Ya estamos en septiembre, atrás quedan las vacaciones
estivales y nos disponemos a iniciar un nuevo curso. Padres,
alumnos y profesores nos implicamos para que el reto que
tenemos ante nosotros se alcance sin excesivos obstáculos.
Una de las cuestiones que debemos de tratar en el ámbito
familiar y en el escolar – ya desde estos primeros días- es
la relacionada con el uso y el abuso del teléfono móvil en
nuestros jóvenes. Los objetivos e intenciones son claros:
analizar el uso que hacen nuestros adolescentes del móvil;
estudiar las consecuencias de este hábito en la fisiología
de la persona y su comportamiento social, y –en
consecuencia-promover líneas de actuación en salud a niveles
individual y comunitario. Actuaciones para llevar a cabo, en
nuestro caso, en el mundo educativo.
Quizás algunos lectores se pregunten por la fuente de los
datos que vamos a manejar en este artículo sobre la
nomofobia en los jóvenes de Ceuta. Una pregunta muy oportuna
para asegurarse el grado de veracidad de lo que se expone, y
la cercanía de lo que nos afecta. Los datos concretos sobre
los adolescentes de Ceuta se han obtenido a través de
cuestionarios personales respondidos por más de seiscientos
jóvenes ceutíes entre los meses de junio de 2013 a junio de
2014. El Plan es mucho más ambicioso y abarca a un amplio
abanico de hábitos y estilos de vida saludables, y una
evaluación pormenorizada del estado alimentario y
nutricional a través de técnicas no invasivas
antropométricas y de bioimpedancia tetrapolar, para una
horquilla de edades que van desde los doce a los dieciocho
años.
En la noche del próximo viernes, 26 de septiembre, se
llevarán a cabo en todas las universidades europeas, y
también en el campus de Ceuta como no podría ser de otra
manera, la llamada noche de los investigadores, en un
ambiente abierto, festivo y participativo para todos los
ceutíes. Sea este artículo una de las aportaciones del grupo
de investigación de nuestro Campus sobre “Desarrollo
Infantil y Adolescente: Factores de Riesgo”.
Hecha ya la presentación entramos de lleno en los hábitos
sobre el uso y el abuso de las nuevas tecnologías, en
especial de los teléfonos móviles. Como principio universal
puede decirse que los avances en la ciencia y en la
tecnología son siempre positivos porque redundan en la
mejoría de los niveles de calidad de vida y en la salud. Los
teléfonos móviles facilitan enormemente la comunicación y la
transmisión de datos e imágenes. La sensación de soledad se
ha difuminado dentro de un mundo que parece más cercano y
pequeño, tanto que se le ha pasado a denominar cariñosamente
como La Aldea Global. El sentido de pertenencia a un grupo o
tribu se ha incrementado gracias a la fácil comunicación en
las redes. El teléfono móvil es ya el medio de convocatoria
más eficaz y barata en nuestra sociedad. Gran aliado en
nuestras actividades laborales y en el estudio. Su mera
presencia hace que nos sintamos más seguros y menos
aislados.
El problema, y grande, se presenta cuando el teléfono móvil
deja de ser un instrumento, una herramienta que utilizamos
para que nos aporte servicios que redundan en nuestro
bienestar, y se convierte en una especie de vampiro, de
tirano que nos chupa la vida, que nos absorbe la energía, y
nos deja descargados y debilitados hasta el punto de
hacernos esclavos y erigirse en amo y señor de nuestro día y
de nuestra noche.
¿Dónde está la línea imaginaria que señala la frontera
entre el uso normal y el abuso?
