Son momentos de gran consternación
para todos por el trágico final que en la tarde de ayer
cercenó la vida de la presidenta de la Diputación y del
Partido Popular de León y que ha de mover a la más profunda
reflexión. Si de una parte hay que condenar de manera firme
y contundente todo tipo de violencia, sea cual sea la causa,
y más un asesinato, debiendo los responsables asumir todas
las consecuencias, no es menos cierto que éste ha de mover a
profundizar en las raíces, en la génesis, de una conducta de
estas características, con “personas normales” como
protagonistas y con el presunto desencadenante del desempleo
como causa o modus operandi del mismo.
La actual situación de crisis que ha llevado a la ruina a
muchísimas empresas y provocando, incluso ahorcamientos de
empresarios que han visto cómo su esfuerzo de toda una vida
se ha ido a pique, ha de concienciar a la clase política y a
nuestros dirigentes, para afrontar de manera fulminante
soluciones. La austeridad, las penurias, el cinturón
ajustado, ya no son excusas para prolongar la salida del
penoso trance porque hay que comenzar a generar empleo. El
homicidio de ayer, tras la pérdida del empleo de una de las
dos presuntas autoras, es consecuencia del valor que tiene
para las personas su empleo, escaso y precario en la
actualidad.
Los políticos no pueden frivolizar sobre el mayor drama del
país, el desempleo, en mítines, discursos vacíos o
escenificaciones que pueden desencadenar un estallido social
contra ellos. Los escraches ya soliviantaron a algún
político de los que consideran que no pasa nada mientras que
ellos comen todos los días y por ahí algunos pierden sus
casas o los desalojan. Hay que reflexionar profundamente
sobre el estado de desesperación de la gente y sus
consecuencias. No cabe lamentarse ante lo irremediable; las
medidas para evitar situaciones límite han de establecerse
cuanto antes.
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