Buenos días, Ceuta.
Lamentablemente mi equipo favorito no consiguió hacer
desaparecer el espíritu de Luis Aragonés del Camp Nou y tuvo
que conformarse con ver volar la Liga de la mano del Cholo.
Pequeña compasión siento porque, al menos, quedó segundo…
cuando la Liga, prácticamente, se la había regalado el Real
Madrid en Valladolid.
A esta desazón se une otra, más fuerte y que me llena de
pesar: falleció en Barcelona, el pasado viernes, un buen
amigo y mejor dibujante Guillem Cifré a la temprana edad de
62 años, tras una larga enfermedad.
Hacía ya mucho tiempo que no lo veía y lo conocí allá por
los años 70 y pico, cuando yo frecuentaba los círculos de
dibujantes e historietistas de la época dorada de una
editorial, Bruguera, que también frecuentaba un dibujante
ceutí del que aprendí bastante. Yo, por entonces, trabajaba
en una agencia de publicidad como ilustrador y dibujante.
El padre de Guilem, el famoso Guillermo Cifré, autor de
historietas inolvidables como ‘El repórter Tribulete’ y ‘Don
Furcio Buscabollos’ fue quién abrió las puertas de la
editorial al dibujante ceutí del que aprendí bastante y
sobre el que he tenido el honor de escribir un artículo
publicado el “El Pueblo de Ceuta” hace años. Me estoy
refiriendo a Claudio Tinoco, ya fallecido y familiar de los
‘jefes’ del periódico.
Guillem era un chico vivaracho, despierto y aprendió de su
padre el dibujo de historietas, aunque trabajó como
cartelista e ilustrador de libros, diseñaba portadas de
discos cuando lo vi por última vez.
Trabajo en revistas de humor como “Mata ratos” y en “El
Víbora”, aunque creo que estuvo en varias revistas más y en
TV.
Por el año 1977 salí del círculo que frecuentaba, al cambiar
de profesión, y desde ese momento ya se fue distanciando
nuestros encuentros en grupo hasta ahora.
Ya puestos en ello, la desaparición de personas conocidas y
queridas es un hecho, cotidiano si quieren, que afectan
profundamente la moral de cualquiera y más aun cuando sus
recuerdos son gratos y no está de más mostrarles nuestro
agradecimiento, aunque sea póstumo, por el valor cultural
que nos dejan.
Los dibujos de Guillem, las tiras de comic, me dejaron una
impronta por su crudeza, larga tira de ironía y con una
flema que para sí la querrían los ingleses.
Todo lo contrario de aquel maestro del cómic, entonces
historietas, Claudio Tinoco, del que aprendí a manejar el
lápiz y la pluma en un cuarto de su casa de Ceuta, cuando
acudía a jugar con sus hijos Claudio y Eugenio, antes de que
se fuera a Barcelona, previo paso por Valencia.
La muerte de Guillem me trae recuerdos imborrables, mientras
más lejanos más evidentes y reales.
Recuerdos de mi ciudad natal, de aquellos tiempos escolares
en que me pasaba largo rato dibujando historietas, con aquél
dibujo tan infantil de palos y ceros, junto con mi compañero
de pupitre del que sólo recuerdo que se llamaba Paco y que
era muy aficionado a dibujar historietas de jugadas de
partidos de fútbol, en aquel aula de la academia Nuestra
Señora del Valle cuyo ventanal daba a la calle Sargento Mena.
Aquellos dibujos a mano alzada y firme del inolvidable
Tinoco, que los acababa en tinta china, fueron como una luz
de faro en mi camino de dibujante y aunque no llego, hoy en
día, a dominar los trazos con la legendaria soltura del
dibujante ceutí, me sirve gratamente para hacer mis dibujos
sin ninguna cortapisa.
A ambos, así como a todos aquellos dibujantes que marcaron
una época gloriosa de los tebeos del país, los tengo bien
archivados en mi disco duro, léase ‘cerebro’, mientras éste
siga lúcido.
Bueno, el desahogo que siento al escribir estas líneas me
deja bastante reconfortado dentro de la dimensión de la
pérdida de un ser humano.
En fín, la vida sigue y yo también de momento.
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