Nadie podrá decir que esta no es
una ciudad en la que no se debata. Por las mañanas, sobre
todo en las cafeterías del centro, los clientes, después de
leerse los periódicos, suelen aprovechar el tiempo dedicado
al desayuno para manifestarse sobre tal o cual asunto, casi
siempre los de actualidad y que son los que acaban de leer
en las páginas de los diarios. Y aunque haya quién no le
crea, en algunas mesas no se habla de fútbol, para nada, la
clientela también se moja en los asuntos que tienen que ver
con la ciudad.
Eso tiene su traslación también a la clase política, aunque
los representantes de los distintos partidos políticos ya no
se sientan como antes en los salones o terrazas de una
cafetería para, alrededor de una mesa repleta de tasas de
café, intentar conocer la opinión que tienen los ciudadanos
de tal o cual problema. El distanciamiento con el votante es
tremendo y ahora lo que está de moda es difundir y poner en
valor las ideas a través de las redes sociales, ya que el
político de hoy en día está permanentemente enganchado a la
máquina o al teléfono móvil, que en la actualidad es como
llevar la oficina y la central de conexión con el exterior
en el bolsillo.
Todo este aislamiento conduce a que, por citar un ejemplo,
los negocios de hostelería generen muchos menos empleos que
lo hacían antes, aunque eso sí, llegado el momento no hay
ningún político que desde la pantalla de su ordenador o de
su tablet deseche la oportunidad de generar un debate. Dicho
y hecho, comunicado al canto y guerra dialéctica que
comienza. Y eso es lo que ha pasado con todo lo relativo a
los planes y medidas para erradicar la lacra del desempleo
juvenil. Todo es un gran debate. Cuánto mejor sería que esa
energía empleada se usara en aportar ideas para mejorar la
situación de los jóvenes.
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