Inmediatamente después de que se tuvieron noticias de
quiénes eran los responsables y de la ideología (yihadista)
que les animó a cometer los execrables atentados de París,
el pasado mes de enero, la clase política, como una sola
voz, se apresuró a desvincular el Islam de los atentados y,
asimismo, llamó a que no se declarara una ola de islamofobia
en Francia. Daba la impresión de que las condolencias por
las víctimas se ponían al mismo nivel que la llamada a
evitar una ola de islamofobia y a desvincular el Islam de
los atentados. ¿El lenguaje cambia la realidad al mismo
tiempo que la representa? Lo cierto es que parecía que la
propia realidad les daba miedo. Es más, no perdieron ni un
minuto en calificar a los asesinos como descerebrados,
fanáticos, que habían hecho una interpretación extremista y
fundamentalista de la religión. Es más, no se perdió el
tiempo en conceptuar el yihadismo como una aberración. Por
cierto, ¿de dónde ha salido esta palabra? ¿No procede de la
palabra ‘yihad’, que es de uso común en el Islam? Por
cierto, ¿en qué fuentes beben estos descerebrados, fanáticos
yihadistas? Sí, ya hemos aprendido que en el núcleo de la
doctrina islámica, “yihad es el esfuerzo hacia la
divinidad”. Pero el actual yihadismo violento parece
inspirarse en aquella “estrategia político-militar” llevada
a cabo durante el establecimiento del Profeta en Medina.
Cierto es que ya pasa de castaño oscuro que nos maten como
conejos en nuestros países y la clase política pierda el
culo por salir a decir alto y claro que cuidado con la
islamofobia y con relacionar el Islam con las masacres. Es
más, Hollande se apresuró a decir que “Los musulmanes son
las primeras víctimas del fanatismo, del fundamentalismo y
de la intolerancia”. (…) “Los musulmanes deben ser
protegidos”. (…) “El Islam es compatible con la democracia”.
¿Pero, bueno, quién mató a quién en aquellos días de enero?
“Defender la libertad –como dice el periodista Manuel Coma–
prohibiéndose al mismo tiempo decir las cosas por su nombre,
es una extraña manera de hacerlo. No se quiere ver lo que
todos sabemos: será una interpretación aberrante del corán,
pero de ahí y de ninguna otra parte sale”. La yihad, en uno
u otro sentido, es intrínseca al Islam. A este respecto,
recordando a Orwell, libertad significa el derecho a decirle
a la gente lo que no quiere oír.
Lo peor que se puede hacer con el Islam es sacralizarlo más
allá de cualquier crítica. Se repite hasta la saciedad que
la crítica en democracia es un elemento constitutivo de la
democracia misma. ¿Por qué, entonces, el Islam ha de estar a
cubierto de críticas si al cristianismo y a la iglesia se
los critica por activa y por pasiva? Es más, los propios
prebostes de la iglesia católica entonan el mea culpa y
piden disculpas por los errores históricos cometidos en
nombre de la iglesia católica. La consecuencia de todo esto
es que la libertad de expresión en Europa se tambalea en
cuanto se trata de desarrollar un debate serio sobre el
Islam. Un debate sobre poner en cuestión ciertos valores que
configuran el Islam como religión que impregna todos los
ámbitos del creyente. Si en ese improbable debate alguien se
saliera del guión sería estigmatizado sin pérdida de tiempo.
Por el contrario, si seguimos obviando un debate serio y
tranquilo sobre el lugar del Islam en nuestras sociedades,
los problemas seguirán creciendo y fracturando nuestras
sociedades abiertas, democráticas y de pensamiento crítico.
Se evita cuidadosamente contraponer los valores islámicos
con los valores de las sociedades occidentales. A este
respecto, el filósofo francés Yves Michaud declara que los
valores de las culturas islámicas son incompatibles con los
nuestros. ¿Alguien ha oído decir esto a algún político y que
inmediatamente no fuera calificado como racista, xenófobo o
islamófobo? Es políticamente incorrecto y molestaría, no
sólo a los islámicos, sino a la progresía y a sus adláteres.
Así, quien sea calificado de islamófobo “resultará ser
enemigo visceral de la religión islámica en términos
similares a los del racismo”, escribe el politólogo Antonio
Elorza. De esta manera tan torticera, la palabra
‘islamofobia’ es utilizada para meter en el mismo saco “a
los que de forma irracional odian algo y a los que de forma
racional no están de acuerdo con ese algo sin que por ello
lo odien”. Así, respecto del Islam, hacer una crítica
realista sobre él es, para los políticamente correctos,
odiarlo. De esta manera se está impidiendo en nuestras
sociedades occidentales, vía código penal, cualquier crítica
constructiva (virtudes y defectos) sobre el Islam. El
resultado de esta mordaza es equiparar a los críticos
constructivos con los militantes del odio. Ahí es nada.
(PD/ Recuerde: faltan 29 semanas para el 6º Centenario de la
conquista de Ceuta por los portugueses: el 21 de agosto de
2015)
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