Ha vuelto a suceder. Y sucederá otra vez. El Mediterráneo se
ha tragado, esta vez, a trescientos africanos desesperados
por abandonar sus países y por alcanzar el supuesto ‘El
Dorado’ europeo. Estremece pensar en la clase de muerte que
han tenido esos tres centenares de personas. Después del
espanto que nos han causado esas muertes, llegada es la hora
de las lamentaciones, de las recriminaciones y de la
búsqueda de culpables. Parece que ya no se sabe qué hacer
para evitar esas catástrofes humanas. Es una catástrofe de
proporciones bíblicas lo que sucede en el Mediterráneo. A
todo esto, Europa relaja y tranquiliza su conciencia al
tiempo que cree que se puede resolver el problema acogiendo
a todo el que llegue a sus costas. Ni siquiera podrá atenuar
la llegada masiva de centenares, de miles de desesperados
por alcanzar las costas europeas. En 2014 entraron 270.000
inmigrantes ilegales en la UE, más del doble que en 2013, de
ellos, cien mil han sido los que han llegado en todo el año
2014 a las costas italianas. La presión no es coyuntural ni
cíclica. Los que han entrado, escribe el sociólogo italiano
Giovanni Sartori, no sirven para reducir el número de los
que pueden entrar; en todo caso, sirven para llamar a otros
nuevos. Detrás de esos vendrán otros y detrás de esos,
otros, y seguirán otros más, y después otros, y otros y
otros... Cada barco cargado con ilegales que sale de las
costas de Libia es el eslabón de una cadena llamada muerte.
Por cierto, África tiene una población de mil millones de
habitantes, ¿a cuántos pretende acoger Europa? Lo cierto es
que Europa acoge inmigrantes porque no sabe cómo frenarlos,
así, como suena: no sabe cómo frenarlos, y no se dan cuenta
los prebostes que gobiernan la Unión Europea que Europa se
ha convertido en un continente asediado, que no sabe,
insisto, cómo defenderse de los sitiadores africanos y
asiáticos. “¿Se pueden remediar las crecidas de los ríos
bebiendo agua?” –se pregunta Sartori–. “No. Pues de la misma
manera la crecida de los inmigrados no se puede remediar
dejándoles entrar”, se responde el mismo Sartori. Así pues,
la política de acogida de inmigrantes ilegales que la Unión
Europea está llevando a cabo esta destinada a fracasar. Y no
sólo a fracasar, porque no va a conseguir pararlos, sino que
el tejido social de los países europeos se va a resentir –ya
se está resintiendo– de tal manera que acabará fracturándose
a lo largo de las líneas étnicas, fracturas que amenazarán
la estabilidad y la cohesión de la comunidad como un todo.
El problema, de momento, está ahí enfrente: en las costas de
Libia, un país fallido, debido a que los europeos, sobre
todo Francia, creyeron estúpidamente que podían instaurar un
régimen de libertades y de democracia de estilo occidental.
Mientras estuvo Gadafi al frente del país supo manejarlo con
mano de hierro y evitar que de sus costas salieran con la
asiduidad que salen ahora los barcos cargados con migrantes.
Estando Gadafi al mando, se sabía con quién dialogar para
tratar de impedir la salida de los barcos sospechosos,
ahora, Libia es un caos partido en dos, Tripolitana y
Cirenaica, con decenas de grupos armados que se matan entre
ellos. Entonces, parece que la solución se halla en evitar
que los barcos salgan de las costas de Libia. Si, en esta
ocasión, la Guardia Costera italiana está patrullando al
límite de las aguas libias en busca de cuerpos de ahogados,
¿por qué, entonces, Frontex (Frontex no nació como una
agencia de salvamento, sino para reprimir la inmigración
ilegal), o la misma Guardia Costera o la Armada italiana no
patrullan hasta el límite de las aguas libias, y en cuanto
observasen un barco sospechoso de llevar migrantes podrían
obligarlo a no entrar en aguas internacionales, a no seguir
navegando, y, en todo caso, avisar a los libios de la salida
de la embarcación sospechosa? Por supuesto, que, más pronto
que tarde, no faltarán quienes argumenten que de ningún modo
se va a impedir la salida de los barcos cargados de
migrantes, porque eso es ilegal, porque los derechos
humanos, porque sería conculcar el derecho de las personas a
la libertad de movimiento, porque bla, bla, bla. Pero, eso
sí, esos mismos estarán muy preocupados en cómo llamar a
esos que entran ilegalmente en nuestros países: ilegales,
sin papeles, clandestinos, irregulares… .
A estas alturas, no se puede negar que alrededor de la
inmigración ilegal se ha montado un tinglado, por llamarlo
de alguna manera, que está moviendo millones de euros en
financiar a ONGs, en las asistencias sociales, en los
empleados en los CETI y en los CIE y en otras actividades
para atender a esos que llegan buscando un lugar al sol
europeo. Son miles de personas que han hecho de la
asistencia a inmigrantes ilegales un ‘modus vivendi’. Tan
solo hay que observar el de los ‘funcionarios’, porque
actúan como tales, que forman la plantilla de la agencia de
Naciones Unidas para el refugiado, ACNUR. Si les fallara la
‘materia prima’, es decir, si se encontrase una solución
satisfactoria para evitar que entren esas masas de ilegales
en Europa, todo este ‘tinglado’ millonario se vendría en
parte abajo y dejaría a más de uno en cruz y en cuadro. Hay
un tiempo de palabras y hay un tiempo de hechos. Y este es
un tiempo de hechos. Ya sobran las palabras.
(PD/ Recuerde: faltan 27 semanas para el 6º Centenario de la
conquista de Ceuta por los portugueses: el 21 de agosto de
2015)
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