A pocos días de la celebración de
la conferencia de la Alianza Mundial para la Educación, a
celebrar en Bruselas los días 25 y 26 de junio, la UNESCO
acaba de difundir una serie de datos, que cuando menos deben
hacernos reflexionar. Cerca de 57 millones de niños y 69
millones de adolescentes en todo el mundo siguen estando sin
escolarizar. Precisamente, en el marco de este encuentro, se
hará una llamada a los donantes para que contribuyan a
recaudar los 3.500 millones de dólares que se necesitan para
financiar la educación en los países más pobres.
Ciertamente, el no acceso a la escuela, ni a ningún
aprendizaje, debiera ser un motivo de gran preocupación para
toda la especie. Saben las instituciones que para salir de
la pobreza, y ante todo de la marginación, pasa por asistir
y permanecer en la escuela. El compromiso es fundamental.
Las sociedades tienen que mostrar sumo interés en avivar las
conciencias de que la escolarización es tan importante como
llevarse un trozo de pan a la boca.
Por consiguiente, hay colectivos que han de tener una
atención preferente, lo que conlleva aumentar el apoyo
exterior educativo, como imperativo ético y de desarrollo.
Nada más necio, pues, que la ayuda a la educación en el
mundo haya disminuido en un 10% desde 2010. Naturalmente,
las razones para invertir en la educación no pueden ser más
claras. Está visto que las naciones no pueden prosperar sin
una mano de obra educada, sin ciudadanos informados y
comprometidos. Por otra parte, la educación permite luchar
contra la tremenda desigualdad y mejorar las condiciones
sanitarias. Países con niveles de educación más altos son
menos propensos a la inestabilidad y a los conflictos,
mientras la paridad de género en la educación está
estrechamente ligada al crecimiento económico. Se da la
paradoja que aún el derecho a la educación, particularmente
para niñas, todavía se deniega a menudo, a veces
violentamente y, en otras ocasiones, con la
irresponsabilidad de las familias e instituciones. En
consecuencia, nos llena de esperanza y alegría, que se pida
un mayor interés por la escolarización desde diversos
colectivos internacionales. Bravo por esas gentes de bien,
que en medio de los problemas, reivindican el amor por la
escuela.
En estos tiempos, en que todo se ha globalizado, causa
verdadero dolor, que por falta de financiación se ralentice
el objetivo del Milenio de lograr la educación primaria
universal en todo el planeta. Tenemos que lograr esa meta,
la de conseguir que las niñas y niños de todo el mundo
puedan terminar un ciclo completo de enseñanza primaria. Por
desgracia, el abandono escolar sigue alcanzando cotas
altísimas. Otros niños trabajan a tiempo completo y no
tienen ni tiempo para jugar. Hemos de aprender a que mayores
y pequeños se apasionen por la escuela. Nos interesa a todos
esa apertura al conocimiento, al corazón de la realidad, al
alma de los horizontes. Ir a la escuela es algo más que ir a
un centro educativo, conlleva abrirnos a otros universos a
través de la mente, comprender que todo tiene su lenguaje, y
poder alcanzar a vislumbrar que el respeto es preciso en
todo lugar de encuentro. Porque, efectivamente, todos
nosotros estamos en camino, poniendo en marcha un proceso de
realización, realizando un camino apasionante, creciendo
junto al camino, recreándonos con el camino, conviviendo con
el camino.
De esta manera, en la escuela no aprendemos únicamente
contenidos, sino que también asimilamos hábitos y valores.
Cuestión vital, sobre todo para adquirir actitudes de
discernimiento, para poder abrirnos a la plenitud de la
vida. Con razón, la familia y la escuela jamás van
contrapuestas, se complementan y esto es muy importante para
poder avanzar. No olvidemos que el futuro está en los niños
que van a la escuela, está en su entusiasmo, en las ganas
por aprender para contribuir a acrecentar la armonía entre
unos y otros.
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