Supongo, estimado lector, que
usted se habrá percatado, de la existencia de fulanos en
cualquier profesión u oficio en pueblos o ciudades. Los que,
tras abrir las cortinas de sus ojos, después de haber
dormitado placenteramente sin remordimiento alguno, a pesar
de la mala leche condensada en sus entrañas. Esbozan
angelicales sonrisas al contemplar su luz. Regocijándose en
su fango o lodo interno, lo mismo que los cerdos en los
charcos. Ya que, ahí, es donde se sienten a gusto de acuerdo
a su catadura...
Esos fulanos, de ambos sexos y del neutro, comienzan a idear
sus estrategias pendencieras y maldicientes mucho antes de
traspasar el umbral de sus moradas. Porque son tan míseros
que el mal lo llevan innato en sus esencias, al haber sido
obrados para realizar en este mundo ese fin doloso y otros
peores. No habiendo sido paridos por leyes naturales sino
defecados. Como le ocurre a Juana ‘La cantaora’. La que no
es puta de coño, pero sí, de lengua.
Consecuentemente, al salir de casa, actúan sigilosamente en
este gran teatro de la comedia disfrazada-o de corderitos, a
pesar de que ella y sus análogos, son lobos feroces con más
cuernos, que las camadas de las ganaderías de reses bravas
españolas, disponibles para esta temporada taurina que acaba
de iniciarse.
Es significativo que, esos fulanos, al poseer una gran
verborrea modélica de cara a la galería. Son considerados
por los ignorantes, el súmmum del saber estar y de la ética,
dignidad humana, cívica, política e intelectual...
Recibiendo parabienes de todo tipo, por parte de los
‘sandalios’ del poblacho, nada más toparse con ellos en el
nuevo día. Poniéndose esos don nadie más orgullosos y chulos
que un ocho al revés. Estirando el pescuezo ególatra lo
mismo que las jirafas en busca de ramas frescas en las
cúpulas de los árboles. O que los osos hormigueros cuando
meten sus hocicos en los agujeros olfateando manducatoria.
A partir de aquí, me referiré a ciertos machos cabríos con
hedor a varón dandy. No extrañándome, lo más mínimo, que en
épocas recientes pasadas y actuales con tantas necesidades
económicas. Proliferen tantos bastardos de esos, abusando de
su hambruna mental y pajiza. Los que, a la menor
oportunidad, dicen que se tiran hasta a la lencería que
tiene su vecina en el tendedero.
Hace días, uno de esos fulanos, se encontraba en la barra de
una cafetería. Y al observar pasar por la calle a una señora
casada, muy conocida mía. Vociferó a su colega diciéndole:
“A esa tía que acaba de pasar, me la he tirado yo”.
Contestándole servidor: “¡Pisha!, entre tu mujer y tú os
vais a tirar a todo el pueblo”.
El fulano, al oír lo que le dije, se puso más rojo que un
salmonete. Porque el descojono fue sonoro entre los
presentes. Ya que, le quité de una vez por todas, la
chulería machistas que desparrama cada vez que abre su
bocaza, sin respetar la dignidad de las personas. Habiéndole
informado con mi guasa gaditana, que alguien se estaba
comiendo su queso desde hace años. Sin que él se hubiera
enterado de lo que ocurría detrás de la cortina de la alcoba
de su dormitorio. Quedándosele el semblante más demacrado
que a un carnero mustio.
Tras aguantar el chaparrón, abandonó la cafetería tan veloz,
como las liebres huyendo de los disparos de las escopetas.
Volviéndosele la fama de mujeriego en su contra,
desapareciendo de la circulación un tiempo. Especulándose
entre sus conocidos que, se había marchado voluntario a la
legión extrajera en una comisión de paz española para
capturar a Bin Laden. Sin embargo, otros decían que había
ingresado en un convento franciscano. Y que le habían
asignado la misión de cabrero mayor, para que se desfogara
practicando la pedofilia con la lengua o con la picha.
El caso es que, a ese macho ibérico, se le acabaron las
chulerías machistas y sexistas. Y ha pasado, desde entonces,
a ser conocido con el sobrenombre de ‘El manso’. Porque si
tuvo la valentía de atentar contra la dignidad de mi
conocida. Debería ser tan hombre para afrontar, que llevaba
colocado en su testuz desde hace años, unos leños de la
categoría de medalla de oro.
Tanto es así que, en cierta ocasión, al regresar a su casa
después de una de sus paparruchadas chulescas con sus
colegas, nada más abrir la puerta escuchó a su esposa jadear
profunda y exclamativamente. Llegando escopeteado hasta él
su hijo pequeño, diciéndole: “Papá, papá, papá. ¡Menos mal
que acabas de llegar!, porque dentro del armario de la
habitación de mamá, se acaba de meter un monstruo”. El
padre, le hizo caso, por primera vez, a su hijo. Y al abrir
la puerta del armario, se encontró a su mejor amigo en
pelotas. Diciéndole: “¡Joder, Manolo!, mi mujer con un
ataque de asma. Y tú, so cabrón, asustando al niño”.
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