Para muchos profesionales la nomofobia debe considerarse
como una enfermedad del Siglo XXI, ya que el miedo a estar
sin el teléfono móvil puede diagnosticarse como un trastorno
para una parte importante de la población, sin que los
afectados sean conscientes de ello. Existiendo ya protocolos
para la desintoxicación a esa adicción. Yo mismo tomo parte
de esta postura. Sin embargo en el último catálogo de las
enfermedades psiquiátricas que realiza la Asociación
Psiquiátrica Americana (el DSM-V, publicado en USA el 18 de
mayo de 2013, y versión en español en el 2014) no aparece la
nomofobia como trastorno mental. No ha existido unanimidad
en ello, pero la postura mayoritaria es que la nomofobia no
se puede considerar una enfermedad en si misma sino un
síntoma de la adicción al móvil. Parece ser que en esta
decisión última por parte de la Asociación Psiquiátrica
Americana de la no inclusión de la nomofobia han pesado
mucho las críticas que se le hacen de haber incrementado de
manera alarmante en los últimos años los protocolos para el
diagnóstico de enfermedades mentales. De manera que un alto
porcentaje de la población americana, y del resto del mundo,
tiene algún tipo de patología mental, y el beneficio de las
grandes industrias farmacéuticas se ha disparado.
En cualquier caso ambas posturas van en la misma dirección,
en la dirección de una anormalidad grave. Para unos la
nomofobia es ya una enfermedad que hay que tratar, para
otros es un síntoma claro de que algo no funciona bien y que
puede llegar a considerarse una enfermedad en un breve
espacio de tiempo.
¿Qué síntomas se presentan con el abuso del teléfono
móvil?
El usuario del móvil debe ponerse las pilas y analizar el
tiempo y la atención que le dedica al aparato cuando siente
un importante grado de ansiedad ante la ausencia visual de
la pantalla de su móvil. Ansiedad que le dificulta la
concentración en lo que está haciendo, y que le aísla del
momento y la situación que está viviendo. De no controlar
estos estados de ansiedad nuestra dependencia del teléfono
móvil ira en aumento, llegando a provocar altos niveles de
estrés.
Las situaciones de estrés en los seres vivos tienen unos
claros y puntuales objetivos. Sirven a los animales (y
también a las plantas) para resolver momentos de peligro en
los que corren riesgos graves de supervivencia. Los sistemas
nervioso y endocrino funcionan al límite, y todos nuestros
órganos trabajan en equipo para superar esa situación de
peligro, concentrando sus actuaciones en mantener la vida
vegetativa, y postergando la actividad cerebral en las áreas
responsables de las altas funciones de la razón y de la
creatividad. Pasado el peligro volvemos a la normalidad.
¿Pero qué ocurre cuando hacemos de una situación puntual
de estrés una forma cotidiana y continuada de vivir?
La respuesta viene dada por la psiconeuroinmunología y
abarca tres grandes dimensiones: en el campo de la
psicología, el individuo modifica su estado de ánimo; en el
ámbito neuroendocrino, se modifican los niveles hormonales
del hipotálamo, de la hipófisis y de las glándulas
suprarrenales; en el sistema inmunitario, el aumento de los
niveles de cortisol conlleva una disminución de nuestras
células defensivas tipo macrófagos y de las concentraciones
de interferón e interleucinas. Además, el aumento de los
niveles de adrenalina provoca una disminución de las
cantidades de linfocitos T. En síntesis, la situación de
estrés que nos provoca la ausencia o desconexión del
teléfono móvil afecta tanto a nuestro comportamiento en el
trabajo, en la familia, con nuestros amigos, como al
excesivo desgaste de nuestro cuerpo y de nuestras defensas
en su lucha contra las enfermedades. Nuestra armonía física,
mental y social queda afectada, y por ello nuestra salud y
nuestra calidad de vida.
¿Dónde tenemos que situar la línea roja que separa lo que
podemos considerar un buen y adecuado uso de lo que sería un
mal uso o abuso, que puede avocarnos a un comportamiento
compulsivo? Para responder esta pregunta vamos a analizar
los datos aportados por unos estudios llevados a cabo en el
Reino Unido en 2008 y 2012, y en el nuestro realizado entre
los jóvenes de Ceuta en 2013 y 2014. En el Reino Unido han
considerado que hay un mal uso cuando la persona tiende a
sentir ansiedad al no poder utilizar el móvil, bien sea por
falta de cobertura, falta de crédito, agotamiento de la
batería, o porque lo ha olvidado en su casa u oficina. De
una muestra de 2163 usuarios de teléfono móvil en 2008, el
53% sentía ansiedad. El porcentaje llegaba al 58% en hombres
y al 48% en mujeres. Un 9% de ellos ya presentaba una
situación de estresados. En el estudio posterior de 2012 los
porcentajes habían aumentado hasta un 66%, es decir un 13%
en poco más de tres años. La franja de edades de mayor abuso
se sitúa en la franja de los 18 a los 24 años, con un 77%.
