Todos podemos hacer más. Tenemos
que tener la valentía de propiciar el cambio. Sabemos que no
es nada fácil. Nos dominan las apariencias, la tibieza de no
romper con el estado de mediocridad que nos acosa y ahoga.
Parece que estamos vivos y en realidad estamos muertos. Nada
nos reanima. Seguimos sirviéndonos del débil. Nuestra
batalla cotidiana tiene que ir más allá de esta mundanidad
que todo lo confunde y desalienta. Los poderosos continúan
dejando mártires de la corrupción política, económica,
eclesiástica, con sus hazañas dominadoras. Por eso, me
parece una buena noticia que este año 2014, la celebración
del Día Internacional de los Voluntarios (5 de diciembre),
active y reanime la voluntad de poder mudar de aires en todo
orbe, rindiendo especial tributo a la participación de los
ciudadanos que contribuyen a ese canje a nivel local,
nacional y global. No debemos seguir anclados en la soberbia
que tanto abunda hoy en día, y mucho menos en el orgullo que
engendra al tirano con su abismo de males, complemento de la
ignorancia y de tantos desasosiegos.
El voluntariado puede ser una salida a este clima de
tribulaciones que nos acorralan, por una parte contribuye
con su hazaña a generar ese ansiado cambio positivo que
tanto necesitamos, al tiempo que se ve él mismo transformado
con su dinámica tarea de estar presente dondequiera que haya
personas en situaciones difíciles que precisan ayuda. Por
consiguiente, sería bueno que se extendiera la idea de que
hemos de ser voluntarios todos, sobre todo para sembrar
sosiego, prevenir conflictos, auxiliar a las sociedades a
recuperarse de los inútiles combates, para prestar
asistencia en definitiva. Precisamente, la Carta de las
Naciones Unidas, al comenzar con las palabras: “Nosotros los
pueblos”, lo que hace es recordarnos que los problemas
mundiales no es tarea únicamente de los gobiernos, sino
también de la ciudadanía, de cada uno de nosotros y de las
familias en su conjunto, o sea, de la mismo sociedad civil.
Desde luego, sería una cosa hermosa que se acrecentara ese
interés social por ayudarse los unos a los otros, sabiendo
que no puede haber una sociedad humana mientras la mayor
parte de sus miembros sean pobres y desdichados.
Por desgracia, la sociedad está dividida en dos grandes
muros: La de los que tienen más pan que apetencia y la de
los que tienen más apetencia que pan. De ahí la necesidad de
que haya gente dispuesta a sumarse a ese gran cambio en el
mundo, donde nadie se sienta dios, sino servidores con una
actitud de donación total, fruto de su compromiso con la
vida. Sin duda, el voluntariado nos ayuda a acercarnos como
seres humanos y a humanizarnos como sociedad. A mi juicio,
es un poderoso instrumento para movilizar a todos los
sectores sociales como asociados activos en la construcción
de un mundo más habitable, con mayor conciencia social,
sabiendo que somos uno para todos y todos para cada uno.
Para infortunio nuestro vivimos en una cultura de lo
provisional, de lo relativo, donde muchos adoctrinan que lo
importante es disfrutar del momento, que no vale la pena
comprometerse con la vida, pues yo digo todo lo contrario,
que hay que ser revolucionarios para crear una
contracorriente de pensamiento, capaz de generar una
auténtica cultura solidaria para que la exclusión dormite,
de una vez por todas, en el sueño del olvido.
Tenemos que atrevernos a caminar en el sentido de donarse
sin condiciones, ni condicionantes, no olvidemos que cuando
excluimos a alguien nos estamos excluyendo a nosotros
mismos. Todos, en el fondo, llevamos una misión que cumplir
como expresión de nuestra humanidad común y como manera de
promover el respeto mutuo, la solidaridad y la reciprocidad
como especie. El altruismo de los voluntarios es inmenso y
digno del mayor de los elogios. Son un referente y una
referencia para este mundo interesado. Naturalmente, estamos
todos llamados a participar en el acontecer diario de
nuestras sociedades, muy en especial prestando ayuda a los
grupos vulnerables y marginados como las personas de edad,
discapacitados o niños. Por ello, todas las naciones, aparte
de educar para que cada día más ciudadanos estén dispuestos
a brindar voluntariamente su tiempo, han de establecer la
infraestructura necesaria para apoyar al voluntariado, y de
esta manera, contribuir a sociedades armónicas con iguales
posibilidades para todos.
Quizás debamos recuperar toda la especie ese espíritu de ser
todos para cada uno y uno, asimismo, para todos. Estoy
convencido, que frente a un capitalismo salvaje que ha
enseñado la lógica del lucro a cualquier precio, de dar para
obtener algo a cambio, de la explotación sin contemplar a
las personas, se precisa otra atmósfera más fusionada, de
auténtica gratuidad. El ser humano tiene que aprender a
donarse de otro modo, si en verdad quiere ser feliz. Hasta
que no tengamos esa práctica vivida, la experiencia directa
de servicio, no veremos al prójimo como algo próximo, como
algo nuestro, como algo que forma parte de nuestro propio
tronco en definitiva. El mundo entonces será nuestra propia
riqueza humana más bella, la del encuentro, la de las
relaciones entre las personas, sin exclusiones, que viven
juntas y que unidas se ayudan a crecer mutuamente. Esto es
lo importante en toda sociedad, porque realmente el
voluntariado abre horizontes al diálogo y, a la vez, impulsa
la responsabilidad cívica, tan necesaria en estos tiempos
presentes.
Sin duda alguna, son los jóvenes los que han de contribuir a
ese cambio, se precisa su talento y su capacidad de
entusiasmo, para mejorar el planeta transformando
socialmente su espíritu, que no ha de ser otro que buscar el
bien común, de manera solidariamente fraterna, y sin esperar
a cambio recompensa material alguna. La sociedades y las
personas que actúan de este modo, también experimentan una
transformación significativa, en cuanto a comprensión hacia
los demás. Si en verdad llegásemos a comprender, ya no
podríamos conceptuar a nadie. Uno es como es y, a pesar de
ello, ha de ser para todos algo fundamental. Como tantas
veces han dicho hombres de ciencias y letras, personas de
verbo en suma, yo también pienso que a un ser humano sólo le
puede salvar otro ser humano. En consecuencia, uno tiene que
ser algo en la vida para poder hacer algo por el semejante,
sin obviar que una palabra puede salvar una vida o herirla
más profundamente que una espada. Esto hace que las personas
de bien, y los voluntarios lo son, así como las
organizaciones de voluntariado caritativo, ocupen un lugar
central en las sociedades más sanas de todo el mundo. Que su
ejemplo nos ejemplarice es lo que yo deseo.
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