Naturalmente, me refiero a mis
alumnos, en el IES “Siete Colinas”, que ayer, día 9 de
enero, y sin yo sospechar nada, tuvieron la delicadeza y
toda una gran gentileza de estar más a mi lado que nunca, en
un día que era importante para mi, al ser el día en el que
yo cumplía esa cifra, que hace años me parecía mágica, y que
ya ha llegado, los 70 años.
Este detalle, con todo lo que hicieron, de unos alumnos muy
jóvenes todos ellos y con todo el mundo por delante ahora
mismo, nos pone de manifiesto que la juventud, a la que no
siempre se comprende como es, tiene unos valores, tiene unas
bases, que nos deben hacer reflexionar a quienes ya hemos
cruzado muchas barreras, en esto de la edad, sobre si su
orientación, muy distinta a la nuestra, no llevará por ese
camino que ellos han elegido a que las personas, también por
ahí, logren los mejores objetivos, en su marcha.
Hay veces que esperas o piensas que pueden darse ciertos
pasos por parte de estos jóvenes que al final nos sorprenden
gratamente, y yo, ni de lejos, pensaba que tal tipo de
atenciones las iban a tener conmigo estos jovencitos,
precisamente en el día que, por última vez, iba a cumplir
años en una clase, pero ellos me han demostrado que, también
saben que, incluso, ciertas reprensiones deben ir
encaminadas, en todo momento, a hacer más fructífero su
esfuerzo y a mejorar, aún más, sus valores.
A lo largo de muchos años, la mayor parte de mi vida, he
tratado con jóvenes que estaban en ese proceso de formación.
Debo reconocer que siempre fui exigente, pero también digo
que he sabido medir el terreno que estábamos pisando mis
alumnos y yo, comenzando por ser honrado conmigo mismo y
mucho más con mis alumnos. Al final, al menos hasta hoy, los
resultados los considero positivos, porque si bien es cierto
que nunca un profesor debe suplantar a un padre, lo que sí
debe y tiene que hacer, en muchas ocasiones , es suplirlo,
en los instantes en los que un alumno pueda estar
equivocándose en su ruta.
De esta manera, y lo tengo a gala, la relación del docente y
el discente, del profesor y del alumno, como decía Sócrates,
es una relación de amistad, basada en ese amor común que
debe existir por el saber. Naturalmente un helenista no
podría ir por otros derroteros.
Ahora, cuando ya he entrado en el que será el último año de
mi profesión como docente, al haber cumplido ese último año
de la profesión, pero en la clase, tengo que valorar todo lo
que significan y son los alumnos, primero en el aula y luego
fuera de ella. Sólo así podremos entender los docentes lo
que es la enseñanza, algo muy distinto a la larga serie de
papelitos que tratan de hacerte llenar y rellenar, desde
ciertos organismos oficiales, siempre papeles propugnados
por quienes nunca o en contadas ocasiones estuvieron en un
aula y jamás se enfrentaron a los problemas que, en muchas
ocasiones, sólo el profesor, al menos el profesor de verdad,
sabe que tienen o tiene alguno de sus alumnos.
Mentiría si dijera que en la enseñanza es todo duro o todo
complicado. No es así y las complicaciones, cuando las hay,
vienen pergeñadas por gentes que ni están, ni estuvieron, ni
se les espera en un aula de clase.
En el aula suele haber, con sus problemas y todo, bastante
normalidad, porque, dejando los papelitos de lado, los
alumnos, cuando son de verdad alumnos, por sí mismos,
aportan esa normalidad y los profesores, si son tales,
llevarán la normalidad por bandera.
Y para mí, la mejor normalidad hoy, cuando acabo de cumplir
70 años en el aula en la que he impartido cientos de clases,
es tener unos alumnos como los que tengo la suerte de tener,
muy buenas personas, muy buena gente y ... ¿Por qué no
decirlo?, en su mayor parte, aspirantes a ser cada día un
poco mejor estudiantes. Por todo esto, a todos ellos les
digo. De verdad, de verdad, os querré siempre.
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