Es lo mínimo que podemos pedir
para el mejor futbolista de todos los tiempos, Alfredo Di
Stéfano Lahúle, que nos dejaba en la tarde del lunes 7 de
julio, o sea, el día de San Fermín.
La fecha hubiera sido idónea y más apropiada para una de las
grandes figuras del toreo de nuestro tiempo, pero Alfredo Di
Stefano jamás le hizo ascos a nada, de lo grande y mira por
donde se ha ido haciendo la competencia a todos o a
cualquiera de los taurinos.
Como futbolista grande, el más grande de todos, ha querido
dejarnos en medio de un Campeonato del Mundo, en el que
España ha hecho el ridículo, pero en el que Argentina, no
olvidemos que él nació en Argentina, está ahí dispuesta a
quedarse en uno de los cuatro primeros puestos, ya veremos
en cual de ellos.
Y hablando de Campeonatos del Mundo, ya es chocante que él,
el más grande, ni con Argentina, ni con España haya
disputado ni un solo minuto de un mundial, porque en el
único que estuvo, en Chile, 1962, iba lesionado y no pudo
jugar nada, además de que en aquel mundial España se vino
para casa, como este año, a las primeras de cambio.
Los madridistas de mi generación le tenemos un eterno
agradecimiento a Alfredo Di Stefano , especialmente, porque
en aquellos años en los que, todavía, la TV no había llegado
a nuestras casas, a través de la radio, siempre con los
grandes genios de las retransmisiones radiofónicas, Matías
Prats y Enrique Mariñas, nos hizo pasar tardes y noches muy
felices, por sus actuaciones en las distintas ediciones de
las Copas de Europa.
Para nosotros, los madridistas de aquellos días, primero
estaba el Cielo y a continuación Di Stéfano. Un Di Stefano
al que yo aplaudí, desde que hice la primera comunión, hasta
que ya estaba metido y bien metido en la Universidad.
A pesar de que entonces o no había o no llegaba a todos los
lugares la televisión, la imagen de Di Stefano era conocida
por todos los que seguíamos el fútbol, aunque sólo fuera por
los cromos que tanto nos hacían disfrutar.
Los tiempos han pasado y quienes hemos conocido a otros como
Pelé, Puskas, Kubala, Johan Kruiff, Maradona o Eusebio, una
extensa baraja de primeras figuras del balón, siempre hemos
dejado el número 1 para Di Stefano, los demás que se vayan
colocando donde mejor les consideren sus seguidores.
Y hoy, seguramente que ya, a las mismas puertas del Cielo,
es posible que el ya desaparecido, también, Miguel Muñoz
estará manejando una serie de fichas importantes para formar
allí el mejor equipo que podamos imaginar con: Antonio
Ramallets, Isidro, Marquitos, Vidal, Enrique Mateos, Kubala,
Puskas, Rial, Zarra ..., un equipazo en la gloria, al que se
acaba de unir el maestro Alfredo Di Stefano.
Todos los que le hemos conocido y le hemos visto jugar
decenas y docenas de partidos hemos coincidido en algo muy
esencial y es que su número 9 era muy especial, no un 9 a la
antigua usanza como el de César o el de Zarra, era un 9
moderno, que venía de atrás, por la derecha, por la
izquierda o por el centro, que cortaba la jugada del
adversario y ya estaba en posición de remate, daba igual con
la derecha, la izquierda, la cabeza o el tacón, algo que al
primero que sorprendió fue al meta Saso, del Valladolid, en
el Viejo Zorrilla. Y es que, en todas partes, Di Stefano
dejaba su propia marca, en Valladolid o en Amberes, en
Chamartín o en el Metropolitano.
DEP, Alfredo Di Stefano.
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