Dos suelen ser los principales
ataques a los que suele enfrentarse la Renta Básica: 1) Su
supuesta inviabilidad económica. 2) La supuesta creación de
una sociedad de gandules. La mayoría de personas que
recurren a los argumentos citados suelen tener algo
fundamental en común: cuando hablan de Renta Básica
desconocen de lo que hablan. Incluso el Secretario General
de los socialistas de Ceuta admitía hace unos días en una
entrevista su ignorancia acerca del tema. Eso sí, después de
catalogar de “populista” la medida y mostrar su frontal
rechazo. Al fin y al cabo, no es su formación la que
defiende esta propuesta cuyo contenido desconoce, por tanto,
hay que manifestarse en contra. Lo dice Ferraz.
En su brevísimo ensayo “¿Qué es la Renta Básica? Preguntas y
(respuestas) más frecuentes”, el doctor en Ciencia
Económicas, Daniel Raventós, nos invita a librarnos de
prejuicios y conocer un poco más de cerca los fundamentos
éticos, políticos y económicos de tan comentada y a la vez
desconocida medida. En primer lugar, debemos saber que la RB
no es una locura proveniente de utópicos venidos de Marte,
sino algo defendido por sectores de diferentes familias
ideológicas. Entre aquellos que ven con buenos ojos la
implantación de una RB hay liberales, comunistas,
socialdemócratas, conservadores o ecologistas, todos ellos,
por supuesto, movidos por diferentes objetivos. También
existen numerosos estudios sociológicos y económicos que se
han encargado de avalar la viabilidad económica y social del
proyecto, dejando claro que la RB, bajo ningún concepto
sería una medida independiente o aislada, sino una parte de
un todo, de un cambio completo en política económica y
fiscal. Con esto quiero decir que la RB, lejos de ser una
ridiculez disparatada (como tantos tertulianos mercenarios
se empeñan en plantear de manera interesada), encuentra su
sustento en importantes fundamentos teóricos y científicos.
Rechazar la RB es lícito. Hacerlo sin saber lo que es o
saberlo y mentir no lo es.
También es importante que sepamos que lo que sí carece de
base empírica es eso de que la RB contribuiría a la creación
de una sociedad de holgazanes. Este tipo de argumentario,
esta “campaña del miedo” supuestamente basada en principios
de justicia, es a lo que siempre han recurrido todos
aquellos que se han opuesto al avance social, y lo único que
revela es su profundo desprecio hacia el ser humano. Son los
mismos que decían que si se eliminaba la esclavitud la
economía se derrumbaría, que si se implantaban las
vacaciones pagadas o los subsidios por desempleo caerían la
productividad y el esfuerzo o que si los obreros y las
mujeres alcanzaban el derecho al voto el sistema se
convertiría en un desastre. Los reaccionarios enemigos del
régimen siempre han acusado a las medidas sociales de crear
vagos y “subvencionados”. Se trata de un planteamiento que
se apoya en una concepción macabra de la vida social,
aquella que nos trasmite que para que el mundo funcione la
gente debe estar puteada, que pretender hacer de la política
el mecanismo mediante el cual facilitar la vida de las
mujeres y los hombres que habitamos este planeta es
“populismo y demagogia”. En su libro, Raventós nos arroja
luz acerca de esta cuestión: la RB no crearía holgazanes,
sino que haría posible que mucha más gente se incorporarse
al mundo del trabajo remunerado. Y en condiciones mucho más
propicias. Se contribuiría a terminar con la explotación
laboral.
En mi opinión, los principales motivos para defender, tal
vez no directamente su implantación (necesitaría más
información), pero sí la discusión seria y el debate acerca
de la RB, derivan de un concepto de libertad que comparto
con el profesor: “La concepción de la libertad republicana
tiene 2.500 años. Sean las que sean las diferencias que
hayan tenido sus diferentes defensores, todos ellos
comparten al menos dos convicciones. La primera: que ser
libre es estar exento de pedir permiso a otro para vivir o
sobrevivir, para existir socialmente; quien depende de otro
para vivir, es arbitrariamente interferible por él, y por
ello, no es libre. Quien no tiene asegurado el “derecho a la
existencia” por carencia de propiedad, no es sujeto de
derecho propio -sui iuris-, vive a merced de otros, y no es
capaz de cultivar y menos de ejercitar la virtud ciudadana,
precisamente porque las relaciones de dependencia y
subalternidad lo hacen un sujeto de derecho ajeno, un alieni
iuris, un “alienado”. Y la segunda: ya sean muchos
(democracia plebeya) o pocos (oligarquía plutocrática)
aquellos a quien alcance la libertad republicana, esta, que
siempre se funda en la propiedad y en la independencia
material que de ella deriva, no podría mantenerse si la
propiedad estuviera tan desigual y polarizadamente
distribuida que unos pocos particulares estuvieran en
condiciones de desafiar a la república, disputando con éxito
al común de la ciudadanía el derecho a determinar el bien
público”.
Democracia es el poder del pueblo, lo que significa que la
función del estado ha de ser, precisamente, garantizar ese
poder, repartirlo, quitárselo a los menos y distribuirlo
entre los más. Esa es la base material fundamental para que
pueda existir libertad: que todos tengamos asegurado el
derecho a la existencia material, el derecho a comer, a
vestirnos, a dormir bajo techo y a tener acceso al
conocimiento y la salud. Quienes nos niegan estos derechos,
quienes dicen que para que la democracia funcione no pueden
existir estos derechos, no son demócratas. Así de sencillo.
Como decía antes, y para concluir, este escrito no pretende
ser una defensa de la Renta Básica, sino una defensa del
análisis, el debate, el intercambio de opiniones y la
reflexión acerca de la Renta Básica. No estaría mal que las
tertulias políticas, en lugar de llevar a profesores
mediáticos para “explicarnos”, rotulador en mano, la prima
de riesgo o los últimos datos macroeconómicos que no tienen
ningún reflejo en la vida de la gente, promovieran
verdaderos debates (sin gritos, sin interrupciones, con
tiempo para explicar las cosas) entre economistas de
distinto cuño, entre defensores y detractores de medidas tan
citadas y tan poco explicadas como la auditoría pública de
la deuda, el mantenimiento de las pensiones públicas en un
país envejecido o, claro que sí, la Renta Básica. Tal vez
así, todos, incluso José Antonio Carracao, sabríamos de lo
que hablamos cuando hablamos de populismo.
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