Buenos días, Ceuta.
Ayer, por el martes, quedé paralizado y aturdido por el
fallecimiento repentino de un familiar muy querido.
Fue una parte muy importante de mi vida… lo seguirá siendo
siempre en el recuerdo perenne hasta que ese Alguien sin
sentimientos me lleve a su lado.
Cientos de miles de recuerdos vienen a mi mente, días
pretéritos cargados de escenas que pasan por delante de mis
ojos como una película de excelente fotografía
Llega el momento de hacer una pausa y considero lo que
pudiera haber hecho por nuestros seres queridos, a menudo me
siento agobiado con un sentimiento de culpa… Cosas que
desearía haber hecho o dicho o cosas que quise hacer pero
que se postergaron y ahora ya no es posible…
Entonces es aquí donde los sentimientos de culpa se suman a
los de pena y pérdida que ya sentía… Por lo que cualquiera
que haya sido mi falta, ignoro si me perdonara desde allá
donde se encuentre, si se lo pido humildemente y luego,
empezar a hablar, vivir y amar como quise haberlo hecho
antes.
Hago un esfuerzo y trato de no pensar en el familiar que
murió, en el vacío que dejó, y dentro de la nostalgia que me
hiere es mejor que me prepare para el reencuentro con todos
mis seres queridos que se fueron.
Si de momento me es difícil aceptar la ausencia de mi
querida Antonia, mi querida Chiti, si existen misterios que
me perturban y mi corazón sigue intranquilo y triste por la
pérdida del ser querido, dirijo mis ojos hacia un futuro tan
incierto y rezo una oración de esperanza en la victoria
final.
Siempre hay alguien naciendo y alguien muriendo.
Entre los pensamientos que se arremolinan en mi mente en los
momentos de pena… son ¿Por qué ella?... de entre tanta
gente…
Nadie nos da respuesta, ni la Biblia las tiene… Solamente la
voluntad es capaz de darme las respuestas y el consuelo que
busco… Ese momento preciso es solo entre el destino que
suele ser preciso y exacto y yo.
Acostumbramos a prepararnos con mucho tiempo de anticipación
para el día de la llegada de un nuevo miembro de la familia…
pero nunca para la partida de algún ser querido aún y cuando
éste se encuentre enfermo, muchos menos si estaba sano.
Recuerdo, querida Antonia, querida Chiti, aquellos días en
el estanco de la calle Real donde pasaba muchas horas con tu
madre, mi querida madrina, y contigo, jugando entre cajas de
cigarrillos y agarrándome a aquél enorme teléfono negro que
colgaba al lado de la puerta de entrada.
Sigue viva en mi mente aquella primera vez en que me subí al
coche de Pepe, tu novio entonces y marido después. Era uno
de los primeros coches, de particulares, que aparecieron en
Ceuta y con el que gozábamos, los primos, de las vueltas por
las calles de aquella Ceuta inolvidable, aquella Ceuta que
surgía vibrante y nueva.
Lejanos eran aquellos tiempos, verdad, pero que siguen vivos
ahora y hoy como si estuviera viajando a través de un túnel
del tiempo en el que el espacio se prolonga más allá de la
razón.
Siento infinitamente no estar presente en tu despedida por
causas ajenas a mi voluntad, pero… te siento aquí, te siento
en un lugar del que es imposible erradicarte y,
sinceramente, no solo tú sino todos aquellos que se
ausentaron definitivamente y me dejaron solo ante el
destino.
Te has ido dejando a tu magnífico marido, a Pepe, a José
Pita Ruiz y a tus hijos e hijas, nietos y demás familiares,
a los que acompaño en el sentimiento más profundo que un ser
humano pudiera expresar.
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