La muerte por disparos de un hombre en las calles de Ceuta,
viene a decir muchas cosas, no sólo aquello de que las
Fuerzas de Seguridad tienen que trabajar más, sino muchas
otras, entre las que cabe destacar la falta de diligencia
social en todos y cada uno de los elementos sobre los que se
sostiene cualquier estructura social mínimamente civilizada,
tales como aquellas otras fuerzas sobre las que gravita la
vida de los protagonistas, tanto la del fallecido como la de
aquellos que decidieron arrebatarle la vida de forma cruel.
En una ciudad en la que las religiones vienen a jugar un
papel importante, ya sea como conductores morales o bien
como advertidores de conductas malsanas, resulta realmente
sorprendente que uno de los colectivos más importantes de la
ciudad, como es el musulmàn, certifique y haga suyas la
totalidad de las muertes violentas que desde hace mucho
tiempo tienen lugar en la ciudad.
Existe en el fenómeno musulmán, especialmente en los grupos
que, de un modo u otro, dicen representarle, una gravísima
falta de atención hacia sus miembros, hacia si mismos, en
definitiva, pues no existe ninguna acción o programa social
que tenga por objetivo mentalizar sobre las consecuencias de
la violencia y su cultivo, ya sea desde corta edad o ya como
adultos.
Sin embargo, vemos que acuden en tropel hacia cualquier tipo
de subvención económica que se publique, tanto como que
conocen fechas y cualquier tipo de instrumentalización
referidas a cómo obtener ese tipo de dádivas que, tanto el
Gobierno local acostumbra a rifar con nombre y apellidos,
como aquellas otras que vienen por canales discretos y poco
conocidos.
Resulta espeluznante que los musulmanes se maten entre si, a
sabiendas que el Islam es bastante claro al respecto, pero
ni eso ni nada es suficiente para transmitir y hacer llegar
la consigna de que matar a un ser humano no es propio de un
ser igual; menos aún, de quienes nacen y se hacen en una fe
religiosa, ya sea Islam o cualquier otra.
Los lideres religiosos musulmanes deberían cambiar sus
discursos, siempre tan trascendentes y lejanos de la
realidad, y bajar a la arena de los hechos, impregnarse con
su polvo, y ayudar a su gente en donde realmente lo
necesitan. Ya está bien de decir para no decir nada, ya está
bien de decir lo que es para unos pocos, ya está bien de
encorsetar una realidad social, haciéndola parecer una
visión feliz y entrañable. Deben esos directores de almas,
hablar a la gente llana de forma llana, establecer puentes
con los agentes sociales comprometidos, valorar las formas
de convivencia existentes y estructurar nuevas formas
sociales, siempre teniendo como piedra angular la paz y un
deseo social irrenunciable: Nunca usar la violencia.
El trabajo de las Fuerzas de Seguridad tiene que ir en
paralelo al de aquellas otras fuerzas sociales que tienen y
poseen “escucha activa” entre sus miembros; sin eso, faltará
algo importante, que no es sino la falta de concienciación
en grupo y en familia de que la violencia despoja a la vida
de sentido más sublime: Que es dada por Dios.
Pedir la dimisión del delegado del Gobierno resulta
insuficiente y claramente innecesaria, aunque queda bien
hacerlo, ya que el guión lo pide, pero por esa operación
aritmética también habría que pedir la de otros muchos,
empezando por esos que dominan púlpitos y a los que nadie
puede contradecir, así como aquellos otros que siendo
musulmanes hacen de la política profesión, y que desde que
tomaron testigo nunca nada hicieron por su gente para
fomentar el rechazo a la violencia, estableciendo
plataformas en ese sentido, incluso casándolas mediante
formulas participativas con otras confesiones, de modo que
el encuentro de opiniones diferentes concluya en un mismo
objetivo: Convivencia Natural.
El colectivo musulmán viene pidiendo otro tipo de ayudas,
aparte de la policial. Se trata de una atención especial, y
tiene que ver con su presente y futuro, y su lugar en el
núcleo social de esta ciudad. Y para eso necesita de todos,
sin excepción.
De no prestarse esa atención, ninguna policía podrá parar lo
que germina de forma imparable. Esta es una ciudad pequeña,
que de no remediarse a tiempo, vendrá hacer cierto el dicho:
Pueblo chico, infierno grande
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