Para desgracia de todos, somos una
sociedad que insulta, maltrata, desprecia y desatiende a
nuestros semejantes de muy diversas formas, lo que indica el
poco amor que nos tenemos como especie. Ni con los pétalos
de una flor deberíamos golpearnos, pero la realidad es bien
distinta, y nos sorprende cada día con un capítulo de daños
inenarrables, que cuesta asimilarlos. Este mundo de
dominaciones y de pocas franquezas, enfermo con las ruedas
del poder y apenas nada auténtico, suele ensañarse con los
más débiles y, posteriormente, lavarse las manos. El
silencio es en demasiadas ocasiones una mala respuesta, una
réplica tristísima. No se puede callar ante la nube de
contradicciones e injusticias que nos circundan. Tendríamos
que responder con docilidad si quieren, pero con diligencia.
Tal vez la ola de desprecios con la que convivimos, nos
impide tomar conciencia y entendimiento de este grave
problema. Nos hemos degradado tanto que el maltrato a vidas
humanas se ha convertido en una contrariedad social que,
desde hace tiempo, viene afectando a millones de ciudadanos
en todo el planeta.
Los datos no pueden ser más concluyentes. Una vergüenza. La
trágica situación es que en el mundo hay personas que sufren
abusos de todo tipo. Por supuesto, hasta financieros, sobre
todo entre personas mayores y discapacitados. Hemos perdido
toda sensibilidad. Da la sensación como que nada nos
preocupase. Según Naciones Unidas se estima que entre el 4%
y el 6% de las personas mayores de todo el mundo han sufrido
alguna táctica de abuso y maltrato. Por otra parte, estudios
internacionales recientes dan cuenta que aproximadamente un
20% de las mujeres y un 5 a 10% de los hombres manifiestan
haber sufrido abusos sexuales en la infancia, mientras que
un 23% de las personas de ambos sexos refieren maltratos
físicos cuando eran niños. Además, se acrecienta el número
de personas que son objeto de maltrato psicológico (también
llamado maltrato emocional) y víctimas de desatención. El
desaire reporta estos calvarios inhumanos y, así, cada día
son más los seres humanos que pueden hallarse en situación
de riesgo. Deberíamos, pues, reflexionar sobre ello, sobre
nuestras actitudes con respecto a estas personas
verdaderamente sufrientes de explotaciones y sus agresores
deberían rendir cuentas ante la justicia.
Precisamente, el 15 de junio, Naciones Unidas designó este
día a través de su Asamblea General, como jornada para
expresar la más enérgica oposición a los excesos y
sufrimientos infligidos a nuestras generaciones mayores.
Algo que pasa casi inadvertido, en parte también porque se
oculta. Lo mismo sucede con la población naciente,
publicaciones universales nuevas nos indican que los riesgos
de abuso aumentan entre los menores de cuatro años y los
adolescentes, también entre los niños de un embarazo no
deseado, con discapacidad o aquellos que lloran en exceso.
Realmente vivimos un clima de desatención al ser humano más
débil, que deberían adoptarse medidas protectoras con
urgencia, no olvidemos que el atractivo de la democracia
radica en parte su vinculación con el mejoramiento de la
calidad de vida de todos los ciudadanos, sin exclusión
alguna. Si en verdad, fuésemos una sociedad bien organizada,
dinámica y responsable, este tipo de atropellos, no
existirían. La coherencia y la coordinación de todos será
esencial si queremos avanzar hacia sociedades pacificadoras.
Por ejemplo, el que se hayan reunido en los jardines del
Vaticano (8 de junio) israelíes y palestinos, judíos,
cristianos y musulmanes, para expresar sus deseos de paz, me
parece un acto coherente con el espíritu religioso como
miembros de la familia humana. Ojalá se extiendan estos
modelos por todas las culturas, puesto que el mejor obsequio
que podemos darnos es nuestra atención, los unos para con
los otros.
Evidentemente, tanto el maltrato como la desatención,
prolonga y exacerba la deshumanización. Nefasta epidemia que
tenemos que combatir con eficacia. No podemos (ni debemos)
dejarnos ganar la batalla pasivamente. Para ello, tenemos
que avivar los referentes. En este sentido, considero una
acertada decisión que Naciones Unidos, adoptase en este
mismo flamante mes de junio, la creación del Premio Nelson
Mandela, para estimular de este modo las acciones que
recojan la antorcha de este líder sudafricano, en lucha
permanente por la liberación de su pueblo, así como por su
continua labor a favor de una cultura armónica en el mundo.
Estoy convencido de que son estos pequeños quehaceres los
que nos ponen en movimiento, los que nos hacen recapacitar y
ver, que la solución a los conflictos viene de la mano de la
compresión a través de la relación interracial de servicio a
la humanidad, mediante la promoción y protección de los
derechos humanos, entre otros principios. Para ello, no es
suficiente con la voluntad y las buenas intenciones, son los
hechos solidarios los que validarán esa fraternización
ciudadana tan necesaria como imprescindible.
Los acontecimientos a menudo nos abruman con noticias
trágicas de seres humanos abandonados a su suerte, que
debilitan nuestra sociedad y desmerecen nuestra vínculo de
familia humana. Es hora de compromisos leales y fuertes, de
que los gobiernos diseñen y lleven adelante una prevención
más efectiva, que incluya legislaciones y políticas para
abordar todos los aspectos del maltrato a vidas humanas y su
desatención a personas vulnerables. Asimismo, resulta
francamente preocupante el aumento de las desapariciones
forzadas o involuntarias en diversas zonas del mundo, como
los arrestos, las detenciones y los secuestros cuando son
parte de las desapariciones forzadas o equivalen a ellas, y
por el creciente número de denuncias de actos de
hostigamiento, maltrato e intimidación padecidos por
testigos de desapariciones o familiares de personas que han
desaparecido, algo que merece con prontitud actuación para
derribar la estrategia de infundir el terror a los
ciudadanos.
Lo mismo sucede con la desatención a los migrantes, a las
personas desplazadas, muchas de ellas huyen de condiciones
de vida horrendas, pero terminan enfrentándose a violencias
y violaciones de todo tipo. La pesadilla no finaliza,
prosigue el calvario, cuando deberíamos garantizar sus
derechos, donde quiera que ese hallen y sea cual sea su
situación. Ahí están los naufragios masivos en el mar
Mediterráneo, que han causado multitud de muertos en los
últimos años. Es la gran necrópolis de nuestro siglo. Ante
este horizonte de azul ennegrecido por el luto de las
lágrimas vertidas a ola viva, no podemos permanecer
impasibles, como hasta ahora lo hemos estado, a mi juicio el
tema ha de ser abordado por el conjunto de la comunidad
internacional, para que sean tratados con mayor respeto y
dignidad, también los que se encuentran en situación
irregular. No es de recibo que algunos países les nieguen
las protecciones básicas en el ámbito laboral, las debidas
garantías procesales, la seguridad personal y la atención de
la salud. Desde luego, con esta panorámica de crueldades
difícil lo tenemos para hermanarnos. Tendremos que dejarnos
gobernar por la patria del corazón. El día que a todos nos
afecten las amenaza contra el más ínfimo de los seres
humanos, habremos conseguido despojarnos de nuestra
debilidad humana, de nuestra manera superficial de
considerar la existencia, de nuestro modo imperfecto de
actuar. Dicho queda con la bravura del eterno oleaje.
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