A pesar de tantas experiencias de
dolor que nos asedian por doquier rincón del camino, hay
lugares verdaderamente emblemáticos, donde a poco que
penetremos con el alma nos reencontramos con la poesía. Con
demasiada asiduidad, portamos un corazón tan endurecido que
precisamos volver a nuestra propia intimidad a
interrogarnos. Un lugar idóneo para ello, se ubica en el
Señorío de Quevedo, en “su aldea”, en mi pueblo de adopción,
y en el de todos aquellos ciudadanos que gusten de saborear
los silencios, los más níveos acordes, o los mismos
abecedarios del viento, acompasados por el paisaje del sol o
el peinado de la luna. El paraíso del que hablo es un
municipio de España, situado en el Campo de Montiel, en
plena Mancha, y que no es otro, que Torre de Juan Abad, para
mí la Torre de mis añoranzas y desvelos. Aconsejo que lo
visiten en cualquier momento, y comprenderán que no exagero,
pues hasta sus moradores (Torreños) son personas de espíritu
abierto, sencillas e ingeniosas, acogedoras porque saben lo
que es amar, y a la vez, imaginativas porque saben no sólo
mirar, también saben ver con otros ojos el perfume de
nuestros diarios existenciales. Al fin y al cabo, la vida no
es otra cosa más que un deseo de vivir armónicamente.
Torre de Juan Abad también es reconocida y ensalzada por sus
únicos y apoteósicos ciclos internacionales de Órgano, todos
ellos celebrados en la iglesia parroquial de Nuestra Señora
de los Olmos. Precisamente, acaban de editar un
recopilatorio del pasado año (el XIII), una auténtica joya
de buen hacer y mejor decir a las alabanzas del Creador.
Felicidades a sus organizadores y colaboradores. Un trabajo
espléndido de montaje y dirección a cargo de Manuel Carcelén
Montes, con la grabación en directo de Luis Manuel Ginés
Guijarro y aportes fotográficos de José María Lozano y
Carlos Villar. También las históricas fotos son de un
encanto increíble. Bajo la dirección del festival, Urbano
Patón Villareal, y todo el pueblo unido a los augustos muros
del templo venerado, en donde convergen la piedad y la
admiración de los muchos visitantes que vienen a llenarse el
espíritu de expresiones tan puras como místicas, no en vano
su histórico órgano está considerado entre los ocho mejores
instrumentos europeos, donde visiblemente se advierte el
pulso de lo trascendente y donde se hallan incomparables
expresiones de genialidad, aquí, decimos, es natural que la
música -la más espiritual de las bellas artes- aporte su
sosiego, su armonía, su gozo y hasta su misterio. Aquí,
digo, en mi Torre amada, el alma se empapa de quietud, y la
llama del afecto es tan profunda, que uno siente llorarse
por dentro de emoción. Todo el mundo llega a ser una
verdadera sinfonía, respetuosa con la diversidad de
visitantes y autóctonos, a los que les une las divinas
armonías para expresar los sentimientos de gratuidad y
gratitud. Desde luego, no hay en otros sitio de España,
lugar mejor para escuchar música de órgano, sobre todo para
embellecerse de vida.
Por sí mismo, este instrumento de Torre de Juan Abad, todo
él original desde su construcción por Gaspar de la Redonda
en 1763, es una auténtica pieza de museo. A esto hay que
sumarle sus extraordinarios ciclos de conciertos, de una
pureza artística que nos traspasa hasta llenarnos la mente
de un lenguaje casi celestial, elevándonos fuertemente a las
cosas más altas, a Dios. Lo decía en uno de mis versos: “En
Torre de Juan abad el órgano no cesa de elevar/ sus
plegarias al Creador, cuando no hay manos para tocar,/ son
las manos de Dios las que estremecen el corazón” . Hace bien
el pueblo en hacer resonar este hermoso culto por la
estética del ritmo musical, por fomentar estos inmaculados
conciertos, por activar la gran variedad de timbres que
tiene este singular instrumento, capaz de dar resonancia a
todos los ámbitos de nuestra propia existencia.
Inevitablemente, escuchando el recopilatorio de Conciertos
2014 me ha recordado, de algún modo, la inmensidad y la
magnificencia de este pequeño pueblo apiñado a los numerosos
tubos y registros, tanto es así, que todos forman una unidad
junto a Dios. En todo caso, pienso que cuanto más nos
dejemos transformar por este tipo de músicas y de hábitats,
tanto más seremos capaces de transformar también el mundo,
irradiando la armonía con la que todos soñamos. Nos hace
falta.
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