Este año mi familia no ha asistido a los cultos de San
Antonio. No crean ustedes que esta ausencia ha sido
deliberada y voluntaria, tampoco ha sido por desidia, o
falta de devoción. Nada más lejos de la realidad. De hecho,
mi esposa lleva asistiendo ininterrumpidamente a su triduo
desde el año 1991, fecha en la que llegamos a esta ciudad. A
pesar de los tiempos que corren, donde la tecnología reina
en nuestras casas, arrasa nuestras percepciones y aniquila
nuestras conciencias, el motivo ha sido la falta de
información. Así de simple y así de complejo entendimiento.
¿Deliberada? Es difícil, pues como decía Marcel Mart, «la
mejor fuente de información son las personas que han
prometido no contárselo a otros», y dadas las circunstancias
“atenuantes”, no creo que este haya sido el caso. A lo largo
de la historia, el manejo y la distribución de la
información siempre ha sido todo un arte. Tanto para captar,
cómo para descartar a quien, que por un motivo u otro, no
interesa su presencia en determinados eventos. Parece que
los que no giramos en la órbita del “astro celestial de
turno” no somos bien recibidos. No olvidemos que, en cada
noticia siempre hay una cuestión sobre la que hay que
decidir, los receptores de la misma. A veces parece que es
necesario aislar al que no conviene, evitar aquellos que su
sola presencia “incomoda” a algunos “dirigentes”, y hacerle
llegar solamente lo que interesa que llegue, poco y tarde,
siempre con el mezquino arte de mimetizar el teórico error,
o la “falsa” apreciación subjetiva del perjudicado.
En los viejos tiempos, Carlos Orozco, actual hermano mayor,
nos traía a casa el boletín de nuestra cofradía en tiempo y
forma. Después dejó de llamar a la puerta, y entregarlo en
mano, pero al menos, no había olvidado nuestra dirección, y
nos lo introducía anónimamente en nuestro buzón. Este año no
ha sido de ninguna manera, nos ha pasado como aquel
desesperado que quiso ver, y quedó siempre a la espera. No
crean ustedes que este “olvido” ha sido motivo de trauma
familiar. Para nada, dicen que la dicha de la vida consiste
en tener siempre algo que hacer, eso gracias a Dios no nos
falta, alguien a quien amar, siempre a San Antonio, y alguna
cosa que esperar, el milagro en los demás. Por eso, nosotros
lo dábamos por descontado. Pero creo que vivimos en una
sociedad repleta de demasiados desencantados descontados.
Así, por ejemplo, se da por descontado que un “amigo de
siempre” se comportará “como siempre”, se da por descontado
que le interesará y cuidará lo que siempre le ha interesado,
sus “amistades de siempre”. Pero nadie repara en los
numerosos descontados, y en la falacia de la gente. ¿No es
sorprendente? En la sociedad en que vivimos, juez y víctima
de la información dirigida y/o manipulada, no siempre se
piensa en los demás, y nunca en todos. Con nuestras
actitudes selectivas, queremos desterrar el papel impreso
pero, en realidad, lo único que desterramos es el
conocimiento, y sobre todo, los sentimientos. En este
aspecto, tenemos que aprender de Carmen Posadas cuando decía
que «Hay una teoría infalible sobre la amistad: siempre hay
que saber qué se puede esperar de cada amigo». Siempre
debemos esperar lo mejor de los demás, pero también tenemos
que estar preparado para lo peor. Creo que el secreto de la
vida es saber siempre esperar lo posible, y dudar de lo
imposible cuando se desespera. Ante la extraña ausencia de
cualquier tipo de información sobre los actos de la
cofradía, le preguntamos a nuestro “hermano mayor” a través
de las nuevas tecnologías, y nos puso al día. Pero ya era
demasiado tarde. Eso sí, nos dijo que el boletín lo podíamos
recoger en la ermita del santo. La pregunta es obvia ¿Qué
sentido tiene realizar un boletín informativo si hay que
recogerlo en el lugar donde se van a celebrar los actos que
se deben informar? ¿Esta nueva política de la hermandad es
coste-eficiente? Creo que no, pero seguro que es
coste-selectiva. Sé con seguridad que no hemos sido los
únicos perjudicados por este peculiar cambio, con esta nueva
logística de distribuir la información a los hermanos de la
cofradía. Por ejemplo, un matrimonio sevillano que viene
todos los años desde Castilleja de la Cuesta, expresamente
al triduo del santo, Maravillas y Rafael, tampoco lo han
recibido. ¿Tanto cuesta enviar por correo un simple boletín
a los hermanos una vez al año? Como consecuencia de la falta
de información, esta pareja llegó el pasado lunes, pues
pensaban en su lógico raciocinio que el triduo sería martes,
miércoles y jueves. En cualquier caso, no nos vale el refrán
«mal de muchos, consuelo de tontos». A pesar de toda esta
nueva dinámica de cambios, de los involuntarios o
deliberados olvidos, y de las desidias tecnológicas, algunos
deberían saber que nadie va a conseguir por ese largo y
tortuoso camino del desprecio, nuestra baja de la hermandad,
y mucho menos disuadir nuestro amor y devoción por el santo.