Le sigue la de los 25 a los 34 años con un 68%, siendo el
resto de edades inferiores en su uso.
¿Cuál es la situación en Ceuta?
En nuestro estudio de la nomofobia nos hemos centrado en los
adolescentes de 12 a 18 años, y hemos considerado que se
entra claramente en un abuso del móvil, con toda la
sintomatología que hemos mencionado, cuando este joven
dedica más de cuatro horas del día al uso de su teléfono
móvil. Una primera aproximación al procesamiento de nuestro
banco de datos arroja los siguientes resultados: en un día
escolar el porcentaje de nuestros adolescentes que dedica a
su móvil más de cuatro horas al día llega al 51%, este
porcentaje se eleva para un día festivo hasta el 55%. La
gráfica de las horas de dedicación al móvil de nuestros
adolescentes según la edad va desde una hora a los doce años
hasta las cuatro horas a partir de los dieciséis años, de
forma que a los diecisiete años más del 75% de nuestros
jóvenes dedica a atender a su teléfono móvil más de cuatro
horas/día. Algunas de ellas robadas del necesario descanso
reparador en la noche.
Si vinculamos las horas que gasta el adolescente con su
teléfono móvil y el sentimiento de felicidad en su vida, se
constata que no hay relación directa entre estas dos
variables. No podemos afirmar que el sentimiento de
felicidad aumente o disminuya en razón a las horas que este
joven pasa al teléfono móvil. Tampoco encontramos
diferencias relevantes entre hombres y mujeres, ni entre las
culturas cristiana y musulmana.
A este fuerte incremento del uso del teléfono móvil en la
actualidad le acompaña una progresiva disminución en las
horas que pasan con el ordenador, que ronda la hora/día.
Pero si algo ha cambiado en los adolescentes ceutíes es la
dedicación al manejo de libros en soporte papel, tanto de
texto para sus estudios como de ocio. En días festivos rara
vez leen libros, y en una jornada de clases la inmensa
mayoría manifiesta dedicar entre una y dos horas como
máximo. Quizás estos datos nos orienten a los docentes sobre
el manejo de herramientas en el proceso de
enseñanza-aprendizaje, y las medidas para fomentar la
lectura en unas generaciones cada vez más cibernéticas.
¿En qué niveles de nomofobia nos situamos los ceutíes?
Si en los estudios ingleses los mayores niveles de homofobia
se dan en el estrato poblacional de los 18 a los 24 años,
con un uso excesivo del teléfono móvil cercano al 77% de los
individuos, seguido –en segundo lugar- por la población
entre los 25 y los 34 años con un 68%, con los datos de
nuestros adolescentes en Ceuta vemos que ya se aproximan con
un 75% a los máximos ingleses de edades superiores. O lo que
es lo mismo, nuestros adolescentes superan por goleada a sus
homólogos, adolescentes ingleses, en las horas que se pasan
con su teléfono móvil. Esta comparativa podría ampliarse al
ámbito europeo con resultados muy semejantes. A nivel
europeo, España es el país con más teléfonos móviles por
habitante, de manera que hay más teléfonos que habitantes.
Estamos a la cabeza de Europa no sólo en el número de
móviles por habitante, también en las horas que pasamos con
nuestros móviles, y Ceuta no es una excepción.
