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OPINIÓN - DOMINGO, 29 DE JUNIO DE 2014

 
OPINIÓN / ESCRITOS DURANTE EL CAMINO

Paseo de las Palmeras: El primer amor

Por Quim Sarria


La década de los sesenta fue una de las épocas doradas de la juventud ceutí, con un fuerte incremento de las actividades culturales, deportivas y sociales pero no políticas. En política sólo nos estaba permitido entrar por el Frente de Juventudes al mundo de aquel Movimiento Nacional.

Esta sección de la Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S., fue creada por el régimen de Franco en 1940 para el encuadramiento y adoctrinamiento político de los jóvenes según los principios del Movimiento Nacional… o sea un auténtico lavado de cerebro estilo Juventudes Hitlerianas.

El local del Frente de Juventudes estaba ubicado en la calle Fernández, paralela a la calle Teniente Pacheco, donde yo residía por aquel entonces, el jefe era Pepe Benítez. Entré en el Frente, aunque jamás me puse el uniforme de Flechas, Pelayos ni la madre que los parió, por decisión familiar en unos momentos de crisis de identidad cuando estaba dando paso a la adolescencia.

En el equipo de fútbol juvenil del Frente de Juventudes, C.D. San Fernando, inicié mi vida deportiva enfrentándome al Ceuta y recibiendo la única mayor goleada de toda mi vida como guardameta: nos metieron 9 goles, con un enorme Pirri en plan matón.

Los fines de semana solíamos salir a pasear por el epicentro cultural de la juventud de aquellos tiempos: la calle del Generalísimo Franco, más conocida como Paseo de las Palmeras.

Con 13, 14, 15, 16 y 17 años salíamos a pasear vestidos con traje y corbata pero con apenas un duro (5 pesetas) en el bolsillo que solíamos gastar en pipas, ‘chochos’ (altramuces) y demás. Eran unos fines de semana en que las chicas se emperifollaban, perdón por la palabrita, de manera exquisita en sana rivalidad por ver quién era la más guapa y todas soportaban los piropos que solían soltarse entonces y que sólo levantaban sonrisas arreboladas y risitas nerviosillas.

Hoy en día, hacer lo que hacíamos en aquellos tiempos, decir piropos, se salda con denuncias por machismo engreído derivado en agresiones psicológicas, ¿no te jode?

Desde la entrada al viejo puerto de pescadores hasta el puente del Cristo una auténtica marea humana cruzaba el paseo en ida y vuelta tantas veces hasta que anochecía.

No pocos amores surgieron en esas idas y venidas aderezadas por el trasiego de reclutas que emanaban ese típico hedor de cuerpos sudados encerrados en toscos uniformes de basto tejido y botas espeluznantes que, aunque bien lustradas, soltaban un vaporcillo que formaban una burbuja defensiva alrededor suyo. Uno de esos amores, el mío, surgió… de verdad que no tengo ni idea de cómo surgió.

Era una chica preciosa, pizpireta y muy recatada. Con una carita un poco pecosa y decorada con unos ojazos tremendos que me dejaba prendido y perdido. Eran unos paseos castos, encuentros silenciosos, miradas muy expresivas que… acabó abruptamente sin que, hasta ahora, sepa cómo pasó.

Solo recuerdo que tuve una seria pelea con uno de los chicos de la pandilla de mi calle y desde ese momento dejé de verla. Por aquella pelea recibí una tremenda reprimenda de mis padres, más que nada por haber dejado malparado al chico que además era vecino nuestro.

No deseo entrar en detalles de lo que ocurrió, pero desde aquel momento siempre he tenido en mente a aquella chica por ser el primer amor no confesado por ninguno de los dos que, imagino, tuve en aquel despertar a la juventud desde la infancia.

