Dado que me fue imposible
atornillarme delante de la tele, por necesidades que no
vienen al caso contar, me borré como espectador del pleno
celebrado anteayer, tras quince o veinte minutos en los que
estuve muy atento al final del debate que mantenían
Emilio Carreira y Juan Luis Aróstegui. Discusión
de la que opiné por encima. Y que habrán podido ustedes
leer, ayer miércoles.
Así que he tenido tiempo para llegar a la siguiente
conclusión: el portavoz del Gobierno y el dirigente
principal de la coalición Caballas forman un dúo dispuesto a
hacernos creer que ambos defienden intereses distintos. Y
hasta puede que estén consiguiendo engatusar con sus
actuaciones a no pocos televidentes y lectores. Pero ambos
cometerían craso error si creyeran que todos los ciudadanos
se chupan el dedo.
Y la mejor manera de no pasar por simple, en mi caso, es
buscarle un significado distinto del que aparenta la comedia
que representan Carreira y Aróstegui en cada pleno. Los dos
han dado en la manía de creerse grandes comediantes. Y
parece que no se dan cuenta de que a los dos se les ve el
plumero: porque uno y otro están al servicio de Juan
Vivas.
Uno, Aróstegui, enciende la mecha de la discordia, ya
preparada de antemano; y el otro, Carreira, la rebate
mediante adulaciones a nuestro alcalde y amenazas veladas a
un Aróstegui que sigue teniendo su peor lastre en haber sido
consejero de Economía y Hacienda. Algo que le suele
recordar, a cada paso, el portavoz del Gobierno. Y éste lo
hace recreándose en la suerte con maliciosa alegría.
La obra, cada vez que se pone en escena, o sea, en cada
pleno, deja a los comediantes muy satisfechos y ávidos de
recoger aplausos, entre bajadas y subidas del telón; todo
ante el contento del director del asunto que es, como
ustedes saben sobradamente, nuestro alcalde. Que siempre ha
tenido dos deseos artísticos: la de ser poeta de renombre o
especialista en montar espectáculos de farsa o fingimiento.
Lo de ser poeta, la verdad sea dicha, es logro que no está
al alcance de nuestro alcalde. Por más que lo intente.
Incluso sin tomarse el menor respiro. Lo cual no hace sino
evidenciar que se pasa el sentido del ridículo por sus
partes pudendas. Bueno, nuestro alcalde lleva ya mucho
tiempo que se lo pasa todo por la entrepierna.
En cambio, como director de comedia podría conseguir un Goya
a la mejor dirección: pues él, si ustedes reparan un poco en
sus actuaciones, durante muchos años, siempre ha destacado
tanto o más como destacó el fiel adicto de Stalin. Un
tal Kruschev: de quien se decía que era bastante
hipócrita, adulador y comediante.
A lo que iba, pues si no soy capaz de divagar o extraviarme
en el discurso, Carreira y Aróstegui se lo han sabido
montar, haciendo de las sesiones plenarias comedia. La
tragedia, como suele haber en toda obra burlesca que se
precie, aparece en cuanto sale a relucir Urbaser. Entonces,
el actor principal, que hace de portavoz del gobierno,
simula endurecimiento de rostro, abre los ojos de par en par
y, mirando fijamente a Juan Luis, le reprocha que también
haya caído en el ‘caso Urbaser’. Y, a renglón seguido,
amenaza: Tendré que recordarle por qué está ahí sentado. La
empresa Urbaser, mientras tanto, sigue sin pagar la luz. O
sea.
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