia,
tiene que ser nuestra prioridad como especie. Precisamente,
tenemos una serie de acontecimientos que nos motivan para
pensar en la ciudadanía mundial, como es el quince
aniversario del Día Internacional de la Lengua Materna (21
de febrero), o el fin del plazo fijado para alcanzar los
Objetivos de Desarrollo del Milenio, lo que ha de dar pie a
definir una nueva agenda de desarrollo sostenible, cuestión
que nos exige nuevos esfuerzos para construir un mundo más
humano que, desde luego, debe revertir en una vida más digna
para todos. Por otra parte, sabiendo que la educación que se
recibe con la primera lengua, o idioma que aprende una
persona, nos marca para siempre, hasta el punto que va a ser
la que nos guía en todo momento como personas aptas para
gobernarse a sí mismo, considero fundamental reforzar y
extender su aprendizaje. Sin duda, será bueno mejorar los
programas de enseñanza, pero la creación de entornos
propicios contribuirá a que todas las energías se aprovechen
entre tanta diversidad. Ampliar las ventanas por las cuales
nos vemos en el horizonte, aparte de ser una tarea
apasionante, contribuye a trascender hacia la libertad tan
ansiada por todos. Por ello, agitarnos nuestra personal
existencia, desde nuestro específico naciente, es una forma
de culto de la voluntad que, evidentemente, contribuirá a
hacernos mejores personas.
Hoy tenemos multitud de estrategias pedagógicas para mirar
hacia adelante; sin embargo, no siempre alcanza a la
globalidad de este mundo plurilingüe. Al día de hoy, aún son
tantas las dificultades para llegar a los más desfavorecidos
segmentos de la población, que convendría invertir más en
temas educativos, un derecho humano fundamental y un vector
de avance esencial, que no puede dejar a nadie al margen. En
un momento de crisis como el actual, la educación ha sido
una de las primeras necesidades en ser recortadas o
eliminadas. Además, todavía en muchas culturas no se percibe
como necesaria la educación de una niña. Asimismo, en los
entornos de pobreza, el acceso a una educación de calidad es
casi un imposible. Son en estos ámbitos donde tenemos que
intervenir, predisponiendo a las mentes que no sólo cultiven
el intelecto de teóricos conocimientos, sino que también se
aviven los valores humanos. Naturalmente, nuestro porvenir
está en manos de los educadores. Lo maravilloso de aprender,
no como una obligación, sino como una oportunidad para
penetrar en la autenticidad del saber, es no cerrarse a nada
y entusiasmarse por vivir. Cuánta tristeza causa ver a
jóvenes, que vencidos por la desconfianza y la resignación,
no encuentran su espacio en la vida. Se ha llegado a hablar
incluso de una generación perdida. ¿Dónde está el futuro
entonces? Lo peor que le puede pasar a una especie pensante
como la nuestra es justo eso, que la juventud camine sin
mentores, a su antojo y a su deriva.
Ciertamente, una sociedad en vías de mundialización precisa
de unos sistemas educativos asentados en la convicción de
que la educación es un pilar básico para el desarrollo de la
propia especie, puesto que es esencial para reducir la
pobreza, mejorar la salud y los medios de subsistencia. Las
nuevas generaciones ya son ciudadanos del mundo, y como
tales han de ser educados, para la UNESCO, a través del uso
de al menos tres lenguas, una de las cuales debe ser
obligatoriamente la lengua materna o primera lengua, lo que
va a facilitar, cuando menos un mundo más integrado, lo que
refuerza el sentido de pertenencia, facilitando de este modo
una mejor convivencia. Al fin y al cabo, somos animales
sociables, con la inclinación a entendernos para poder
convivir con los seres de nuestro propio linaje, a través
del lenguaje, como el gran instrumento y lazo de unión entre
todos. De ahí, la importancia de esa prioridad educativa,
encaminada a obtener lo mejor de cada ser humano, al menos
para su continuidad de supervivencia. “¿Qué otro libro se
puede estudiar mejor que el de la humanidad?”, se
interrogaba el inolvidable pensador indio Mahatma Gandhi. No
le faltaba razón, pues, o aprendemos unos de otros con la
cortesía y el respeto preciso para una sana convivencia, o
el mundo la enseña con el látigo del rey de la selva. Nunca
fue fácil el aprendizaje de la concordia. Quizás sea preciso
instruirse para conocernos, pero sobre todo templar el alma
para reconocernos, y es desde el reconocimiento como uno
sirve a los demás, sin pensar únicamente en sí mismo.
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