Cada vez que regresaba a Ceuta, ya mayor, daba largos paseos por las calles y zonas donde estuvimos, con la esperanza de volver a encontrarla y, al menos intercambiar unas palabras. Jamás conseguí dar con ella ni nadie me habló del tema. Desde aquel momento el karma que rodea mi espíritu está basado en que si tengo la libertad para elegir entre el bien y el mal, tengo que asumir las consecuencias que se deriven. Y bien dolorosa resulta esa consecuencia de no haber hecho caso a mi corazón y persistir en aquel momento que podía haber resuelto mi futuro.

En fin, la vida da tantas vueltas como los paseos que dábamos en aquel Paseo de las Palmeras inolvidable, bajo la atenta mirada pétrea y severa del Coronel González Tablas que, desde lo alto de su pedestal, parecía enfadarse por las tonterías de los reclutas.

El resultado de aquellos paseos de fines de semana fue que mis padres se empeñaron en cambiarme mis hábitos sociales y meterme en los bailes del Casino Militar, bailes que no me entusiasmaban por tener que cumplir unas etiquetas contra las que me rebelaba.

Unos chicos petimetres, engreídos con una aureola de Varón Dandy flotando alrededor de sus cuerpos y unas chicas de punta en blanco con vapores de la Maja de Goya que mareaban y que no hacían otra cosa que hablar de sus bordados y sus caballos de la Hípica.

No bailé con ninguna de esas chicas, y de verdad que muchas eran preciosas, porque entonces tenía una especie de desazón sin tener razón alguna. Miento, bailé con una beldad, hija de uno de los más poderosos comerciantes de la ciudad, pero era prima de una de mis primas… eso bastó para que siguiera encerrado en mi caparazón.

Me habían hecho salir del grupo de mis amigas y amigos, del entorno social en que mejor me encontraba para adentrarme en un océano de seres encopetados y altivos. Rebelarse contra ello, en aquellos tiempos, era muy duro. La férrea disciplina familiar atemorizaba realmente y no daba opciones al libre albedrio.

Así perdí a aquella chica, aunque verdaderamente no recuerdo el cómo ni el porqué. Pero si algo quiero decirle, este algo es: si fue un amor perdido, si como dicen que es cierto que vives dichosa, quizás esos otros besos te den la fortuna que yo no te di...

He vuelto al Paseo de las Palmeras. Ha perdido el encanto de aquellos tiempos y lo he encontrado más frío y con menos temperamento.

Ya sabemos que es la primera calle importante de la ciudad que nos encontramos cuando desembarcamos y su extensión sigue siendo la misma aunque con algunos nombres cambiados.

Tropezarse con ese Baluarte de los Mallorquines, con esa especie de puerta, que han dado en llamar Puerta de Santa María, llena a uno de fuerte desazón y le hace creer que se ha equivocado de Ciudad. Ya realicé una crítica en el periódico sobre esta obra arquitectónica que ha roto el encantamiento del Puente del Cristo en una atroz acometida de pico y pala.

En el paseo una especie de mirador, son cinco, están ocupados por bustos de bronce, obras de Serrán Pagán, cuanto antes sus lugares lo ocupaban parejas de enamorados.

Como ya comenté en mi artículo, la idea de esa monstruosidad arquitectónica rompe por completo la armonía del entorno y choca estridentemente con las viejas piedras de las murallas del foso. Podían haberlo hecho mejor.

La transformación del paseo rompe con la idea que tenía del mismo, la muralla árabe y portuguesa que lo soporta deja en el olvido aquellos soportales que daban encanto y misterio al mismo, por culpa del afán de hacerlo más moderno y menos llamativo.

Pero como todo pasa, pasaron aquellos tiempos de los paseos de enamorados y de las antiguas construcciones como el Hotel Atlante, hoy desaparecido, y la aparición de nuevos edificios como son el de los Atlantes y el Corona.

Paseo desangelado éste, el que doy sin ella por el Paseo de la Palmeras, perdido entre gentes que anulan esa visión del amor bajo su olvido. Solamente he pasado algo así, tal vez, como diez minutos con el amor de mi vida y miles de horas pensando en ella.
 

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