En la madrugada del viernes al
sábado, de los días 4 y 5 pasados. Nuestro gran amigo en
común, Paco Esteban, me llamó por teléfono diciéndome: “Te
voy a dar una mala noticia”. No me digas más, ha fallecido
Gabriel, le contesté. Al confirmarme, Paco, tan fatal
desenlace, exclamé fuertemente, al ser un mazazo durísimo
que atravesó en canal los pilares de mis profundidades.
Similarmente como un rayo en una tormenta de verano,
resquebrajando la esencia de los árboles desde su cúspide
hasta las raíces. O como un temporal con fuertes marejadas,
hundiendo a las embarcaciones más sólidas de cuantas
existan.
Antes de proseguir, mi agradecimiento a Paco, por la llamada
que me hizo. Porque, de lo contrario, al encontrarme desde
hace meses algo alejado del mundanal ruido. Posiblemente no
me hubiera enterado de tu marcha al más allá de la tierra.
Produciéndome un, más aún, fuerte golpe. Porque a pesar de
no ser persona de acudir a tanatorios ni a funerales... En
esta ocasión, tenía que acompañarte sin excusas ni
pretextos, al merecértelo más que sobradamente por mi parte,
por tu gran talante humano desparramado a lo largo de tus
días. Teniendo el gran honor de que me consideraras uno de
tus buenos amigos. Habiendo disfrutado en las reuniones,
viajes, comidas, actos culturales… en los que acudimos o
coincidimos, de tu nobleza y don con esa templanza señorial,
que atesorabas allá donde fueres o estuvieres.
Amigos los tenías en grandes cantidades de todos los roles,
status y clases sociales. Dándoles respetuosamente a cada
cual el lugar que les correspondía, con esa caballerosidad
que innatamente brotaba de tus manantiales puros y
cristalinos. Fluyendo a borbotones la exquisitez de tus
virtudes.
En estos momentos, Gabriel, te diré que, se me ha venido a
la mente, un poema que me caló mucho, hace ya bastantes años
cuando lo leí por primera vez, de uno de mis maestros de la
poesía, Antonio Machado, titulado: ‘He andado muchos
caminos’, diciendo sus versos: He andado muchos caminos, /
he abierto muchas veredas; / he navegado en cien mares, / y
atracado en cien riberas. / En todas partes he visto /
caravanas de tristeza, / soberbios y melancólicos /
borrachos de sombra negra, / y pedantones al paño / que
miran, callan, y piensan / que saben, porque no beben / el
vino de las tabernas. / Mala gente que camina / y va
apestando la tierra... / Y en todas partes he visto / gentes
que danzan o juegan, / cuando pueden, y laboran / sus cuatro
palmos de tierra. / Nunca, si llegan a un sitio, / preguntan
a dónde llegan. / Cuando caminan, cabalgan / a lomos de mula
vieja, / y no conocen la prisa / ni aun en los días de
fiesta. / Donde hay vino, beben vino; / donde no hay vino,
agua fresca. / Son buenas gentes que viven, / laboran, pasan
y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la
tierra.
Es evidente, que del poema que acabo de transcribir, la
parte primera corresponde a lo peor que pueda existir del
género humano. Pero la segunda es la que “le va como anillo
al dedo” a Gabriel. Siendo obvio que Machado, escribió esa
segunda parte para las personas de bien, como lo era él.
Porque me consta que ha danzado y jugado con sus hijos.
Labrándoles en unión de su esposa, el futuro que hoy
disfrutan, gracias a las enseñanzas que les inculcaron desde
el seno familiar. Y si sus hijos se han sentido siempre muy
orgullosos de sus padres. Nosotros, sus amigos, también nos
sentimos muy orgullosos de todos ellos.
Porque Gabriel, a pesar de su gran talla e inmensidad
personal. Cuando se encontraba con sus amigos en alguna
tertulia, reunión…, no entraba en las agrias polémicas que
surgían, al no ser discordante, sino todo lo contrario.
Porque por caminar ha caminado con su buena condición y
saber estar hasta “a lomos de mula vieja”, para darle el
sitio o no perjudicar a cualquiera. Por ello, “cuando había
vino, bebía vino, pero si no, agua fresca. No teniendo
prisas ni en los días de fiestas”, disfrutando de la
compañía de su esposa, hijos, nietos, amigos…, dejando sus
quehaceres por y para ellos.
Era tan generoso, honrado e integro. Hasta el punto de que,
era admirado por todos los que le conocíamos. No habiendo
escuchado nunca hablar mal de él. Porque era único, cabal e
irrepetible gracias a la vergüenza, seriedad y decencia que
impregnan las columnas de sus genes. Siendo centenares de
almas, las que le dieron a Gabriel el último adiós.
Marchándose a hombros y por la Puerta Grande, al haber
triunfado por la gran persona que fue. No descansando sus
restos mortales bajo tierra, sino navegando por los océanos
y mares, al haberse esparcido, por expreso deseo, sus señas
de identidad por Punta Carnero en El Estrecho, al ser la mar
la principal fuente de energías y de vidas.
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