Coincidiendo con la fecha del doce
de octubre, día en el que Naciones Unidas celebra la lengua
española para apoyar los programas y el desarrollo del
multilingüismo y el multiculturalismo, se me ocurre hilvanar
una serie de ideas, por aquello de activar la conciencia
ciudadana sobre la enriquecedora cultura hispana como
integrante de entendimiento entre los pueblos. Sin duda, el
primer pensamiento que me viene a la memoria es el creciente
empleo del español como idioma universal y, en consecuencia,
como vehículo de respeto y desarrollo social. Ahí está el
progresivo interés de los pueblos de habla hispana en la
labor de las Naciones Unidas, lo cual ha venido impactando
en las permanentes actividades de la Organización a través
de mayores y sostenidas consultas, interacciones y demandas
del público hispanoparlante de todo el planeta. Hoy el
español es la segunda lengua más hablada en el mundo como
lengua nativa, tras el chino mandarín, que cuenta con más de
mil millones de hablantes. También nos consta que, en los
últimos tiempos, este permanente cultivo hispano se ha
convertido en el mayor valor de la “Marca España”. La imagen
proyectada ocupa un lugar destacado a nivel internacional,
tanto en el sector artístico, como en el cinematográfico,
musical o teatral.
Indudablemente, si la cultura hispana se ha puesto de moda
imponiéndose en el mundo por encima de cualquier prepotencia
económica, en parte fue debida a la transcendencia cada vez
mayor que el español ha tomado en el ámbito creativo y de
las relaciones humanas, al ser una lengua viva, manteniendo
de este modo esa singularidad expansiva, junto a otros
idiomas de gran calado como el árabe, el chino, el francés,
el inglés o el ruso. En este sentido, hemos de aplaudir
igualmente la labor de la Real Academia Española (RAE),
creada en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández
Pacheco, que trescientos años después, continua fiel a su
propósito de “fijar las voces y vocablos de la lengua
castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Desde
aquella memorable fecha, la RAE, o lo que es lo mismo, esta
casa de las palabras, contribuye, mediante sus persistentes
actividades, obras y publicaciones, velando por el buen uso
de una lengua en indisoluble evolución, patrimonio común de
quinientos millones de hispanohablantes. Por consiguiente,
hay que felicitarse y felicitarnos por ello, que en esta era
digital y en virtud del léxico, sigamos superándonos en el
diálogo. Lo decía la inolvidable novelista española
fallecida este año, Ana María Matute, “la palabra es el arma
de los humanos para aproximarse unos a otros”.
La afirmación de que la lengua y la cultura se
interrelacionan resulta evidente, puesto que si la lengua es
un poderoso medio de comunicación, la cultura también es un
activa rueda de significados. Por tanto, cohabita una lengua
común, pero existen miles de culturas alrededor del término.
No es de extrañar, pues, que los habitantes de la antigua
Hispania romana (moradores de la península ibérica) y los
ciudadanos de las naciones de Hispanoamérica, entre los que
se incluyen España y los países hispanohablantes de América,
África y Asía, así como los habitantes de Estados Unidos que
sean originarios de alguno de estos países, ejerzan una
fuerte influencia en todas las áreas, desde la política o
los negocios hasta el cine, la música o el arte. Personajes
grandiosos, como el mismo Cervantes, nos injertaron voces
eternas, palabras que nos unen a todos los hispanoparlantes.
Desde esta unidad de transmisión del saber, de formación a
la sabiduría en el sentido más profundo del término, podemos
y debemos avivar la cultura del encuentro, como elemento
fundamental para una renovación de nuestras sociedades.
Tenemos que perder el miedo a la palabra. No hay futuro para
ningún país, tampoco para ningún colectivo, si no sabemos
ser todos más dialogantes. La cultura hispana, como
aglutinadora de culturas, puede ser un buen referente para
el discernimiento, para alentar y alimentar la esperanza,
como factor de crecimiento. Estados Unidos, por ejemplo, no
se entiende si se desconoce lo hispánico. Es importante leer
la realidad, mirándola a la cara, viendo el camino
recorrido. Lo más destacado de la visión de Colón es la
inmensa sensibilidad, impregnada su humanidad de un robusto
sentido del humor. En efecto, se me ocurre pensar que quizás
sea el turno de los hispanos en un momento histórico que nos
impulsa a buscar y hallar caminos de luz para un horizonte
nuevo. La desilusión lleva en ocasiones a una especie de
abandono, esta es la trampa que nosotros tenemos delante, si
lo vemos todo en clave apocalíptica. Para salir de este
desencanto tenemos que ser solidarios, no podemos lavarnos
las manos e ignorar el grito de justicia, tenemos que
prestar más auxilio a nuestro semejante. Sin duda tenemos la
obligación de fortalecernos unos a otros, de cooperar, y si
partimos de un mismo idioma, el español como lengua,
seguramente todo será más fácil y redundará en beneficio de
los ideales, propósitos y principios de las Naciones Unidas
y en el bienestar general de los pueblos.
Resulta público y notorio que nuestro mundo necesita unidad,
reconciliación consigo mismo, y como bien decía el poeta y
médico estadounidense, Oliver Wendell Holmes, “toda lengua
es un templo en el que está encerrada el alma del que
habla”; y, ciertamente, es bajo este imperio de sensaciones
cómo se pueden extraer conclusiones y estrechar los vínculos
entre las diversas nacionalidades. Las culturas no sólo
abarcan las artes y las letras, lo científico o lo técnico,
también modos de vida, sistemas de valores, tradiciones y
hasta creencias. Precisamente, en esta era de mundialización,
es menester que la palabra tome vida y propiciemos el
respeto por la cultura ajena, rompiendo barreras y
construyendo puentes de unión. En este sentido, la lengua de
Cervantes, lengua literaria y humanística sobre todo lo
demás, es la mejor llave para el entendimiento, puesto que
la hegemonía del inglés es cuestión técnica y tal vez
científica, sin embargo la hispanización lingüística ha
contribuido a que esta lengua común se expandiera como
ninguna por una serie de circunstancias y razones sociales.
Ahora también tenemos la tarea de propagar este lenguaje,
haciéndolo más auténtico, más veraz, más del corazón y de la
vida.
Las previsiones son que dentro de tres o cuatro
generaciones, el 10% de la población mundial se entenderá en
español, y en 2050 Estados Unidos florecerá como el primer
país hispanohablante del mundo. Será el momento, de que una
lengua geográficamente compacta e internacional, armonice
mediante un idioma homogéneo, la incomunicación de los
nuevos tiempos, puesto que no le falta entusiasmo. Y como
escribió Paulo Coelho: “hay en el mundo un lenguaje que
todos comprenden: es el lenguaje del entusiasmo, de las
cosas hechas con amor y con voluntad, en busca de aquello
que se desea o en lo que se cree”. En todo caso, de lo que
hay que despojarse con urgencia es de ese lenguaje que hoy
entienden todas las naciones para desgracia del planeta y de
sus pobladores, el del dinero y la hipocresía, que jamás
conduce a buen puerto. Que nos concienciemos de ello.
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