La inmigración ilegal, ese gran problema que preocupa a
tantos ceutíes. Observo con agrado cómo nuestra sociedad
cada vez está más concienciada al respecto, la revolución
digital ha acercado al ciudadano una realidad espeluznante,
que si bien hace años pasaba desapercibida, hoy en día es
tema tanto de tertulias de bar como de mítines políticos.
Los españoles perciben la complejidad de la inmigración
ilegal como algo que afecta directamente a su país con más
vehemencia que a sus socios europeos, especialmente si se
mira a las naciones emplazadas más al norte. Esto podemos
extrapolarlo a España, el pueblo gallego o el pueblo
asturiano, por poner dos ejemplos, difícilmente tendrán
igual de presente entre sus preocupaciones el número de
africanos que saltaron la valla la noche anterior o si la
capacidad del CETI ha sobrepasado su límite.
Es un hecho, la inmigración se percibe diferente según la
personalidad de cada persona, su contexto, la cercanía
geográfica con los procesos migratorios de mayor relevancia
e incluso por ideología política. Pero quiero llegar más
allá y residir en mi amada Ceuta, es ideal para profundizar
en el tema en cuestión y observar como la percepción es la
clave de todo.
Por fortuna, los ceutíes son más o menos conscientes de lo
desesperada que tiene que estar una persona para abandonar a
su familia, embarcarse en un viaje a través del desierto,
confiar su destino a mafias organizadas y que aun así no se
le garantice llegar a Europa. Desesperación provocada por
condiciones de vida indignas y que en muchos casos se
agravan por conflictos bélicos (no hace falta irse a Siria
para comprobarlo). Y escribo que somos más o menos
conscientes, porque con frecuencia escucho frases sufridas y
lamentando las imágenes que aparecen en televisión.
Ahora bien, aunque toda la población es consciente del
problema y su complejidad, no todas las personas lo
tratarían de igual forma ni aplicarían las mismas
soluciones. Hay quien pregona que se eliminen las fronteras,
mientras yo como muchos otros, admiro a las Fuerzas de
Seguridad del Estado y la labor que hacen defendiéndolas. No
voy a ilustrar a nadie explicando las consecuencias de la
entrada masiva de millones de personas, cualquier realista
conoce el resultado de esta hipótesis.
Muchos inmigrantes se encaminan hacia Europa para trabajar,
ganar jornales y enviar dinero a sus familias. Pero la
realidad es que hoy en día, encontrar un trabajo en España
es difícil y casi inverosímil para un inmigrante ilegal.
Cuando llegan a España, el sueño de encontrar un trabajo se
convierte en dormir en el CETI, con suerte llegan a la
península, pero nada es lo que se les había prometido. En
conclusión, el estado realiza un gasto necesario para
mantener a estas personas las cuales se encuentran en un
mundo que destruye la mayoría de sus esperanzas e ilusiones.
España aportará el 0,7% del PIB al Tercer Mundo en 2015. ¿Es
suficiente? No, ayuda a fomentar el desarrollo, pero el
estado en solitario no puede hacer frente a tanta pobreza.
La solidaridad ciudadana e individual debe ser un apoyo,
siempre con la libertad que defiendo de que cada persona
destine su economía a lo que crea pertinente, sea a lo que
sea, por el buen funcionamiento de una economía de libre
mercado. No hablo de empresas o multinacionales, hablo de
personas normales de a pie, de clase media. Si juntos
diésemos un impulso constante y progresivo a los países
subdesarrollados, menos inmigrantes se verán en la cruel
necesidad de emigrar en condiciones infrahumanas.
Por otro lado, no hace falta irse al extranjero para
colaborar, cuando en nuestro país tenemos a tantas familias
en situaciones críticas. La percepción es la clave de todo,
la cruda realidad es que jamás permitiríamos que personas
pasaran hambre a nuestro lado, pero mientras invertimos en
excesos, las catástrofes ocurren tanto en el extranjero como
en España y Ceuta por desgracia, no es una excepción.
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