La confianza en nuestros líderes políticos parece haber
tocado fondo. El descontento con los políticos es general y
afecta con intensidad al presidente de la Ciudad y a los
miembros de su Gobierno. Hay una amplia sensación de que la
falta de credibilidad es una de las características más
presentes y denunciables de la vida política ceutí..
Es sorprendente la forma tan fácil y natural con que algunos
políticos asumen sus promesas, como si la vida fuera un
juego en el que puedes prometer cualquiera cosa, sin saber
siquiera si estás en condiciones de afrontarla en el futuro.
En la Ceuta actual, es mejor que no te prometan nada, porque
hay que asumir que algunos están muy lejos de cumplir lo que
prometen. “Prometo por mi honor cumplir ...”. No hay nada
más eficaz para corromper la palabra honor que ponerla en
boca de un político: un consejero de Hacienda, una consejera
de Presidencia o el mismo Presidente. Todos igualados en la
misma desvergüenza.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que “palabra” y “honor”
eran conceptos indisolublemente ligados entre sí, de manera
que deshonrar la palabra dada abocaba directamente al
embustero a sufrir el desprecio de sus semejantes y no poder
mirarse al espejo. En el campo, más que en las ciudades, las
personas de cierta edad recuerdan bien los días en que las
ventas de tierras o de ganado se cerraban con un simple
apretón de manos, más valioso tanto para el vendedor como
para el comprador que cualquier documento escrito. Hoy le
hablas a un político de honor y lo más probable es que te
mire como si acabaras de fumarte algo espeso.
Todos hemos escuchado a los abuelos hablar sobre aquellos
tiempos, en que honrar una promesa era poco menos que verte
con un compromiso de vida o muerte. No importaba que lo que
prometieras fuera algo trivial o algo muy importante, el
compromiso de decir que harías o darías algo, era suficiente
para que te hicieras cargo de ello. Hay que honrar la
promesa, es como dar nuestra palabra. Y los políticos
deberían saber que la palabra es nuestro único bien con
valor. Las cosas materiales son circunstanciales y un día
podemos encontrarnos sin ellas. No deberíamos conferirles
más valor del que tengan para permitirnos sobrellevar
nuestra vida. Por el contrario, nuestra palabra y nuestros
actos, nos acaban definiendo como personas a largo plazo. Es
lo único que nadie puede quitarnos, pero la perdemos poco a
poco cuando hacemos promesas que no cumplimos, cuando se
promete para salir del paso, cuando se engaña a alguien y
para obtener algo se promete otra cosa, etc... Esa confianza
que esperamos que nos dispensen los demás, se construye
sobre las experiencias que compartimos con esas mismas
personas, si podemos ser de confianza como para que nuestra
palabra sea suficientemente válida, cualquiera que nos
conozca tomará nuestra promesa como una garantía de verdad,
de lo contrario ...
Un paisano bien nacido de cualquier pueblo de España
agacharía la cabeza ante la deshonra de una promesa
incumplida. Nuestros máximos representantes la llevan, en
cambio, bien alta, y además tratan de idiotas a los
ciudadanos. Esta comprobado que ni podemos ni debemos ser
indulgentes con ellos.
|