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OPINIÓN - LUNES, 12 DE MAYO DE 2014

 

OPINIÓN / LA ZARPA

¿Amor al trabajo? No, liberarnos del trabajo
 


Julio Basurco Díaz
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

Mientras que en España nos venden la moto de que para salir de la crisis debemos trabajar más y cobrar menos en peores condiciones, Suecia aprueba la jornada laboral de seis horas sin reducción de salario, no siendo, por otro lado, el país nórdico el primero que en las últimas décadas se atreve a dar un paso semejante en Europa. Eduardo Galeano escribe lo siguiente en “Los hijos de los días”:

En 1998, Francia dictó la ley que redujo a treinta y cinco horas semanales el horario de trabajo. Trabajar menos, vivir más: Tomás Moro lo había soñado, en su Utopía, pero hubo que esperar cinco siglos para que por fin una nación se atreviera a cometer semejante acto de sentido común. Al fin y al cabo, ¿para qué sirven las máquinas si no es para reducir el tiempo de trabajo y ampliar nuestros espacios de libertad? ¿Por qué el progreso tecnológico tiene que regalarnos desempleo y angustia? Por una vez, al menos, hubo un país que se atrevió a desafiar tanta sinrazón. Pero poco duró la cordura. La ley de las treinta y cinco horas murió a los diez años.

Ahora, vayámonos un poco más atrás. Ya a finales del siglo XIX, Paul Lafargue, yerno de un tal Karl Marx, en ese breve ensayo que constituyó “una verdadera arma de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista” titulado “El derecho a la pereza” denunciaba la alienación y el “amor al trabajo” profesado por los trabajadores, siervos de una moral que les esclavizaba y les alejaba de la emancipación y la verdadera libertad. El autor afirmaba que ya era posible una jornada diaria no superior a tres horas, pudiendo así hombres y mujeres emplear la mayor parte de su tiempo en la creación de belleza y en el desarrollo personal. Creo que el siguiente extracto puede sonarnos familiar:

En lugar de aprovechar los momentos de crisis para una distribución general de los productos y el disfrute general, los obreros, muertos de hambre, golpean con su cabeza las puertas del taller. Con el rostro demacrado, el cuerpo flaqueando y un discurso lamentable, acosan a los fabricantes: “Buen Sr. Chagot, generoso Sr. Schneider, dennos trabajo; ¡no es el hambre, sino la pasión por el trabajo lo que nos atormenta!”. Y esos miserables, que apenas tienen fuerzas para mantenerse en pie, venden doce o catorce horas de trabajo por la mitad del precio que cuando tenían pan en la despensa. Y los filántropos de la industria se aprovechan del desempleo para fabricar más barato.

Independientemente de las diferencias que podamos tener con los planteamientos de Lafargue, su objetivo es la meta a la que debemos aspirar: la reducción al mínimo posible del tiempo de trabajo. El ser humano sólo usa una pequeña parte de su cerebro y aún así hemos sido capaces de crear verdaderas maravillas. Si nadie tuviera que dedicar ni un segundo de su tiempo a las preocupaciones causadas por la precariedad, el paro o la pobreza, si todos tuviéramos la certeza de que nuestras necesidades básicas están cubiertas, si estuviéramos libres de obligaciones embrutecedoras, si pudiéramos emplear casi toda nuestra capacidad en la creación de bienestar y placer, ¿imaginamos de lo que seríamos capaces? Evidentemente, cuando hablo de la liberación del trabajo me refiero a esos trabajos alienantes que matan el espíritu y nos condenan a ser meros seres productivos, nada que ver con artistas o profesionales movidos por una vocación. Aquel que hace de su pasión su medio de vida es un afortunado y esa es la sociedad que debemos construir, una sociedad en la que nadie tenga que gastar la mitad de su tiempo en hacer algo que no le guste hacer. Cambiar el mundo para que el siguiente párrafo, palabras de Dante, el personaje interpretado por Eusebio Poncela en “Martín Hache”, sea característico de una sociedad ya superada:

Te obligan a ser esclavo. El trabajo es detestable, un castigo que hay que evitar como sea. No hay nada más humillante que trabajar diez horas diarias en algo que no soportas para sobrevivir. Eso de que el que no trabaja no come o ganarás el pan con el sudor de tu frente es un invento para tener esclavos porque sin esclavos el poder no tiene poder.

Este artículo será tachado de utópico, y su autor, sin lugar a dudas, de vago. No pasa nada. También era utópico lograr la jornada laboral de ocho horas y también eran vagos los anarquistas de Chicago asesinados por defenderla. Hoy, esa utopía es realidad y cada Primero de mayo conmemoramos la vagueza de sus defensores. Sí, supongo que soy un vago. O mejor dicho, soy un simple ser humano y como tal, como Lafargue, como Dante y como Galeano, también reivindico mi “derecho a la pereza”.
 

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