Se impone con urgencia la toma de medidas desde los ámbitos
escolares, desde las instituciones de salud, desde los
medios de comunicación y redes sociales, para racionalizar
el uso del teléfono, que sea una herramienta que nos ayude,
que nos facilite la vida. Pero que no se llegue a la perdida
de libertad. La dependencia o adicción al teléfono móvil
hace mucho daño a la persona, tanto en lo físico como
mentalmente, y le dificulta el desarrollo de muchas
capacidades en su mundo personal, laboral y social. Como
muestra de ello está el aumento de los accidentes domésticos
y laborales; la falta de atención y concentración en lo que
se hace; el aumento del insomnio y la disminución de las
horas dedicadas al sueño; el descenso en el rendimiento
académico; el incremento de los casos de hiperactividad; la
disminución de la productividad y eficiencia; el aumento de
las tasas de fracaso en las relaciones de pareja, y un largo
etcétera.
Y ya para finalizar, me gustaría aportar unos granitos de
arena al proceso de asimilación e integración del uso
generalizado del teléfono móvil en nuestra vida. Entiendo
que debemos de ir adoptando unas normas que permitan el buen
uso y la convivencia. Serían las normas de buena educación y
de buenos modales en la era de los móviles. A modo de
decálogo empezamos con estas:
PRIMERA: No situar el móvil en mitad de la mesa en la que
estamos compartiendo una comida, café o tertulia, etc.
Hacerlo es una forma de priorizar al móvil sobre tus
acompañantes. Si estamos pendientes de una llamada urgente,
comentarlo de antemano en la mesa. Guarda el móvil en tu
bolso. Los varones que no lo metan en un bolsillo delantero
del pantalón. Aunque el modo vibración pudiera resultar
placentero, no olvidar que la exposición continuada a las
radiaciones electromagnéticas puede afectar a la calidad del
semen y a la capacidad reproductiva.
SEGUNDA: Respetar el silencio. Escuchar continuas alertas de
tu correo electrónico, mensajes o whatsApp te puede volver
loco. Racionaliza los modos del móvil.
TERCERA: Cuidar el sonido de llamada de tu móvil. Cuando te
llaman el aparato debe de sonar como un teléfono, no como un
anuncio playero o un recital hortera. Dice muy poco a favor
de tu persona.
CUARTA: No gritar para hablar. A nadie le interesa tu
conversación. Además, no debes olvidar que pueden estar
pendientes de lo que dices personas muy indiscretas y que no
te interesan.
QUINTA: Apagar los móviles o en modo reunión cuando entras a
lugares públicos como cines, teatros, museos, sala de
conferencias, aulas de clase etc. Si viajas en medios de
transporte públicos como autobús o tren limita al máximo el
tiempo de tus conversaciones. Resultan muy molestas para los
demás viajeros, además de indiscretas.
SEXTA: En reuniones, si esperas una llamada importante y
necesitas atenderla, corta la llamada y sal rápidamente de
la sala. Una vez estés afuera restablece la llamada.
SÉPTIMA: Responder a los mensajes. Todos queremos saber que
nuestro mensaje ha llegado a buen puerto. Pero que ello no
signifique una ansiedad por hacerlo en todo momento y con
inmediatez. Establece unas prioridades según su importancia
y vete respondiendo aprovechando distintos momentos de la
jornada que no interfieran mucho con nuestras actividades.
OCTAVA: Respetar el horario de sueño. Durante las horas de
sueño mantener el teléfono apagado o en modo silencio, y
alejado de nuestra mesilla de noche. Las vibraciones y las
radiaciones van a perjudicar nuestro sueño.
NOVENA: Acostumbrarse a estar sin el teléfono móvil durante
un par de horas cada día. Dejar el teléfono en la casa
cuando vamos a darnos un chapuzón a la playa, a dar un
paseo, una pequeña caminata deportiva, un encuentro para
conversar con un amigo. Esta liberación nos viene muy bien
para relajarnos y encontrarnos con nosotros mismos. Este
paréntesis no va a afectar significativamente a la marcha de
la jornada.
DÉCIMA: Mesura al usar el móvil como cámara fotográfica. Si
te gusta utilizar el móvil para hacer fotografías y luego
volcarlas a tu red social, debes pensar que no a todo el
mundo le gusta aparecer. Como mínimo hay que pedir permiso a
esa persona.
* Catedrático de Biología y Geología del IES “Abyla” de
Ceuta e Investigador del grupo “Desarrollo Infantil y
Adolescente” de la Universidad de Granada en el Campus de
Ceuta.
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