Se vislumbra un cambio, una
realidad distinta, en la que mujeres y hombres han de
complementarse para tomar nuevos caminos. La hegemonía del
macho, por sí misma, ha llegado a su fin. Por otra parte,
hay quien piensa que la intuición de una hembra es más
precisa que la certeza de un varón. Esto mismo lo escribí
hace muchos años. A pesar del tiempo transcurrido, más de
treinta años, sigo pensando que el papel de la mujer es
decisivo en la sociedad actual, hasta para la humanización
del planeta. Consideraba entonces que el empuje de las
mujeres rurales eras crucial para poner fin al hambre y la
pobreza. Y esa es la línea que se ha seguido, avivada sobre
todo por Naciones Unidas, haciendo hincapié en el acceso
igualitario a los recursos de la tierra, al crédito y a los
recursos productivos, puesto que encontrando oportunidades
para un trabajo decente, está asegurada también la educación
y la salud de sus hijos.
Más tarde volví a escribir sobre ellas, coincidiendo con el
primer día internacional de las mujeres rurales, sobre el
quince de octubre de 2008, y desde entonces, no han cesado
las voces que elogian su buen hacer en las economías rurales
de los países desarrollados y en desarrollo, pero también en
el logro de la paz, la justicia y la democracia. Hoy más que
nunca, considero que es necesario reconocer su trabajo, y
velar mujeres y hombres por que se cumplan tantos horizontes
abiertos, para que todos unidos podamos disfrutar de una
amplia gama de derechos, desde derechos patrimoniales y de
sucesión hasta el derecho a cultivar la mente y a vivir sin
violencia.
A mi juicio, el papel de la mujer ha sido fundamental
siempre en todas las sociedades. Por eso, la apuesta de la
agricultura familiar como tema principal del día mundial de
la alimentación 2014 (dieciséis de octubre), bajo el lema de
“alimentar al mundo, cuidar el planeta”, me parece una
acertadísima idea, puesto que centra la atención mundial en
la propia estirpe, sin obviar el género y alimentando el
pensamiento. Indudablemente, mujeres y hombres han de
apostar por una ciudadanía que mejore sus dietas, reduciendo
el desperdicio, para contribuir de este modo a un uso más
sostenible de los recursos.
Por consiguiente, oír la voz de las mujeres en pie de
igualdad con las del varón, no sólo es justo, creo que es
vital para un mejor desarrollo humano. No olvidemos que
alrededor de quinientos millones de los quinientos setenta
millones de explotaciones agrícolas mundiales están a cargo
de familias, donde las mujeres son las principales
cuidadoras de nuestros recursos naturales. Como sector,
suponen el mayor empleador del mundo, suministran más del
ochenta por ciento de los alimentos del mundo en términos de
valor. En este esfuerzo conjunto, las mujeres han tenido un
papel significativo, no siempre debidamente reconocido,
cuando han sido las grandes protagonistas en la mayoría de
las ocasiones.
De igual modo, en el día internacional de la pobreza
(diecisiete de octubre), se nos llama a no dejar atrás a
nadie, a pensar, a decidir y a proceder juntos contra la
indigencia extrema. Ciertamente tenemos mucho trabajo por
hacer. Los progresos han sido desiguales. A demasiados seres
humanos, especialmente mujeres y niñas, se les sigue negando
derechos. La desigualdad en muchos países fomenta la
exclusión y son las hembras, para desgracia social, las
grandes marginadas por el sistema. Sin embargo, ellas
continúan siendo la indispensable aportación a la sociedad,
en particular con su sensibilidad e intuición hacia el
semejante, el débil y el indefenso. De ahí, que sea un signo
de esperanza para todos, los nuevos espacios y
responsabilidades que se han abierto en torno a la mujer, y
que sería bueno se extendiese por todos los rincones del
planeta. Sus dotes de delicadeza, su genuina fuerza como ha
demostrado la joven paquistaní Malala Yousafzai (premio
Nobel de la Paz 2014) con su coraje por el derecho de las
niñas a la educación, haciéndolo en circunstancias muy
peligrosas. Todo un referente y, sin duda, una atmósfera de
ilusión para los jóvenes.
Malala -como dijo el Secretario General de Naciones Unidas-
es una brava y gentil defensora de la paz que, con el simple
acto de asistir a la escuela, se convirtió en una maestra
mundial. Y en este sentido, cuando dijo: “una pluma puede
transformar al mundo”, demostró cómo una joven mujer puede
liderar ese cambio. Personalmente, no me cabe duda de que
necesitamos del alma femenina, sin la cual la vocación
humana será irrealizable. No obstante, todavía la fragilidad
tiene nombre de mujer. Tenemos, pues, que escuchar más y
tomar medidas para apoyarlas en sus esfuerzos y, así, poder
construir una vida mejor para sí mismas y para sus familias.
Su llamamiento, aparte de ser oído, debe ser atendido y, a
la vez, entendido. Al fin y al cabo, no importa el género,
el indio Kailash Satyarthi (también premio Nobel de la Paz
2014), nada le impidió estar al frente de un movimiento
global por la justicia, la educación y una vida mejor para
millones de menores atrapados en la explotación del trabajo
infantil.
En consecuencia, trabajemos asociados mujeres y hombres,
ricos y pobres, para que todos los seres humanos tengan
mayores oportunidades de vivir una mejor vida. Desde luego,
se requiere una superior implicación para que la
humanización se haga realidad. Hemos de pasar de la teoría a
la práctica. El esfuerzo evidentemente tiene que ser
colectivo, pero no podemos eludir el esencial papel de la
mujer, que hasta en los mismos acuerdos de paz son más
duraderos si se les incluye. La igualdad no puede ser un
sueño, ha de ser un deber prioritario de toda la especie
humana, para poder avanzar en cuestiones de justicia y
derechos humanos. Ellas han sido piezas básicas de nuestra
historia de vida, representan no sólo una genuina fuerza
para el diario de vida de las existencias, para la
irradiación de un clima de serenidad y de armonía, además
forman parte de un contexto del que asimismo depende el
progreso en muchas de otras esferas humanas.
Por tanto, mal que nos pese, tenemos la obligación común de
asegurar que las mujeres puedan ejercer su derecho a vivir
libre de la violencia que hoy afecta a una de cada tres
mujeres en todo el planeta; a recibir igual remuneración por
trabajo igual; a no sufrir una exclusión que le impida
participar en la economía; a opinar, en pie de igualdad y
ponderación, sobre las decisiones que afectan a su
existencia; y a decidir si tendrá descendencia o no y
cuántos tendrá y en qué instante. De lo contrario, la vida
seguirá siendo pura necedad y la especie se verá atrapada en
una necia contienda de estupideces, dispuesta a evocar
frases imperecederas como aquella que dice que “a la sombra
de un hombre célebre hay siempre una mujer que sufre”. Dicho
lo cual, convendría interrogarse: ¿Por qué ha de sufrir
siempre la mujer?. Puede que también nos den una lección más
con ello, puesto que el verdadero valor, quizás radique en
saber resistir aún con el sufrimiento.
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