El mensaje del Papa Francisco,
para la cuaresma 2015, no puede ser más explicito:
“fortalezcan sus corazones”. Sin duda, la peor prisión es un
corazón indiferente. Naturalmente, la insensibilidad es tan
acusada en todas las culturas, que hemos convertido el
planeta en un viaje habitado por auténticos monstruos.
Cuando se toma como actitud de vida, que cada individuo no
piense más que en sí mismo, nos olvidamos de los demás, y
entonces nuestro propio corazón, sólo siente por sí y para
sí. Indudablemente, este proceder egoísta, ha alcanzado una
dimensión tan amplia, que podemos hablar de una apatía hacia
nuestra misma especie. El Santo Padre habla, justamente, de
una globalización de la indiferencia. Por desgracia, solemos
escondernos en la fría dejadez ante el sufrimiento de los
otros, incluso cuando somos los causantes. Tanto es así que
asistimos a una desgana total por el valor de la vida
humana. Resulta público y notorio que todos podemos hacer
más por los demás. Yo, como aquel célebre escritor francés:
Anatole France, también “prefiero los errores del entusiasmo
a la indiferencia de la sabiduría”. Desde luego, avivar el
egoísmo no conduce a buen puerto, hasta el punto que los
grandes acaparadores son el injerto de los grandes males.
Evidentemente, no hay cristales de mayor aumento que los
propios ojos del ser humano cuando mira su propia persona,
el exceso es tan incuestionable que hay ciudadanos que se
animan, con tal que ellos, y sólo ellos, puedan seguir
cosechando riquezas para sí. Precisamente, para no caer en
esta cultura de pasividad, de encerrarse en sí mismo, el
Papa Francisco propone tres sustanciosos pasajes para
meditar acerca de este cambio, tan necesario como preciso.
El primero se refiere a que “si un miembro sufre, todos
sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran
con él” (1 Co 12,26). Ciertamente, puesto que estamos unidos
al Creador, o a una misma fuerza creativa (la de la especie
humana), todo ha de afectarnos. La humanidad es una familia
única, y como única ha de estar unida e indivisible, para
seguir siendo ella misma. El segundo punto hace mención a
“¿dónde está tu hermano?”(Gn 4,9). La misión es el amor, sin
condiciones, ni condicionantes. El amor de amar en su
verdadero esplendor, hasta los confines del orbe. El tercer
fragmento nos lleva a la cita de que “fortalezcan sus
corazones” (St 5,8). Indudablemente, puede que estemos
saturados de noticias que nos narran el sufrimiento humano,
y tal vez podamos sentirnos abrumados, incapaces de consolar
tantas miserias, pero la indiferencia jamás va a ser
solución, y máxime cuando nosotros mismos podemos llegar a
ser nuestro peor enemigo.
También conviene recordar que frente a esta cultura
insensible, también hay otras personas verdaderamente
admirables, que ponen en peligro su vida a través de
operaciones humanitarias. Por otra parte, la falta de
implementación de leyes y de rendición de cuentas de las
autoridades, así como los escasos avances en la lucha contra
la ilegalidad, generan las condiciones para que se produzcan
violaciones a los derechos humanos y hechos violentos por
doquier lugar. Convendría, pues, desde el respeto y el saber
apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y
las distintas formas de expresión de los seres humanos,
hacer hincapié en otros cultivos más de compromiso con el
ciudadano, con todos los ciudadanos, sin distinción alguna.
Nada de lo que ocurra a un morador del planeta nos debe
resultar impasible o ajeno. En todo caso, frente a la
preocupante indiferencia e inercia de muchos de los sistemas
de justicia de algunos países para investigar y perseguir
hechos delictivos, que se traduce en un alto índice de la
impunidad, tampoco podemos, ni debemos, permanecer callados.
Ha llegado la hora, por consiguiente, de activar otros
caminos más transparentes y equitativos, tomando auténtico
partido en caminar unidos como especie, todos juntos hacia
la paz, o nunca la encontraremos.
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