Celebramos el trigésimo sexto aniversario del referéndum de
aprobación de la Constitución española, un texto que ha
servido como pilar de la convivencia que hemos mantenido
durante todos estos años. Una Carta Magna que nos trajo la
libertad, la democracia, los valores de justicia, igualdad y
sobre todo el estado social y democrático de derecho.
Treinta y seis años después, la actual Constitución española
se ha quedado obsoleta, en todo ese periodo solo dos cambios
se han realizado, ambos motivados por la Unión Europea, uno
lógico y negociado, otro impuesto e irracional en el que han
prevalecido los intereses externos sobre los intereses de
los ciudadanos y ciudadanas de este país.
El primer cambio, realizado en agosto de 1992, fue
introducir en el artículo 13 las palabras “y pasivo” para
que con la entrada en la Unión Europea, los ciudadanos de la
Unión tuvieran los mismos derechos en España, que los
españoles en el resto de los Estados miembros: el poder
elegir y ser elegidos miembros de las instituciones
democráticas de cada Estado y el poder acceder a la función
pública.
El segundo cambio fue el artículo 135 realizado en
septiembre de 2013, en el que se introdujo todo un arsenal
de medidas que incluso pueden considerarse
anticonstitucionales: el déficit cero, la prevalencia del
pago de la deuda externa ante cualquier otro tipo de gasto,
la obligación de las Comunidades Autónomas de una ley para
emitir deuda pública o la exigencia de la estabilidad
presupuestaria. Todas estas medidas se tomaron solo con los
votos de PP y PSOE (de este último reconocer que no fueron
todos, Antonio Gutiérrez votó en contra e Izquierda
Socialista no fue al Pleno), un acuerdo que rompía el
llamado “consenso de la transición”, por lo que ya nadie
está obligado a cumplirlo.
En cambio la sociedad ha evolucionado mucho más, ha avanzado
en sus valores, su forma de comprender las cosas ha cambiado
y sobre todo su modo de actuar. Es por ello que ahora es
necesaria una modificación de nuestra Constitución, una
transformación que permita al 70% de la población actual que
no se pronunció sobre la misma, sentirla como suya,
partícipe de la construcción de un nuevo molde para la
sociedad que queremos construir.
Desde el Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía
entendemos que es necesario introducir en nuestra carta
magna una serie de cuestiones o que no están integradas, o
que no están suficientemente defendidas o que no están lo
suficientemente claras. Es imprescindible que los derechos
sociales sean incluidos en nuestro texto fundamental, que
los derechos fundamentales como la vivienda, el trabajo, la
sanidad o la educación estén claramente defendidos y
supeditados al interés general, una estructura de
competencias clara y concreta que dividan entre los
ayuntamientos, las autonomías y el estado, permitiendo la
suficiencia financiera de cada uno de los estamentos. Lograr
una mayor independencia del poder judicial, que evite la
actual injerencia política; la desaparición del Senado o la
elección de la forma de Estado.
Pero sobre todo, desde el MDyC entendemos que debe ser una
nueva Constitución de todos y todas, un nuevo consenso en el
que la participación de los ciudadanos y ciudadanas sea
decisiva y esté por encima de acuerdos bipartidistas que
sólo beneficien a las estructuras actuales, perdurando los
intereses de las actuales clases poderosas.
Cuando nuestros políticos se han visto obligados a cambiar
nuestra Constitución, no ha existido ninguna dificultad para
llevarla a cabo, los supuestos intereses generales del
Estado lo exigían, a pesar de que nadie los entendiese y
pocos los compartieran; cuando es la sociedad la que exige
ese cambio, sólo ven problemas insalvables que buscan la
división de los españoles y que no sólo son innecesarias
sino que provocan la ruptura de la convivencia que tanto
costó, quizás lo que temen es que se acaben sus prebendas.
Es curioso que quienes ahora más defiendan la Constitución,
fueran quienes más la atacaran; todos recordamos la postura
del Presidente Aznar, a quien querían nombrar hijo
predilecto de nuestra Ciudad, contra nuestra norma
fundamental; o aquel otro Presidente Fundador, D. Manuel
Fraga Iribarne, Ministro del Dictador, para quien España
acababa en Gibraltar, cómo recomendaba la modificación de la
misma cuando ni siquiera se había aprobado. En este momento,
los hijos ideológicos de estos detractores de nuestra norma
fundamental sean quienes más se opongan a su modificación
produce una sensación de inmovilismo, como si todavía
estuvieran anclados en aquella teoría de “atado y bien
atado”.
Es incomprensible que quienes están descomponiendo el Estado
social y democrático de derecho que implantaba nuestra
Constitución sean sus más aguerridos defensores, quienes por
la terrible reducción del gasto público han provocado el
desmantelamiento de la sanidad pública, la reducción de la
educación, la aplicación de una ley de pensiones que reduce
la capacidad adquisitiva de nuestros mayores, la práctica
desaparición de los derechos sociales que están amparados en
la ley de dependencia y a la que han dejado sin recursos,
etc.
Y en el campo de las libertades es irrisorio que se
proclamen adalides del texto fundamental quienes están
imponiendo una ley de seguridad que atenta contra las
libertades fundamentales como la de reunión, expresión o
manifestación, por las que tanto ha luchado la sociedad, o
se violen los Derechos Humanos con el reconocimiento de las
llamadas “devoluciones en caliente”, o nos ridiculicen ante
el mundo con la supresión de la justicia universal que puso
en libertad a delincuentes internacionales.
O como ahora, quienes corrieron asustados a modificar
nuestra norma fundamental, azuzados por réditos extranjeros
y en contra de los intereses de la sociedad, vengan ahora
reclamando un papel reformador que nadie les ha solicitado,
imponiendo unas estructuras territoriales que no fueron
capaces de implantar modificando la Constitución
directamente y lo intentaron por la puerta de atrás con la
modificación de unos estatutos completamente enfrentados a
ella y que lo único que pretendían era una reforma
constitucional sin cumplir la Constitución.
Es vergonzante que quien dice cosas como: “Es el preámbulo
de nuestra Constitución; ojalá y perdure, en la letra y en
el espíritu, pero sobre todo, y de manera muy especial, en
el corazón y en la voluntad de todos los españoles”. Se
dedique a prohibir la libertad de expresión de un cargo
elegido por los ciudadanos. Quienes deberían ser los máximos
cumplidores de las leyes y sobre todo de nuestra
Constitución son los que más se las saltan, quienes deberían
predicar con el ejemplo de su actuación son los que nos
empujan al resto de los ciudadanos y las ciudadanas de
España a exigir que nuestra Carta Magna vuelva a ser la de
todos y todas, vuelva a ser un núcleo de cohesión y, sobre
todo, de futuro. Y para ello una gran mayoría de la sociedad
estamos por cambiar la Constitución, para que ellos no
puedan robarnos la democracia que nos dimos y podamos
incluir en nuestra norma las cuestiones que entre todos y
todas decidamos.
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