Coincidí con él en un Curso de La UNIA en Baeza sobre
inmigración. De eso hará unos nueve años. Aquellos eran
tiempos en los que la inmigración se tomaba a título de
inventario y se buscaban todas las excusas habidas y por
haber para justificar las avalanchas de inmigrantes
ilegales. Durante años le perdí la pista y, mira por dónde,
su visita a nuestra ciudad como ponente del Curso
“Reflexiones sobre Extranjería e Inmigración”, de la XXVI
Edición de los Cursos de verano de UGR, en septiembre, en
Ceuta, fue la excusa perfecta para asistir al citado Curso.
Tenía interés en comprobar si la deriva tomada por la
inmigración ilegal en estos últimos años habría hecho
cambiar de algún modo la visión que sobre ella tenía el
antropólogo social Francisco Javier García Castaño, pues de
él se trataba. Hube de refrescarle la memoria de quién era
yo pues no se acordaba de mí en absoluto. Y eso que en Baeza
habíamos tenido diferentes puntos de vista sobre la
inmigración que estaba teniendo lugar en aquellos años.
Sorprendido, me dijo: “¿Aún te dedicas a estos menesteres?”.
Como yo le respondí que él también se dedicaba a disertar
sobre la inmigración, me espetó sin demora: “¡Pero a mí me
pagan!”. Dentro de mí sentí como una iluminación, lo que se
dice una epifanía. De modo que se trata de eso: de dinero.
No por el amor al prójimo. Parece que los defensores
acérrimos y duros de los asaltantes de fronteras lo hacen
porque están a sueldo de algún organismo, ya sea autonómico,
nacional o internacional. Es decir, reciben un salario por
defender los presuntos derechos de los asaltantes de
fronteras. Vamos, que es una profesión. Ingenuo de mí.
Creo que fue el último día de septiembre, cuando ACNUR
celebró en la Biblioteca Pública de Ceuta una jornada de
formación titulada “Protección Internacional en el contexto
de la Ciudad Autónoma”, organizada por ACNUR y el Colegio de
abogados. Los ponentes, Juan C. Arnáiz, oficial de
protección adjunto de la Delegación de ACNUR en España, y
Teresa de Gasperis, asesora legal y de protección de ACNUR,
hicieron bien su trabajo, cuyo corolario se resumiría así:
Se aceptan sin ningún rubor los asaltos a las fronteras bajo
la coartada de los derechos humanos. Es decir, que la
defensa de los derechos fundamentales de las personas, sean
quienes sean, debe estar siempre por encima de intereses de
seguridad y control. Más aún: que la territorialidad debe
estar subordinada a los derechos fundamentales de los
inmigrantes asaltantes de fronteras. Es más: no hay delito
para los inmigrantes que entren con pasaportes falsificados
o a nombres de otros. Según esto, la seguridad que un Estado
proporciona a sus nacionales dentro de unas fronteras
seguras se desvanece al desvanecerse las fronteras.
Mientras escuchaba a Arnáiz y a Teresa de Gasperis no pude
dejar de acordarme de lo que me había dicho el antropólogo
García Castaño. “¡Pero a mí me pagan!”. ¿A Arnáiz y a Teresa
de Gasperis también les pagarán? ¿Serán mercenarios? Pocos
días después, estando en el Parador de La Muralla, vi a
Teresa de Gasperis en el hall. Por su actitud supuse que no
estaba allí de paso, sino que se hospedaba en el Parador
mientras llevaba a cabo su labor, digamos, de control en la
frontera del Tarajal. ¿Quién le paga el hospedaje? Ingenuo
de mí: creía que el empeño que ponen en la defensa de los
asaltantes de fronteras era por el amor al prójimo. “¡Pero a
mí me pagan!”, vaya chasco.
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