Me asusta el mundo que no
considera la igualdad de derechos para las minorías o la
independencia del poder judicial, que mira hacia otro lado
ante la multitud de migrantes desaparecidos en el
Mediterráneo, o que para controlar el orden público utiliza
la fuerza militar, porque es preciso evitar que en nuestro
corazón se levanten muros de resentimiento y venganza.
Realmente da miedo levantarse cada día y tragarse las muchas
peleas, las muchas divisiones, los muchos desconsuelos. En
ocasiones, pienso, que estamos dispuestos, con nuestro
aluvión de actitudes negativas, a poner fin a nuestra propia
historia, la de la especie humana. Millones de personas
huyen del terror sin entender nada. Hasta en las mismas
familias se terminan historias sin ninguna explicación, sin
un camino de acercamiento, sin poder aclararse la situación.
Hace tiempo que hemos olvidado el camino del humilde diálogo
para construir o reconstruir la convivencia. Quizás no sea
tan necesario alzar la voz, sino escuchar y hasta
doblegarse, para edificar puentes de entendimiento.
No se puede entender una vida sin conocer su historia. Por
desgracia, cada amanecer cuesta mucho más entender el
sentido de las cosas. Por ello, más que vivir, a veces
fenecemos bajo una manipulación perversa, muy sutil, que nos
descoloca. Siempre hay alguien que te dice lo que tienes que
hacer. Ya no existe el silencio para poder reflexionar. En
todas partes hay ruido que te insta a batallar sin entrar en
abecedarios del alma. Estoy convencido que los moradores del
mundo actual precisan otros lenguajes más del corazón para
poder derrotar los egoísmos, nuestra personal decadencia. En
demasiadas ocasiones damos de comer un alimento envenenado,
o hasta el mismo aliento nace contaminado por el
revanchismo. Algo que ciega los ojos del entendimiento.
Desde luego, deberíamos tomar otras posiciones más
comprensivas con nuestros semejantes. Porque uno puede
entender una situación con el intelecto, pero comprender en
profundidad los hechos, no es fácil, exige cuando menos leer
muy dentro de nosotros. La mente ha de estar muy abierta
para advertir el ser de las cosas. De lo contrario, no
entenderemos nada y será difícil cimentar viaductos de
lucidez para el discernimiento.
Considero que vivimos una época de tedio, donde la rutina
todo lo confunde y el aburrimiento se contagia. Nos han
dejado sin pasión por la verdad, nos han coartado nuestros
específicos desvelos y andamos, aparte de perdidos,
atrofiados por tanta doctrina nefasta que nos distrae el
pensamiento. La forma para que nada cambie pasa por no
preocuparse. Es la fórmula perfecta para que los dominadores
se sientan a sus anchas, haciendo y deshaciendo lo que les
venga en gana. Ciertamente, hace falta pensar, y mucho,
pensar colectivamente para extraer el mejor lenguaje que nos
acerque, y así, poder retornar, de este modo, a espacios
armónicos, que son los verdaderamente necesarios para poder
vivir en paz los unos con los otros. Por eso, hoy cuando
tanto se habla de soluciones políticas, yo digo soluciones
poéticas, es decir, se trata de activar el don del
entendimiento que está estrechamente relacionado con la
poesía. Cuando el verso habita en nuestro interior, no sólo
es capaz de iluminarnos nuestra mente, sino que también nos
hace crecer con la sensibilidad necesaria para ponernos en
el lugar del otro.
Por consiguiente, si importante es aprender a pensar, hay
quien dice que antes que escribir, más lo es cultivarse en
hallar el entendimiento como aspiración a lo mucho que
podemos lograr armónicamente unidos. Puede que lo
fundamental de la vida esté basado en entenderse, sobre todo
para esperanzarse, gozarla y vivirla. Nada se entiende en
solitario. Lo decía el inolvidable científico alemán Albert
Einstein: “la alegría de ver y entender es el más perfecto
don de la naturaleza”, y seguramente no le faltaba razón,
puesto que a veces tenemos que reencontrarnos para entender
la importancia que tienen las cosas que nos circundan. En
todo caso, si algo nos espanta que sea alguna historia
cómica, pero jamás ninguna historia humana. No sólo
necesitamos encontrar una respuesta a quiénes somos y por
qué vivimos, además requerimos entendernos para sentirnos
felices. Al fin y al cabo, la puerta de la felicidad es una
puerta a compartir con la convicción de sentirse algo y
alguien para los demás.
* Escritor
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