Buenos días, Ceuta.
La noticia, que algunos consideran bomba y yo una estrategia
planificada de antemano, de la abdicación al trono de Juan
Carlos I está dando la vuelta al mundo con la velocidad de
la pólvora.
Lo de la estrategia incluye la previsión de cambio de
tendencia del voto de la ciudadanía y por si las moscas… y
esos 39 años de reinado me suena a algo.
Lo que sí me ha sorprendido es la total improvisación que el
Gobierno de este país hace gala.
La Constitución hecha en 1978 por los llamados padres de la
patria, como si esta fuera un bebé bastardo, no contiene
otra cosa que una directriz de cómo resolver cualquier duda
sobre esa herramienta política totalitaria: la abdicación,
renuncia u orden de sucesión al trono… será resuelta con una
ley orgánica.
Si es de 1978… ¿Cómo es que aún no ha realizado, ni siquiera
el proyecto, de esa ley orgánica?
Ya sabemos que los españoles tenemos tendencia a ser
improvisados, a realizar las cosas en el último segundo lo
que a veces, con demasiada frecuencia, nos pilla
desprotegidos.
Treinta y seis años, es un tiempo muchísimo más que
suficiente para preparar y tener dispuesta no ya una sino
miles de leyes orgánicas ¿no?
Ni siquiera se sabe que estatus tendrán los reyes cuando
dejen de serlo.
Eso me lleva a cavilar, una vez más, sobre la inteligencia
de Rajoy, sí de Mariano Rajoy… si ya había sido avisado por
el rey de esta abdicación ¡¡en marzo!!... ¿Cómo es que no ha
tenido tiempo para preparar esa dichosa ley orgánica?, lo
podía hacer a la ‘chita callando’ como viene haciendo, hasta
ahora, todas las leyes perjudiciales para la ciudadanía.
Lo que nunca vi claro es esa declaración constitucional de
que el ‘rey es inviolable’… y ello me llevó, hace tiempo, a
cavilar sobre esa íntima amistad y la clara predisposición
de Juan Carlos I con los árabes, un mundo herméticamente
totalitario.
Sólo la figura del rey en un país confirma que no existe la
democracia en dicho país.
Soy de la opinión de que si alguien quiere ser Jefe de
Estado, el jefe del Gobierno ya lo es, debe presentarse a
las elecciones como cualquier otro ciudadano, ya que en este
caso un ciudadano y/o una ciudadana pueden ser designados
reyes a dedo y ello rompe la armonía democrática que debería
imperar en cualquier Estado a estas horas.
Los herederos lo son cuando se tratan de propiedades y no
considero que el país sea una propiedad del rey.
Nadie es dueño de nadie, en caso contrario no existirían
ciudadanos libres sino esclavos.
Sin ninguna duda apoyo un referéndum y que conste que no me
considero monárquico, pero tampoco comulgo con esas ideas
republicanas que nos quieren imponer en determinado sector
político.
Si en el hipotético referéndum sale monarquía, pues nada, a
seguir la vida acatando la decisión de la mayoría del pueblo
español.
Si es al contrario, los sucesores que no salgan elegidos, no
tendrán necesidad de salir hacía Estoril, Roma o Suiza,
ahora no somos tan brutos como los contemporáneos de su
bisabuelo.
Repito que apoyo el referéndum porque sería el primer paso
para airear al país de ese rancio olor a naftalina que
impregna cada rincón de nuestra clase política.
Seguimos en un país donde la democracia solo existe cuando
tocan elecciones.
Aunque para querer una república antes habrá que acertar en
el tipo de república que queremos.
Como existen tropecientas maneras de ser república (desde
presidencialista y/o parlamentaria hasta federal o
centralizada y con diferentes grados de autonomía o no…), lo
primero sería plantear el tipo de república que se quiere
implantar ¿no?
En cuanto al heredero, es innegable que es un señor muy
preparado y muy bien formado dentro de la burbuja de la
llamada Casa Real. No tiene, hoy en día, el respaldo popular
para ser rey, aunque no por su culpa, y si no hay más
remedio asumir la Jefatura del Estado en un tiempo
relativamente corto durante el cual prepararía un consenso
con todos los partidos políticos para una transacción hacia
una república, de un modelo concreto, y abdicar después y,
si lo quiere, seguir trabajando para el país… pero
democráticamente elegido si quiere dedicarse a la política.
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