Es lo primero que hice, no podía
ser de otra forma, cuando llegué a Ceuta el pasado sábado,
que nos había deparado la muerte de Juan Carlos, marido de
mi compañera en Radio Nacional de España, Adelaida.
Y si siempre que desaparece una persona llegan una serie de
alabanzas que llenan espacios en la prensa o minutos, en las
emisoras de radio, en este caso, y eso que la persona lo
merecía, no se ha dado apenas eso, posiblemente porque todos
los que, de una forma o de otra, trabajan en medios de
comunicación saben que Juan Carlos no era muy partidario de
aparecer en la primera fila y prefería mantenerse en su
justo sitio, sin necesidad de estar en la fila de los
figurantes.
Personalmente, he sentido grandemente la muerte de Juan
Carlos, con quien había tratado mucho, desde hace más de
diez años y con el que cualquier tipo de conversación
resultaba amena, entretenida y especialmente seria, ya que a
Juan Carlos eso de hablar por hablar no le iba demasiado.
Para él, esos parloteos que van sólo a hacer reír a los que
no piensan nada, digo que para Juan Carlos ese tipo de
hablar por hablar no tenía sentido, como no lo tiene,
tampoco, para mí.
Sorpresa, pues, pero sorpresa muy desagradable supuso para
mí la llamada de un colega de RNE, cuando yo estaba llegando
a Algeciras, a cumplir, entre otras cosas, con mi obligación
de examinar a mis alumnos que no habían pasado, en junio.
Pero si eso de los exámenes ya estaba en la propia
programación, desde hace muchos meses, lo que no podíamos ni
siquiera pensar es que, en este final de agosto, íbamos a
perder para siempre a una persona que jamás creó un problema
a nadie, que jamás hizo un simple gesto desagradable a nadie
y que toda su vida estuvo y supo estar en su justo sitio,
sin entrar en un terreno que no le perteneciera. Y eso que
hemos vivido los que le conocíamos no pueden decir que lo
han vivido ciertos advenedizos que llegan y a los dos días
quieren estar en la cresta de la ola, donde más se les vea,
y ejemplos tenemos y conocemos todos de esto.
Y ahora, tras estos días duros, difíciles y complicados para
nuestra compañera Adelaida, tan sólo nos podríamos permitir
aconsejarle que siga ahí, al pie del cañón, que no de la
oportunidad a nadie de verla como sin fuerzas, ni nada
parecido. Porque, ahora más que nunca, la profesionalidad de
nuestra compañera debe estar donde siempre estuvo y que siga
mucho tiempo aquí en Ceuta, en esta ciudad en la que tanto
ella como su marido consideraban como propia.
Y, precisamente ahora, cuando voy a cerrar mi columna de
hoy, tengo que repetir algo que hace una semana no se me
hubiera ocurrido pensar que escribiría hoy y es que:”estoy
seguro de que desde allá donde él esté, Juan Carlos nos
estará empujando, especialmente, a sus amigos, para que no
os desviemos de la rectitud que siempre mantuvimos y
propagamos con él.
De verdad, de verdad, Juan Carlos, descansa en paz.
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