El asesinato a tiros vuelve a la
actualidad de nuestra cara más tétrica en esta ciudad en
calma, solo alterada por unos pocos empeñados en hacerse
notar. Acaba de escribirse el penúltimo episodio de un
asesinato a sangre fría protagonizado por tres encapuchados
que, al más puro estilo mafioso, descargaron sus armas
contra una persona a la que acribillaron en la barriada de
Los Rosales. Un hecho sangriento, cruel, fulminante, que
sesgó una vida y que vuelve a sembrar la alarma por la forma
en que se produjo y por sus fatales consecuencias.
Los pistoleros en este pueblo creíamos que eran una
“especie” a extinguir, pero parece que vuelven por sus
fueros, por las razones que sean, aunque nunca estará
justificada una muerte de manera tan vil como salvaje.
Quienes parecen dispuestos a alterar el orden y se empeñan
en tratar de crearnos la sensación de inseguridad, bien
merecen que más pronto que tarde, den con sus huesos en la
cárcel y desaparezcan de la sociedad ceutí. La delincuencia
parece que es un mal menor de nuestra sociedad con la que
hay que acostumbrarse a convivir, con algunas esporádicas
apariciones como ésta, donde dejan su reguero de muerte y
sufrimiento. Siembran la inquietud, la preocupación y la
rabia, por su cobarde presencia bajo capucha, ocultando su
identidad y esgrimiendo armas, como pistoleros de barrio.
Son la excepción de la regla y la escoria social.
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han de
averiguar las identidades de los causantes de este suceso.
No puede quedar un pistolero suelto por nuestras calles y,
desde luego, tampoco han de erigirse en los “dueños” de una
situación marginal.
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