No entiendo cómo a estas alturas del guión se le puede pasar
por la mente a algún virtuoso “ingeniero espiritual”
construir sibilinos “puentes de plata” para incitar nuestra
huida. No sólo pierde el tiempo y el dinero, sino también su
reputación intelectual. Nadie nos apartará del santo en
ninguno de los contextos. Pase lo que pase, mi familia,
seguirá asistiendo los martes por la mañana, como
tradicionalmente lo viene haciendo, pues para ello no
necesitamos más información. Eso sí, a solas con San
Antonio, en la intimidad del reinado de su silencio, solo
interrumpido por la suave brisa del poniente primaveral que
acaricia los árboles, y el dulce trinar de los pájaros que
se posan en las cornisas de su blanqueada ermita. En ese
momento volveré a recordar la prosa más sentida, y las
oraciones más calladas…
San Antonio bendito, con las ganas que tenía de verte, de
llamarte y estar contigo a tu lado, frente a frente, mano a
mano, verso a verso. En estos últimos años me he sentido
solo, abandonado, olvidado por algunos que creía mis amigos,
menos mal que te tengo a ti, que siempre estás en mi camino,
que siempre estás a mi lado, protegiendo mi destino de la
maldad, la desidia, la calumnia y el pecado. He reciclado
una vez más los sentimientos que te dedico -nunca acabo
contigo, y como ves-, hoy he encontrado el mejor remedio
para tenerte a mi lado, dándome cariño; perdonándome mi
egoísmo, mis miserias, mis vicios, y mis pecados.
La vida tiene muchos momentos de debilidad marcada, muchas
tardes de vigilia, donde algunos no miraron hacia atrás
buscando tu mirada, buscando tu sonrisa, ni siquiera miraron
a su lado, buscando a su hermano, buscando a su familia.
Ahora, solo a tu lado, observo la escena desde fuera, dando
un paso más en la vida, ya sabes cómo son mis hermanos, que
cuando miran al cielo solo ven un astro caliente y dorado.
En esos años, de desarraigo profundo y conciencia olvidada,
te necesito siempre a mi lado, San Antonio, para que
protejas mi alma herida y amargada por la pena y por el
pecado manchada. Y recurro a ti, de rodillas, a tus pies
postrado, para cobijarme una vez más a tu lado, para recibir
tu cariño, para que me abraces como al niño, que siempre
llevas en tus brazos. Y aunque todavía no puedas decirme
nada, hoy te rezo esta oración, a modo de pregón, para
recibir el calor de tu mirada, el amor de tu sonrisa
callada, que tanta falta me hace, aun sabiendo que la vida
es dolor, pecado y traición, y que no volveré a hablarte
como hoy te estoy hablando, que no volveré a estar tan cerca
de tu amor, con tanta gente alrededor, con tanto testigo del
secreto vulnerado, pero en la completa soledad del silencio
y desamparo.
Sé que para algunos, no siempre hay espacio para recordarte
en silencio como amigo entre las prioridades triviales del
pecado. Sé que tu memoria es el mejor consejo, el mejor
destino, el mejor futuro y el mejor pasado. Sé que en cada
pensamiento en ti, se detiene el tiempo, y me paro en el
camino volviendo la vista atrás con mi lamento. Y sé,
también, que sigo admirando tu talento, tu amor por mí, que
te sigo queriendo, que mi corazón está lleno de ti, que mi
gozo va por dentro. Que sigo echándote de menos en cada
momento.
San Antonio, no me queda más remedio que aprender a esperar
de mis semejantes siempre “sin esperanza”; pues es el único
secreto para la supervivencia emocional y espiritual. La
riqueza del hombre se mide por el tiempo que tiene para
esperar con perseverancia el cambio de los demás, y en este
contexto, si Dios me lo permite, puede que mi patrimonio
temporal sea inmenso. Pero como decía Sir Francis Bacon,
escritor católico del siglo XVIII, «el que no aplique nuevos
remedios solo puede esperar nuevos males, porque el tiempo
es el máximo innovador».
* Pregonero de la Romería de San Antonio 2012
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