A veces la naturaleza del ser
humano es perversa, lo que exige injertar algunas bondades
adheridas a nuestra innata existencia, para que el cultivo
sea más humano. Hablo de esa cultura adquirida, en la que no
se puede permanecer estáticamente, puesto que todo está en
movimiento. Hasta el amor se fecunda permanentemente. Por
otra parte, poco tienen de afecto aquellas tradiciones que
nos degradan, deshumanizan y lesionan. Son violaciones a la
propia especie que debemos combatir activamente hasta que
desaparezcan. Pienso, ya que en este mes celebramos el Día
Internacional de tolerancia cero con la Mutilación Genital
Femenina (6 de febrero), en tantas niñas y mujeres
destrozadas de por vida. Ciertamente, tenemos que conservar
lo mejor de nuestras raíces, pero también hemos de abandonar
todo aquello que nos cause daño. Y, palpablemente, nos
menoscaba todo aquello que no lleva implícito el amor, que
además todo lo iguala. Sin duda, el momento histórico que
vivimos ha de empujarnos a tratar de encontrar caminos de
luz, desde una cultura de entendimiento y proximidad,
orientada hacia la solidaridad, o si quieren hacia las
pruebas de amor, cuyo cenit radica en dejar vivir
libremente.
Desde luego, para poner fin a la indigna mutilación genital
femenina es preciso contar con todos los sectores sociales
para desenmascarar el absurdo de una tradición. Se trata
nada menos de educar a las personas y de comprometer a las
comunidades en el universal derecho a la salud sexual y
reproductiva, y a una vida sin violencia ni discriminación.
Volvemos al amor para reeducarnos. No hay otro abecedario
como el del amor para transformar. Por desgracia, se calcula
que a día de hoy -según Naciones Unidas- hay unas ciento
veinticinco millones de niñas y mujeres mutiladas en
veintinueve países de África y Oriente Medio. En
consecuencia, no podemos caer en la desilusión, o en la
actitud de Pilato de “lavarnos las manos”, encerrándonos en
nosotros mismos, hay mucho trabajo que hacer para recuperar
el horizonte de la vida, donde cada vida es fundamental e
imprescindible. De lo contrario, si la tendencia actual
continúa, para 2030 aproximadamente ochenta y seis millones
de niñas en todo el mundo sufrirán algún tipo de mutilación
genital, con sus consabidos efectos negativos y
traumatizantes para la salud, y otras veces, incluso la
muerte.
Ante estas realidades numéricas no podemos permanecer
indiferentes. Esto no pasaría si amásemos sin medida. ¿Por
qué nos dará tanto miedo cultivar el amor? Tenemos que huir
de esa naturaleza malvada que acosa a la humanidad, y
apostar por otra vida más afectiva, en sintonía con las
propias emociones interiores y los propios sentimientos del
alma. El peligro individualista, así como el riesgo de vivir
en clave egoísta está ahí, en todas las culturas. Deberíamos
huir de esta tendencia cultural que nos acompleja, por sus
muchos tormentos que nos aplican en vena, optando por ser
más generosos con nuestros semejantes. Igual que nadie puede
arrinconar a nadie porque sí, tampoco nadie puede mutilar a
nadie sin más. El hecho de que algunas prácticas hayan
existido durante mucho tiempo no justifica su continuidad.
Sea como fuere, hemos de tener altura de miras, para darnos
la oportunidad de cambiar tradiciones que nos embrutecen. Ha
llegado, pues, el momento de humanizar las culturas y,
asimismo, de avivar la defensa de la ciudadanía y de su
promoción cultural. Para ello, es necesario presentar la
palabra diálogo, absolutamente indispensable, de lo
contrario estaremos dando palos de ciego. Verdaderamente,
dialogar es el primer acto de amor.
