Estamos realmente necesitados de
espíritus cooperantes, de personas comprometidas con otro
hacer más equitativo. Ciertamente, nadie puede vivir
aislado, pero tampoco explotado por un sistema que empobrece
a los más pobres, y que para nada colabora en la integración
del ser humano. Por consiguiente, entiendo, que no tenemos
otra salida que fomentar las alianzas y que establecer
mecanismos cooperantes que nos ayuden a mejorar el clima de
convivencia. Todo va a depender de la respuesta conjunta que
demos a los problemas. La atmosfera de inseguridad y de
terror está causando miseria y desplazamientos masivos en
muchas partes del mundo. La violaciones a los derechos más
básicos de la población deben de cesar de inmediato. La
sociedad como tal no puede volverse permisiva ante este tipo
de caos absoluto. Parece como si las relaciones no pudieran
regirse más que por la fuerza. La irracionalidad todo lo
confunde y lo desordena. Ante este desbarajuste tenemos el
deber, ya no sólo de respetar los derechos ajenos, también
el deber de colaborar unos con otros, con sentido de
responsabilidad.
Por desgracia, nos mueven a veces tantos intereses
mezquinos, recibimos tantas presiones fanáticas, hasta el
extremo que determinados grupos armados detienen y torturan,
cometen abusos sexuales, amenazan e intimidad, secuestran a
inocentes, una y mil veces, con una impunidad que no se
entiende. Por otra parte, en muchos países las leyes dicen
que si un oficial de policía lo considera, puede usar la
fuerza. Esto no es ajustado a las normas internacionales,
que indican que esa decisión debe ser tomada cuando no
exista ninguna otra opción. Bajo este alarmante panorama
resulta complicado establecer ningún tipo de alianza que
active la colaboración para remediar los infortunios de
nuestro tiempo. De ahí la importancia de coaligarse para
hacer frente a tanto despropósito, donde se manda mucho y se
gobierna mal, casi siempre para unos pocos privilegiados.
El mundo necesita líderes que cooperen para construir una
civilización del mañana mucho más humanista, que fomente la
unidad en la pluralidad, el espíritu creativo en el sentido
de especie. Para ello, estoy convencido de que hay que
avivar una alianza de pensamientos para reconstruir caminos
diversos, pero todos ellos respetuosos con la dignidad del
ser humano. La excesiva degradación de los valores morales
hacen difícil que las personas puedan entenderse así mismas,
por lo que difícilmente van a poder comprender a sus
semejantes. Esto unido al egoísmo desenfrenado estimula aún
más el diluvio de atrocidades que sufrimos permanentemente.
Lo que ha de movernos, cada uno desde su parcela, a ser
personas que propicien la moderación y arbitren el sentido
humano por encima de doquier poder. Se trata de buscar menos
intereses y, en todo caso, otro espíritu cooperante más
generoso. Hay mucha relación ambigua. Desde luego, una
operante generosidad lleva consigo un mayor desprenderse, y
por ende, también una mayor comprensión.
Indudablemente, necesitamos hoy más que nunca redoblar los
esfuerzos y las iniciativas para crear condiciones que
fomenten la cooperación entre pueblos, y de este modo,
puedan fructificar alianzas duraderas, basadas en el
reconocimiento de los derechos de cada uno y en la recíproca
seguridad. Todos tenemos el derecho a poder disfrutar de un
mundo armónico. Por eso, no existe una mejor prueba de
avance en el mundo, de progreso de una civilización, que la
del ascenso de la cooperación. Sin duda, una estrategia que
corresponde a ese vínculo de relación innato con la
prelación de la vida. Hasta ahora hemos sido más
competitivos unos para con otros que cooperantes, y esto,
pienso que entorpece la solidaridad tan necesaria para poder
desarrollarnos desde las más profundas alianzas. Habrá,
pues, que modificar este juego de conflictos, donde el
poderoso se come al más débil, para que puedan avivarse
lazos más auténticos, donde la franqueza y el buen corazón,
nos encaminen hacia otros horizontes más humanos, donde el
factor encuentro destierre cualquier tipo de exclusión. El
día que demos a los demás los derechos que reclamamos para
sí, estaremos en disposición de colaborar para impulsar otro
mundo más tolerante. Sin duda, antes tendremos que ser
dueños de sí. Al fin y al cabo, todo es resultado de un
cúmulo de esfuerzos, donde todos somos precisos y
necesarios, para la victoria de la persuasión sobre la
fuerza.
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