Buenos días, Ceuta.
Ayer, por el miércoles, con el mal tiempo amenazando
presentarse, salí a pescar con un amigo en su barquito tipo
“Verano Azul”, más pequeño y sin niños.
El mar, un poco picado, se extiende alrededor del barquito
de una manera que, pese a mi ya veterana experiencia en
navegar, me fuerza la imaginación hasta convertirlo en una
visión terrorífica del barquito adentrándose en un
gigantesco remolino conocido como maelstrom.
A lo lejos diviso la costa africana, no lejos del
promontorio que identifica una de las dos ciudades españolas
en ese continente, ya sabéis cual.
Por cierto que no hacemos, mi amigo y yo, uso del acuerdo
pesquero entre Europa y Marruecos. Lo nuestro es pesca
deportiva, con la correspondiente licencia, y eso no hace
competencia a nadie a menos que se desarrolle dentro de un
campeonato.
Un enorme petrolero, eso creemos, avanza a toda máquina
hacía el Atlántico, por nuestra babor, y la perspectiva del
mismo nos hace creer que nos abordaría si no nos apartamos a
tiempo. Pues no, nuestros ojos ven mal o al menos enfocan la
perspectiva desde un espejo imaginario porque el enorme
petrolero cruzará bastante lejos de nosotros que ni siquiera
su agitadísima estela nos haría balancear más de lo que
estamos.
Vigilo las cañas encajadas en sus soportes, sentado en una
caja apoyada en la crujía, escribiendo de vez en cuando en
mi bloc de notas cuantas cosas me vienen al pensamiento. La
verdad es que resulta bastante difícil escribir con el
balanceo y los golpes, de vez en cuando, que las olas dan
contra las amuras del barco.
Regresamos a puerto tras más de cuatro horas bailando al son
de las olas y sin nada que declarar, salvo que hemos gastado
un kilo de cebo para nada.
Durante el almuerzo, ‘pescaitos’ de lonja, comentamos las
noticias que salen en la prensa diaria y atendemos con
curiosidad la que informa de la agresión de pescadores
marroquíes a los españoles que están faenando en esas aguas
autorizadas por el acuerdo antes mencionado.
Pero bueno, una de dos: o han exagerado la noticia en
referencia a la agresión con palos y piedras ¿es que de
verdad el mar tiene piedras asequibles desde las cubiertas
de los pesqueros marroquíes?. A menos que tengan esas
piedras cargadas como lastre, ya es una cosa curiosa y por
lo demás indicaría premeditación. Ignoro si los atacantes
pertenecen al Estado Islámico.
Meditemos, amigos, meditemos. ¿Cómo saldrían las portadas de
los periódicos si los españoles, en territorio español por
cierto, tirasen palos y piedras a los trabajadores
marroquíes?...
Llevamos dando pasos en falso con un Gobierno temeroso del
rey alauita, más todavía cuando en el estadio de fútbol del
Raja de Casablanca sus hinchas vitorean al Estado Islámico
que está fascinando a los jóvenes musulmanes de diversos
países, incluso europeos. Ni osan, los de nuestro Gobierno,
llamar al embajador para que pida explicaciones al Gobierno
marroquí.
Un Gobierno capaz de seguir hundiendo la economía del país,
bonificando a los empresarios con 6.000 millones de euros y
recortando las prestaciones al desempleo, con los daños
colaterales del hundimiento de las cuentas de la Seguridad
Social… además de pagar, conjuntamente con la UE, 40
millones de euros anuales al monarca marroquí por
permitirles pescar en sus aguas territoriales y que no sepa
imponer los acuerdos, no merece estimación ninguna. Está
siendo el hazmerreir mundial.
A todo ello quiero hacer una pregunta: ¿El producto de la
pesca, que obtenemos en los caladeros marroquíes, superan
esa cantidad que pagamos anualmente? ¿Supera asimismo los
daños que hacen a los pesqueros españoles?, sinceramente lo
dudo.
Ante estas cuestiones… ¿no sería más barato importar el
pescado que pesquen los marroquíes?, de esa manera los 40
millones anuales serían destinados a esa compra y a pagar el
subsidio de pescadores españoles, y europeos en la
proporción correspondiente, en el paro.
A no ser que ese acuerdo con Marruecos sea una tapadera de
asuntos más importantes o en plan de cuota de protección.
Muy curioso.
En fin, la vida sigue y yo también aunque un poco apenado al
no logar pescar ni a un besugo.
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