De la sesión plenaria de ayer
apenas puedo decir nada, porque sólo me fue posible estar
sentado diez minutos ante el televisor, durante los que
Emilio Carreira y Juan Luis Aróstegui estuvieron
debatiendo sobre los pagos de contrataciones sin
consignación o algo por el estilo.
Tan poco tiempo, eso sí, me sirvió para percatarme de la
carencia de interés de un pleno que había nacido muerto.
Puesto que el Gobierno llegaba al mismo sin propuesta
alguna. Evidenciando así el desgaste que viene sufriendo
cuando aún faltan muchos meses para que se celebren las
próximas elecciones.
El cansancio físico y mental que se ha apoderado de nuestro
alcalde lo transmite a sus subordinados; es decir, a todos
los concejales elegidos por él. Y, claro, éstos no han
tenido el menor inconveniente, aprovechando la pereza de la
primera autoridad, de instalarse en la molicie: un estado de
excesiva comodidad y regalo en la forma de vivir.
Pero entre bostezo y bostezo, abridero de boca que algunos
concejales no tienen siquiera el detalle de ocultarlo como
mandan las normas del saber estar en público, a veces caen
en la cuenta de que a lo mejor dentro de un año se quedan
sin el disfrute de la canonjía que les fue asignada mediante
la dedocracia de nuestro alcalde.
Y, de repente, tales concejales salen de su modorra y
principian a cavilar si dentro de unos meses seguirán yendo
en el machito de la comodidad que les ha procurado un
alcalde que se pirra por tener colaboradores que digan que
la vida es breve y que como Vivas no hay ninguno. Y a
mandar, jefe, que para esos estamos.
Y es entonces cuando los susodichos concejales convierten
los bostezos en cara de preocupación y se les pinta en el
rostro la risa sardónica de la insatisfacción por no saber
si irán en la lista de las próximas elecciones. Algunos han
asumido ya que se quedarán a la luna de Valencia.
Los plenos, por tanto, se han convertido en un duelo entre
dos políticos: una especie de mano a mano taurino, entre dos
primeros espadas que saben a qué juegan. Y que no tienen el
menor inconveniente en debatir mediante pactos establecidos
ante la complaciente mirada de la primera autoridad. La cual
tiene hasta tiempo de refocilarse con la escena; atusándose
incluso el bigote, sin descomponer la figura.
Las discusiones entre Carreira y Aróstegui son de guante
blanco. De suerte que el primero, conocedor de los terrenos
que pisa el segundo, consigue que éste saque a relucir sus
mejores modales. Lo que no deja de ser una faena digna de
premio. Faena cuyos espectadores son los demás concejales
que asisten a la farsa sin saber a qué juegan los dos
hombres que, con diferentes misiones y distintas formas de
llevarlas a cabo, nuestro alcalde ha querido protegerse. Y a
fe que lo está consiguiendo.
Algo que nos hace pensar que nuestro alcalde, por más que
sea bajito de estatura, lo que no deja de ser una
circunstancia, podría darse pote de que no sólo tiene
guardaespaldas a su disposición –por cierto, a los que
aprecio de veras-, sino que también cuenta con dos hombres
muy preparados para que nadie ose tocarle los cataplines
mientras él dormita en su sillón, bendecido constantemente
por la mirada angelical de Adela Nieto. Vivas,
Carreira y Aróstegui forman una familia. Napolitana.
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