Siempre nos hemos dicho; que año
nuevo, vida nueva. Tras los buenos deseos que todos nos
intercambiamos, empezamos a caminar con cierto júbilo
espiritual y, estos caritativos propósitos que nos hemos
injertado en el alma, hay que llevarlos a la realidad de la
vida. Cuántas vías de paz se proponen, e incluso se imponen,
y, sin embargo, en materia de pacificación universal, los
acuerdos distan mucho de la situación existente. Pero está
bien insistir en ello, ponerse en situación de recomenzar y
evaluarse. Unas veces porque nosotros mismos carecemos de
paz en nuestro propio corazón. Permanecer en la mentira, o
en la verdad mal entendida, disimulando el engaño y
disfrazando los designios, lo único que hace es acrecentar
nuestra quiebra como seres humanos, como humanidad, como
familia armónica. Al tesoro de la armonía se llega por el
equilibrio natural de las culturas y de los cultivos
ciudadanos.
Naturalmente, el gobierno más ensalzado por mí, será aquel
que escucha a la ciudadanía y propicia una sociedad libre,
responsable y democrática, en la que todos podamos vivir en
unión y con iguales posibilidades. Cuando las raíces de
nuestra vida moral están completamente podridas, o cuando la
base de nuestra sociedad está corrompida por la falsedad,
resulta complicado cimentar sentimiento alguno capaz de
fraternizarnos. Por eso, la ansiada paz social es también un
horizonte cada día más lejano. El instinto dominador de unos
sobre otros es la causa principal de tantas divisiones
absurdas. Si en verdad tuviésemos conciencia de ser una
única familia, la de la especie humana, quizás conviviríamos
mejor y coexistiríamos más armónicamente. Por tanto, pienso
que nunca es tarde para empezar a abrazar los sueños a la
vida que cada uno llevamos consigo. Si todos avivásemos
nuestra concordia con el semejante, con el más próximo,
estoy seguro que se derrumbaría la carrera de armamentos, y
hasta la malicia humana entraría en destierro.
En el fondo, son las relaciones con nuestro especifico
linaje, lo que da sentido a nuestro diario caminar. Pongamos
el corazón y dejémonos sorprender por él. Convencido de que
únicamente una vida donada a los demás es una vida vivida y
que, en todo momento, merece ser revivida, propongo el firme
deseo de la reflexión. Es bueno ponerse a pensar, no hace
falta saber mucho, sólo hay que dejarse remover por la
conciencia. Especie que no medita, difícilmente puede
continuar por mucho tiempo. Por cierto, en esa línea de
mover sensibilidades ciudadanas, me parece una acertada idea
que Naciones Unidas haya proclamado la Década Internacional
de los Afrodescendientes (2015-2024), citando la necesidad
de fortalecer la cooperación nacional, regional e
internacional en relación con el pleno disfrute de los
derechos económicos, sociales, culturales, civiles y
políticos de las personas de ascendencia africana, y su
plena e igualitaria participación en todos los aspectos de
la sociedad. Realmente, no podemos permanecer pasivos ante
situaciones indignas e inhumanas, que podríamos vivir
cualquiera de nosotros, víctimas de estructuras injustas y
excluyentes que cohabitan por cualquier rincón del planeta.
Los nuevos tiempos actuales son desesperantes para muchas
personas. Hace tiempo que se debieron adoptar medidas a
escala mundial, de manera decidida y coordinada, contra los
contrabandistas de personas desesperadas, que no pueden más
y huyen sin pensar en la muerte. Muchos mares son ya
auténticos cementerios. En 2014, más de tres mil migrantes
se ahogaron en el Mediterráneo en su intento por cruzar
ilegalmente en embarcaciones poco seguras controladas por
bandas criminales. Son vidas nuestras, cuyo único deseo es
un lugar más seguro para sí y para sus familias. Las leyes
migratorias restrictivas y el endurecimiento de los
controles en frontera, están activando el aumento irregular
de migrantes, al tiempo que se está consolidando el negocio
de organizaciones que trafican con seres humanos. Porque
somos parte de una sola humanidad no podemos permanecer en
nuestro pedestal de soberbia, todos podemos hacer más por
esta gente, al menos reconocernos en ellos y actuar a su
lado para transformar la política migratoria en un objetivo,
de respeto a toda dignidad humana.
En su último mensaje del 2014, uno de los líderes actuales
con mayor aceptación a nivel mundial, el Papa Francisco,
instó a sus fieles a no olvidar “la fugacidad de la vida”.
Como humanos, dijo, hay “un tiempo para nacer y un tiempo
para morir” y “el Año Nuevo es también tiempo para
reflexionar sobre nuestra mortalidad”, sobre “el final del
sendero de la vida”. Ciertamente, tenemos que salir de
nuestro propio aislamiento y encaminarnos hacia esas otras
personas que reclaman nuestra generosidad. Será lo que dará
sentido a nuestras acciones, a nuestra manera de actuar y
ser. Pensar quizás sea el trabajo más difícil que existe, y
máxime, cuando debemos hacerlo para que nuestros semejantes
alcancen el horizonte del respeto y de la consideración de
todos nosotros. Por desdicha, un parte de la población
humana actúa cada día sin pensar, han sido adoctrinados para
obedecer únicamente, y otra parte, también muchas veces
piensa, pero no actúa. La arrogancia domina tantos corazones
que los vuelve intransigentes y estúpidos. De ahí, que la
estupidez, aparte de estar a la orden del día, hace
imposible cualquier diálogo. Sin duda, en una plática de
sordos nadie sabe de nadie, ni nadie quiere entenderse con
nadie.
Sea como fuere, creo que tenemos que dejar de ver al mundo
como un mercado, en el que todo se compra y se vende. El
orbe de las finanzas y de las políticas tiene que dejar de
bracear en la inhumanidad y centrarse en el ser humano.
Hemos de volver a la lucidez del buen hacer. Lo vulgar nos
ha vuelto estúpidos y lo nefasto es proseguir perseverando
en el error. Urge restablecer la esperanza en el planeta,
más que un falso optimismo que al fin puede decepcionarnos.
Verdaderamente, todo está como muy tenso. Me temo que muchos
seres humanos han perdido la confianza hasta en sí mismos.
Tampoco busquemos refugio en los lamentos. Desenmascaremos
antes esta idolatría mundana que quiere gobernarnos a su
antojo, este progresismo adolescente que no activa signos de
gratuidad alguna, como si el ser humano pudiera eternizarse
por el dinero, y salvarse por este poder mundano.
En cualquier caso, quien tiene ilusión vive de otra manera
aunque el futuro sea sombrío. No olvidemos que cada
generación tiene que ofrecer su propia aportación de vida y
una cierta garantía de prolongación. De lo contrario, una
sociedad que no logra aceptar a los que sufren, que no lucha
por la inclusión, se convierte en un colectivo cruel y
atormentado. Teniendo en cuenta que nuestras existencias
están interaccionadas deberíamos ser más piña, más pensar en
el otro, más corazón para el otro. Al fin y al cabo, todo
está entrelazado. Nadie vive solo. Nadie camina solo. Nadie
es algo por sí mismo. Todo depende de todos. Esta es la gran
lección. Seamos, pues, sembradores de amor. Lo único que
perdurará para siempre. No hay otra cosa que el amor, es lo
único que precisamos como encadenamiento. Por consiguiente,
a mí se me ocurre dejar impreso este anhelo: AMA sobre todas
las cosas y luego reinvéntate lo que quieras.
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