Hoy se cumplen 36 años desde que
los españoles ratificamos mediante un referéndum la actual
Constitución con un resultado favorable apabullante,
quedando, por tanto, totalmente legitimada. Es por tanto hoy
el día que todos los españoles celebramos la fiesta de la
democracia. Hoy es el día de los grandes discursos
políticos, en el que todos los actores de este gran mundo,
que es el de la política, glosarán los valores y beneficios
de nuestra Carta Magna, que dota a una sociedad para
convivir de acuerdo con los valores de libertad e igualdad.
Sin embargo, en estos momentos son muchas la voces que
hablan de un cambio necesario, algunos incluso lo entienden
urgente. Son muchos los que piden su reforma. Y es que los
escándalos de corrupción y la escasa credibilidad de la que
goza la clase política, y por ende la política en sí, ante
los ciudadanos ha provocado que entiendan la necesidad de
esos cambios o reformas. Es cierto que todo se tiene que
adecuar a los tiempos y el texto constitucional no está
exento de esa modernidad y, por lo tanto, de una reforma que
satisfaga a toda la ciudadanía y que vea la luz con el mismo
respaldo que lo hizo en el 78.
En la actualidad hay motivos razonables para pensar que
ciertos aspectos de la Constitución deben ser modificados
porque algunas instituciones políticas acusan desde hace
años notorios defectos que exigen, para su rectificación,
cambios constitucionales. Hay casos sabidos, por ejemplo,
ciertos aspectos de las autonomías territoriales, el sistema
electoral en relación con unos partidos opacos y poco
democráticos que tienden a monopolizar todos los poderes o
el disfuncional modo de gobierno de los jueces. Hay pues
necesidad de hacer reformas.
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