Después de los terribles atentados del 7 de enero en
Francia, aquellos que tienen responsabilidades políticas, la
prensa en general y dirigentes religiosos de todo pelo y
condición se han apresurado a manifestar que todo ha sido
obra de “iluminados que no tienen nada que ver con la
religión islámica”. Obviamente, ha habido, también, quienes
han afirmado enfáticamente que detrás de estas fechorías y
de quienes las han llevado a cabo se encuentra una
determinación político-religiosa que hunde sus raíces en el
Islam, en sus preceptos coránicos y en los hadices del
Profeta. Quienes sostienen que nada tiene que ver el
yihadismo, forma extrema del Islam radical, con el Islam,
obviamente, tienen un ojo puesto en sus respectivos países
en donde las comunidades islámicas son muy numerosas y, por
ende, no hay que tenerlas descontentas, y menos
relacionarlas directamente con los sucesos de Francia. Se
trataría en este caso de curarse en salud. Y también de no
hacer diana en el Islam a la hora de buscar el origen de ese
fanatismo que anima a los terroristas a cometer sus
crímenes. Se trata, en suma, de eximir al Islam de cualquier
responsabilidad con lo sucedido en Francia. Pero, Georg
Krause, ingeniero alemán, contrario a la islamización de
Alemania, advierte que “la canciller Merkel siempre repite
la evidencia de que no todos los musulmanes son terroristas.
Pero lo que debería reflexionar es por qué todos los
terroristas son musulmanes”. Pero si se repite hasta la
saciedad que el Islam es una religión de paz, una religión
de amor, ¿cómo es posible que haya quienes cometan estas
carnicerías enarbolando el Corán, y al grito de Alá es
grande, un día sí y otro también? ¿Quiénes han inyectado en
el corazón y el cerebro de esos terroristas el odio al
diferente, la xenofobia, la invocación a la yihad global, el
odio a Occidente, el odio al “kafir”? La respuesta vendría
dada por ese adoctrinamiento de millones de jóvenes y
adultos musulmanes en mezquitas en las que se les inculca un
odio visceral al mundo no islámico. Y, ¿por qué no?, la
memorización a macha martillo del Corán conduce a una visión
negativa de Occidente y a considerarlo un enemigo a batir.
De aquí la opinión tan extendida entre los musulmanes de que
el Islam es el remedio a la decadencia de Occidente.
Se ha tratado de dar respuesta a esta dualidad paz-violencia
interna en el Islam atendiendo al estudio de las azoras del
Corán. Hay estudiosos del Islam que han establecido “una
distinción entre la construcción estrictamente teológica del
Islam durante la fase de predicación del Profeta en La Meca
y las prescripciones ligadas al conflicto de naturaleza
político-militar después de la hégira (la salida de La Meca
hacia Medina). Es decir, los versículos de la libertad, que
son los de La Meca, constituyen el mensaje eterno del Islam,
mientras que los de la yihad, los de la guerra entre el
Profeta y sus adversarios, son medinenses, es decir, de
Medina, la ciudad a la que huyó el Profeta. Cuando se hable
de yihad como esfuerzo hacia la divinidad se está refiriendo
a los versículos de La Meca, y cuando se hace alusión a la
yihad como actitud violenta hacia quienes no son musulmanes
y a ocupar territorios que en su día fueron islámicos,
entonces, se está aludiendo a los versículos medinenses, es
decir, los de Medina, ciudad en la que el Profeta tuvo que
adoptar una actitud guerrera para hacer frente a sus
opositores. El yihadismo, no se olvide, hace una
interpretación fundamentalista y extremista de la religión.
Pero una vez expuesta la diferencia entre el Islam no
violento y el Islam radical-yihadista, no se vaya a creer
que el Islam no violento “renuncia a proclamar la supremacía
de su credo”. Tal vez, como propone Mohamed Charfi, sería
conveniente dejar a los imanes al margen de la política para
desarraigar el fundamentalismo, y que todo se resolvería
“cuando los islamistas admitan que el derecho positivo
moderno, diferente de la sharia, es legítimo”. De esta
manera “el pensamiento musulmán progresista ofrece una
dimensión utópica que rompe aún más con el Islam
tradicionalista”. Ardua, titánica y utópica tarea la que
propone Mohamed Charfi.
Llegados a este punto, se aprecia con meridiana claridad que
estos terroristas y su carnicería sí tienen que ver con el
Islam, al menos con el Islam que se tilda de violento,
yihadista y extremista. El Islam, como ha quedado reflejado
más arriba, que hunde sus raíces en las azoras medinenses,
de Medina, a donde se fue a refugiar el Profeta al huir de
La Meca. En los versículos de esas azoras se explicita que
las relaciones del Profeta y sus adversarios “se rigieron
por la lógica de la guerra”, que duró hasta su muerte. Es a
esta parte fundamentalista y extremista del Islam a donde
acudieron los terroristas del 7 de enero y a donde acuden
todos los sicarios de Al-Qaida y los del llamado Estado
Islámico. También, aquellos que viven en Occidente, o en los
países islámicos, y, sin pertenecer a ambos grupos, aplauden
con las orejas tales masacres, las apoyan con su silencio o
recurren a la conocida ‘takiya’. Respecto de Europa, debe
abandonar las políticas de apaciguamiento, y pasar de las
palabras y de las meras condenas a los hechos. Durante más
de 30 años se ha hecho la vista gorda y se han hecho
concesiones de todo tipo a los musulmanes en los países
europeos en nombre de la diversidad y de la tolerancia.
Europa debe tomar medidas extraordinarias para lidiar con
hechos extraordinarios y dejar de perderse en disquisiciones
de si son galgos o podencos, es decir, si se prefiere
libertad o seguridad. No hay libertad sin seguridad. Para
qué quieres libertad si tu vida o la de los tuyos pende de
un hilo. De ningún modo la receta debería ser, como dice sin
pudor alguno el periodista Fernando Jáuregui, “Contra el
terror, tolerancia”.
(PD: Recuerde: faltan 31 semanas para el 6º Centenario de la
conquista de Ceuta por los portugueses: el 21 de agosto de
2015)
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