Todo ha sido impecable. Tal y como
estaba previsto en la Constitución de 1978, ha sido
proclamado Rey de España, Felipe VI, un rey constitucional
altamente formado para su cometido; que, como su padre,
también aspira a serlo de todos los españoles. Cumplido este
deber constitucional pronunció su primer discurso,
verdaderamente esperanzador, en el Congreso de los
Diputados, ante ambas Cámaras depositarias de la soberanía
nacional, consciente de la responsabilidad que ello supone,
pero asimismo con la mayor ilusión. Se ha dado, pues, una
lección de democracia y el pueblo, aglutinado en la
diversidad, ha tomado las calles de Madrid para celebrar
este tiempo nuevo con la esperanza de una renovada época.
Sin obviar a sus antecesores, el nuevo Rey de España subrayó
de manera especial que en esta España diversa cabemos todos,
y que cada cual tiene su formas de sentirse español.
Naturalmente, tuvo palabras de gratitud para la generación
del Rey Juan Carlos I, por abrir camino a la democracia en
este país. Igualmente, tuvo un recuerdo especial para su
madre, la Reina Sofía, por su entrega generosa e impecable
al servicio de los españoles. En su nueva apuesta, hizo
especial hincapié en que la Corona debe velar por la
dignidad de la institución y observar una conducta honesta.
Nadie niega que el caso Nóos ha hecho un tremendo daño a la
Corona, y precisamente, en este acto de proclamación, la
gran ausente ha sido su hermana Cristina de Borbón, que
desde hace un tiempo vive apartada de la familia real por la
imputación de su marido en el citado caso.
El nuevo Rey constitucional de España tiene claro su
objetivo, el avivar proyectos integradores que miren al
futuro y que todos podamos compartirlos. Apunta a un
profundo cambio de mentalidades y de actitudes más
aglutinadoras, porque los sentimientos, no deben jamás
enfrentarnos, dividir o excluir, sino comprender y respetar,
convivir y compartir. No se puede decir más claro, Felipe VI,
no sólo quiere apostar por el conocimiento, la cultura y la
educación, tiene la convicción personal de que la monarquía
parlamentaria puede y debe seguir prestando un gran servicio
como moderador y símbolo de la unidad y permanencia del
Estado. La independencia de la Corona, su neutralidad
política y su vocación integradora, indudablemente
contribuye a la estabilidad del Estado.
Sin nostalgias, pero con un espíritu propio, el nuevo Rey
constitucional es una persona sensible y así quiso
transmitir su solidaridad con los ciudadanos a los que el
rigor de la crisis ha golpeado fuertemente, europeísta,
dispuesto a alimentar las ilusiones colectivas reivindicando
el papel de su generación, con visión universal en cuanto a
convicciones y compromisos, lo que acrecienta la concordia y
la esperanza del pueblo. A mi juicio, lo más relevante es su
postura contundente por la autoridad moral, que emana de un
comportamiento ejemplar, consciente del deterioro de las
instituciones, incluida la misma Corona. En este sentido,
quiere ser ejemplo e inspiración, para estar junto a los
ciudadanos. Son muchos los retos a los que ha de hacer
frente el nuevo monarca, sin embargo no dudamos que su
espíritu conciliador de sus frutos. Ahí queda el primer
gesto. Lo ha hecho ante Artur Mas o Iñigo Urkullu, que
apenas han aplaudido su proclamación. El nuevo Rey está
dispuesto a atender sus deseos, ahora bien se ceñirá, como
se desprende de su discurso, a una Constitución únicamente
reformable desde el espíritu del consenso.
El comienzo, pues, de este nuevo reinado para una España
distinta a la que se encontró su padre, no ha podido ser más
alentador. Nos ha alegrado ante el clima de pesimismo que
nos invade. Es la mejor noticia. Confiamos en que no
defraude su cercanía a los ciudadanos, el mejor aval para el
éxito. Desde luego, la ejemplaridad de la Corona será
fundamental para derribar muros y acercar posturas.
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