Naturalmente, el diálogo intercultural, bajo una actitud de
reciprocidad y comprensión para simpatizar con todas las
pluralidades de pensamiento, es una buena orientación para
penetrar en todo el orbe y, así, poder contribuir a una
armónica humanización de la especie. El ser humano, y más el
sector vulnerable, es humillado continuamente por poderes
sin escrúpulos y por sistemas económicos que explotan y
comercializan con vidas humanas con total descaro. Considero
muy necesario aumentar mucho más la conciencia pública más
allá de cualquier cuestión de género. Ahora más que nunca,
es el momento de la acción conjunta y Naciones Unidas es
imprescindible para esa protección y ese promover otra
cultura más respetuosa con el ciudadano. Tenemos que
asegurarnos de que las mujeres más marginadas y las
adolescentes más excluidas, pueden llevar una vida digna y
productiva, con el acceso universal a servicios de
planificación familiar, contribuyendo así a un bienestar que
todos nos merecemos.
Sacudidos por los desequilibrios socio-políticos, por las
inestabilidades propias de los descubrimientos científicos,
por el ocaso de las viejas ideologías y el deterioro de los
viejos sistemas, urge poner en valor la autonomía de la
persona. Nuestra época actual nos revela descarnadamente la
contienda entre géneros, la falta de orientación y la
inmensa necesidad de acogida. Hay un hambre más tremenda que
la física, es la del espíritu. Requerimos corazones que
iluminen y auténticos amores incondicionales, que son los
únicos que puedes reanimarnos ante el despertar de una
civilización de lo universal. Téngase en cuenta que la
humanización que se requiere, por consiguiente, es más que
una simple adaptación externa, a mi modo de ver significa
una transformación íntima de los auténticos valores
culturales, mediante su integración en la ética y en la
moral más profunda de las diversas culturas humanas. A mi
juico, creo que es vital hacer comprender a nuestros
contemporáneos que cualquier ser humano, mujer u hombre, es
lo más significativo más allá de las finanzas, de los
sistemas políticos y de las alianzas militares. El orden no
puede recaer en el miedo o en la fuerza, sino en el
entendimiento. Si hay algo que desterrar que sea la cultura
de la impunidad, lo que viene posibilitando que la violencia
contra los más vulnerables continúe proliferando.
Obviamente, la sociedad del mañana deberá ser diferente en
un planeta que no tolera más las actitudes discriminatorias
de género. Por muchas tradiciones que nos cohabiten de
Oriente a Occidente, de Norte a Sur, esta apertura hacia
nuevos espacios requiere, en todo caso, sabia meditación y
audaz previsión. Aunque el futuro pueda parecernos incierto,
si es verdad que nos invade una certeza, que la ciudadanía
se ayuda a crecer en el corazón de todas las culturas.
Siempre habrá una ilusión a conquistar, inherente consigo
mismo, la de que cada persona pueda afirmarse en su
libertad, avanzar con su responsabilidad y poder actuar en
favor de los demás de manera solidaria. No hay otro secreto
que el amor para motivarse, el amor al ser humano, el amor
sobre todo lo demás. Es la necesidad cardinal de toda
cultura humana, que se precie de ser condescendiente con los
suyos.
Humanizar con nuestra acción ejemplarizante, y dar
nuevamente a la familia el sitio que le corresponde, hará de
este mundo una irradiación cultural más vigorosa, sobre todo
en la búsqueda de la belleza y de la verdad, de la unidad y
del amor verdadero. En cambio, si tomamos la vía de una
cultura sin trascendencia, irrespetuosa con su propia
especie, pereceremos ante la atracción del dinero y del
poder, del placer y del éxito. Nos hallaremos, con la
insatisfacción causada por el materialismo, por la pérdida
del sentido de los valores morales y por el desasosiego ante
el porvenir. ¿Verdad que le suena esta cultura del tormento?
Pues cambiémosla, así de fácil. Ya sabemos que solo el amor
puede alentar todas las cosas. Sí, sí, más de lo mismo: el
amor ha de unirse a todas las culturas.
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