El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte tiene un
comportamiento en su ámbito de gestión directa que cada día
dista más de lo que se entiende mínimamente como educación.
Trata a sus maestros y profesores como profesionales
haraganes, escaqueadores y carentes de los más elementales
principios éticos, sin el menor reconocimiento a una labor
diaria, muy difícil en toda España pero casi heroica en
nuestra ciudad.
Pero estar sentados en un despacho, mover papeles, realizar
algunos viajecitos, y redactar instrucciones (con la ayuda
muchas veces de una pléyade de asesores), levantarse y
estirar las piernas cuando se apetezca, tomarse un vaso de
agua o un café cuando se necesite, bien en la cafetería del
ministerio o en las que se encuentran en las cercanías, sin
dar cuenta a nadie ni poner el cronómetro es más sacrificado
que atender a esos treinta alumnos diversos en el aula.
Treinta alumnos cuyos sesenta ojos te escrutan
constantemente, y cuyos treinta cerebros te examinan día
tras día.
Da muchas normas e instrucciones, pero su casta directiva,
que hace mucho dejaron de pisar las aulas -en el mejor de
los casos- se mueven en las alturas. Alturas a las que solo
llegan débiles ruidos del bullicio de las calles.
Constantemente se nos recuerda la necesidad de que el
alumnado y su familia conozcan fehacientemente y se hagan
públicos tanto los criterios de evaluación como los de
calificación de todas las actividades del proceso de
enseñanza-aprendizaje, cosa que nos parece muy conveniente.
Pero cuando se trata de su relación con el profesorado
aplica el refrán “en casa del herrero cuchillo de palo”, y
nada de criterios publicados para el general conocimiento de
los profesores interesados
¡Hay que darle la batalla a este profesorado!, (Proclaman en
la rebotica), ¡no logra que salgamos del furgón de cola en
resultados de la OCDE!. Si las sesiones son de 55 minutos
son de 55 minutos, así que no pierdan tiempo entre clase con
un grupo y clase con otro, que no pasen por el departamento
a cambiar los libros, carpetas , materiales, que no tomen un
sorbo de agua para aclarar un poco esa maltratada garganta,
que no pierdan tiempo en el baño…etc.
Con el profesorado no se tiene la más mínima consideración
como profesionales cualificados, ni muchas veces tan
siquiera como personas. Como ejemplo de lo dicho tenemos el
comportamiento reciente de la Dirección General de
Evaluación y Cooperación Territorial en el proceso del
concurso de méritos para formar las listas de inspectores
accidentales para Ceuta y Melilla. La Comisión de Selección
nombrada para valorar los méritos de los profesores
aspirantes juega con la discrecionalidad que les ofrece la
exposición de la memoria. No hace públicos los criterios de
evaluación/valoración, ni tampoco los criterios de
calificación ponderada de los distintos apartados valorados.
Es decir, no aplica nada de lo que tanto predica porque su
consideración del profesorado no alcanza el nivel que tiene
con el alumnado. De los principios de IGUALDAD, MERITO,
CAPACIDAD Y PUBLICIDAD muy poco o nada. Eso si, no falta la
impostura que toma la comisión, como si de dioses venidos
del olimpo de Madrid se tratase. De transparencia nada de
nada.
Parafraseando al ilustre pintor y dramaturgo Santiago
Rusiñol “De todas las formas de engañar a los demás, la pose
de seriedad es la que hace más estragos”.
Afortunadamente poco o nada ha tenido que ver en esto el
servicio de inspección de Ceuta, ni tampoco mis compañeros
declarados aptos para formar el listado de inspectores
accidentales, de cuya valía no tengo duda alguna.
*Catedrático Numerario de Enseñanza Secundaria
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