En medio de tantos absurdos,
propiciados en parte por el huracán del orgullo y la
soberbia que vierten, sobre todo, gentes que aglutinan poder
en lugar de capacidad de servicio, también te sorprenden
otras personas por su disposición de donarse a los demás.
Los frutos de esa donación te los puedes encontrar en
cualquier esquina, hasta en el buzón de tu casa, aunque nos
parezca difícil en estos tiempos tan prosaicos. Hace días,
entre publicidades al consumo, servidor recibía dos cartas
crecidas de luz, cantando cosas bellas, cosas humildes, pero
cosas grandes. No me resisto a participarlas, puesto que
todavía hay muchos seres humanos dispuestos a sembrar poesía
en los corazones, a pesar de los momentos tan sombríos que
vivimos de endiosamiento y necedad.
La primera de las misivas viene de Uruguay, concretamente de
Florida, con una serie de vivencias, plasmadas en forma de
cuento, escritos por la remitente Hortelia Díaz de Otero.
Son cuentos escritos para sus nietos, y para todo el orbe,
puesto que entretejen abecedarios auténticos, enseñanzas que
nos llevan hacia la verdad, haciéndolo por el camino del
verso. En cada página hay un latido, y en cada latido hay
una vida; y, en cada vida, hay un corazón dispuesto a
entregarse. Cuando todos parecemos caminar sordos a la voz
que nace en nuestro interior, esta abuela se afana en
hacernos sentir la inocencia del niño, en interrogarnos
sobre el modo de vivir, haciéndonos ver que cada palabra es
única como lo somos también cada ser humano. Nuestra
naturaleza está en movimiento, al igual que lo está nuestro
propio entorno y las aventuras del Ratoncito Miguel
(protagonista de los cuentos), por los molinos eólicos, por
la propia naturaleza, y por tantos jardines olvidados.
Sabemos, además, que Hortelia en las visitas que realiza
voluntariamente a las escuelas para llevar el sueño de la
emoción, trata de inculcar el amor y el respeto a la madre
tierra con todos sus reinos. Ciertamente, produce una
inmensa tristeza pensar que la naturaleza nos habla mientras
el ser humano apenas escucha sus lenguajes. Personas, como
la abuela Hortelia, nos hacen reflexionar y preguntarnos, si
examino lo que quiero, lo que deseo, o si lo tomo todo, como
si fuera una máquina sin conciencia. Me da la sensación que,
a veces, nos tragamos cuentos relatados por un idiota,
cuentos llenos de palabrería y frenesí, pero que no tienen
sentido alguno. Los escritos por Hortelia imprimen ese eco
melódico del universo en el corazón, que te hacen pensar y
hasta existir en otros mundos posibles, más poéticos, más
lumínicos, más auténticos en definitiva.
La segunda de las misivas viene de mi propio país, Donostia,
y me la remite Maru Rizo, evocándome los recuerdos del
admirable artista del verso y la grafía, el creativo y
sorprendente Amable Arias, natural de Bembibre (León), con
el que mantuve conversación epistolar hasta su joven muerte.
Gracias al incondicional tesón de Maru Rizo, su compañera
del mayor de los viajes, que conoce en 1970, sabemos que su
obra, en este mundo de intereses y mediocridad, sigue viva y
permanece más allá del tiempo. Nos alegra, pues, que en el
2015, el Centro Leonés de Arte, avive una gran exposición
individual de Amable, que seguramente será amplísima y con
una obra, casi toda ella, inédita. Como dije en sucesivos
escritos de la época, este pintor de versos afanado en el
arte como búsqueda, no siempre fue comprendido, pero su obra
seguro que algún día renacerá porque refleja nuestros
propios pensamientos. Sabemos que, en su pequeñísimo estudio
donostiarra, iba creando un mundo de quimera, a través de
una pintura imaginativa que nos invitaba a saber conducirse,
a cultivar el arte y el razonamiento. ¿Qué es el arte, sino
una manera de transportarnos?. Realmente, cuando repaso sus
misivas que conservo, confieso que me dejaba perplejo con
alguno de sus dibujos, hasta el punto de ponerme a meditar
largo tiempo. Los dos teníamos pasión por el arte, yo por la
poesía y él por todo. En cualquier reflejo de la propia
vida, veía la belleza en su más profunda perfección. Amable,
precisamente, “braceaba en ese otro mundo sin conciencia” a
través de su espíritu inquieto, como queriendo tornarlo más
poético, convencido de que la belleza está en cualquier
manifestación sensible. Al final, esa hermosura con la que
nos cautivaba a sus más allegados amigos, no puede ser
ignorada. Tiempo al tiempo.
Tanto Hortelia como Amable, nos instan a un camino de
meditaciones, a una manera de vivir, que no es otra, que la
de dejarnos acompañar con la luz creativa que nos permita
soñar. La humanidad puede roncar, pero el artista de corazón
y genio, está en la obligación de hacernos despertar.
|