En efecto: un país que no defiende sus fronteras no es un
país. Y España va camino de dejar de ser un país. Será otra
cosa, pero dejará de ser un país. Si nuestros representantes
en el Congreso no aciertan a ver el peligro que supone la
inmigración clandestina que entra por las fronteras de Ceuta
y de Melilla para la seguridad y la convivencia, el futuro
de España será más que problemático. Si se sigue
cuestionando la salvaguarda y vigilancia de nuestras
fronteras en Ceuta y en Melilla y se sigue poniendo en
cuestión la defensa de esas fronteras, el acceso de
innumerables elementos extraños a nuestro país será de unas
consecuencias incalculables. Escribe Rafael Chirbes en su
notable novela “Crematorio” que la permeabilidad absoluta es
el desconcierto y una sociedad desconcertada está condenada
a la ruina. A ser devorada por alguien. Esta afirmación del
escritor valenciano bien pudiera ser aplicada a la sociedad
española. España es una sociedad desconcertada que no atina
a ponerse de acuerdo respecto de cómo tratar el peligro que
supone la inmigración ilegal. Las fronteras en Ceuta y en
Melilla son de una permeabilidad tal que asusta. Estamos
siendo ‘devorados’ por la ineptitud y la ceguera de nuestros
representantes en el Congreso al no querer darse cuenta de
que la inmigración ilegal es un peligro a todas luces.
La oposición al gobierno en el Congreso se escuda en los
derechos humanos para arremeter contra la Ley Orgánica de
Protección de la Seguridad Ciudadana, ellos, la oposición,
la llaman la “ley mordaza”. Dentro de esa ley se contempla
el rechazo “en caliente” en las fronteras ceutí y melillense
de los ilegales que traten de entrar por la fuerza a las
ciudades españolas del norte de África. Es tal el grado de
ceguera y de estulticia de la oposición que incluso amenaza
con derogarla si en la próxima legislatura hay una mayoría
distinta a la absoluta del PP. No cabe duda de que esta
postura de la oposición podría animar a los futuros
invasores a no cejar en sus intentos de encaramarse a las
vallas bien de Melilla o de Ceuta. Ya no hay duda de que en
estas dos ciudades hay una herida abierta y por ella
entrarán los futuros males de convivencia en la sociedad
española. Si no han entrado ya.
¿Pero de verdad estamos seguros de lo que estamos metiendo
en nuestras casas, haciendo dejación de la defensa a
ultranza de nuestras fronteras? ¿Es estupidez o ignorancia?
¿Hay algo más allá de la defensa de los derechos humanos
para dejar entrar a tanto clandestino? ¿No será que han
convertido los derechos humanos en un ardid, en una treta,
para no luchar contra esta invasión descarada de
extranjeros? ¿No se estarán justificando delitos bajo la
coartada de los derechos humanos? ¿No se dan cuenta estos
políticos de todo a cien de que estos clandestinos acabarán
formando guetos de africanos, que son auténticos vertederos
de personas del tercer mundo sin oficio ni beneficio ni
futuro, viviendo de la asistencia pública que pagamos todos
los europeos? ¿Tan necios son estos representantes del
pueblo que pasan por alto que más pronto que tarde empezarán
los conflictos étnico-religioso-culturales? ¿Es tan difícil
ver que la inmigración clandestina es una bomba de espoleta
retardada? ¿O quizá de lo que se trata es: o permites la
invasión o conculcas los derechos humanos? Si esto último es
cierto, parece una sutil trampa diabólica, se mire por donde
se mire.
Acaso esos prebostes que sientan sus nobles posaderas en los
confortables sillones del Congreso quieran creer que esta
inmigración ilegal se ajusta al patrón que tienen de la
inmigración en su imaginario –inmigrante bueno, sociedad de
acogida mala–. La realidad, por el contario, es tozuda y
bien tozuda. La realidad viene a cada momento a
desengañarlos (y a desengañarnos) y para evitar verla –como
hacen nuestros representantes en el Congreso– miran para
otro lado. Acaso esos prebostes a los que me refiero
disparan con pólvora del rey: como ellos y sus familiares no
van a rozarse en su vivir cotidiano con esos inmigrantes
ilegales, ni los van a socializar en sus barrios, ni en sus
escuelas, ni en sus zonas de ocio, pues a fuerza de ser más
demócratas que nadie apoyan con todo el ruido del que son
capaces, descalificando al gobierno, que es el que presenta
la ley, la entrada de los ilegales por las fronteras de
Melilla y de Ceuta.
Lo más increíble de todo esto es que nadie –o muy pocos–
repruebe esta invasión, es decir, que no hay una reprobación
unánime de estas entradas violentas y de las violaciones de
las fronteras españolas. ¿Es que aún no se ha hecho
insoportable esta inmigración ilegal? Si esto no es una
rendición se le parece mucho. Un país que se rinde empieza
por ser vulnerable en sus lindes. Lo que sí parece ser
cierto es que aquí alguien está engañando a alguien. Quizá
sea cierto el viejo adagio de “maneja a los estúpidos y
manejarás el mundo”. Será eso.
(PD/ Recuerde: faltan exactamente 36 semanas para celebrar
el 6º Centenario de la conquista de Ceuta por los
portugueses: el 21 de agosto de 2015).
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